viernes, 6 de diciembre de 2019

VIDA COTIDIANA: Algunos aspectos de la religiosidad romana.

Como siempre intento, y aconsejo hacer, no puedo ver los acontecimientos ni los comportamientos de los antiguos con los ojos actuales. Es por ello que pretendo siempre entender sin prejuzgar hechos pasados con mi moderna moralidad. Esta precaución de concebir lo ocurrido con los ojos de las personas que lo vivieron tiene una doble función: la primera, no enjuiciar sin conocer todos los datos, y la segunda, obtener una comparación entre las formas de pensar de los antiguos y de los contemporáneos. Única manera en la que conoceremos lo que fuimos desechando o ganando a través de una evolución social de dos milenios. 

El primer contraste es el pensamiento religioso. Muchas creencias monoteístas actuales consideran que sus dioses se encuentran en una lejanía inalcanzable, envuelta en el misterio, y que su esencia es inabarcable e incomprensible. En resumen, hay un lugar en donde viven los dioses y otro en el que vive el común de los mortales. Para los romanos sus dioses eran seres que estaban muy cerca de ellos, en sus casas, en sus puertas, en el límite de su propiedad y en cada uno de los actos de sus vidas. Roma estaba llena de templos y había imágenes de los dioses en todas partes. 

En muchos de los casos se les representaba desnudos y a causa de ello las personas antiguas no consideraban la desnudez como reprobable o inmoral. Muchos de los emperadores tras la apoteosis, en la que los elevaban a la categoría de dioses, fueron representados desnudos. La desnudez solo producía repulsa en muy contadas ocasiones, Existía un decreto, promulgado por el mismísimo Rómulo, que prohibía la desnudez en la calle, y castigaba con la pena de muerte el mostrarse desnudo ante una patricia. En una anécdota de Livia Drusila, esposa de Augusto, se cruzó en la calle con varios hombres desnudos. Según el decreto de Rómulo debían ser castigados y condenados a muerte. La misma emperatriz abogó en favor de ellos, alegando que no la habían ofendido pues ella se había limitado a mirarlos como si fueran simples estatuas. Tras esto podríamos deducir que la desnudez en general no estaba mal considerada. 

Venus, portal PixaBay, dominio público.

Los romanos imaginaban a los dioses como personas que solo estaban por encima de ellos a causa de su inmortalidad y por contar con fuerzas sobrenaturales. Se les adoraba, honraba y se les ofrecían sacrificios, solo por motivos puramente humanos. Ellos les daban a los dioses algo que apreciaban para que ellos equilibrasen la balanza entre el bien y el mal. Quiero decir con esto que los romanos imploraban a los dioses no solo para honrarlos, sino para atraérselos, no solo para adorarlos sino para que accedieran a sus deseos. 

Del mismo modo que los cultos actuales ven a algunos profetas como intermediarios entre los hombres y los dioses, los antiguos romanos tenían como mediadores a los héroes, y por eso estos también eran merecedores de culto. Los héroes eran simples hombres singulares que habían sido amparados y protegidos por la colectividad de los dioses inmortales, por ser hijos entre dioses o diosas y una mujer o un hombre terrenales. 

La cercanía y la cotidianidad con la que veían a estos seres se comprueba con una relación impensable en los días de hoy pues a veces trataban a esos héroes o dioses con gran ironía. Como muestra dos ejemplos: 

* El primero, nos lo ofrece la estatua de Hércules hallada en Herculano que lo representa borracho y orinando. Este era el dios protector de la ciudad. 

* El segundo, uno de los priapeos, dedicado al dios de la fertilidad Piapro: «Por la belleza, Mercurio puede agradar, por su belleza llama la atención Apolo, hermoso también se representa a Baco. Aunque el más hermoso de todos es Cupido. Por mi parte confieso carecer de belleza y, sin embargo, mi carajo ¡qué bien está! Si alguna muchacha hay de vagina sensible, antepondrá éste a todos aquellos dioses.» 

De este modo se nos demuestra que los romanos consideraban a los dioses y a sus héroes como seres cercanos con las que les une una relación de confianza y sobre los que se podía bromear un poco de vez en cuando, sin que por ello se les pudiera culpar de irreligiosidad. 

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Fuente: Las costumbres y el amor en la antigua Roma de Herbert Lewandowski.

Ángel Portillo autor de:
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Miembro del grupo de recreación historica Barcino Oriens (Legio II Traiana Fortis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.

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