domingo, 16 de enero de 2022

PREVENCIÓN DE LA SALUD EN EL EJÉRCITO ROMANO.

Los Hombres

La primera actuación para prevenir la salud se realizaba en el reclutamiento. Los legionarios romanos del Imperio tenían que, tras cumplir unos requisitos legales, someterse a un proceso de selección en el que se incluía la probatio. Esta eran pruebas físicas y un básico reconocimiento médico para descartar a jóvenes con defectos o muestras de falta de entereza física.

Vegencio en la Recopilación Sobre las Instituciones Militares, nos indica las características físicas deseables de los reclutas:

“Aquellos que se dedican a supervisar las nuevas levas deberían ser particularmente cuidadosos en examinar sus caras, sus ojos y la constitución de sus miembros, para poder hacerse un juicio veraz y elegir a los más a propósito para ser buenos soldados. La experiencia nos demuestra que hay en los hombres, como en los perros y los caballos, signos evidentes por los que descubrir sus virtudes. Los soldados jóvenes, así pues, deben tener una mirada despierta, llevar la cabeza erguida, su pecho debe ser ancho, sus hombros musculosos y fuertes, sus dedos largos, sus brazos fuertes, su cintura pequeña, sus piernas y pies tan nervudos como flexibles”.

Su preferencia era además elegir a campesinos pues al carecer de los lujos de los de la ciudad estaban más preparados para el servicio. Vegencio nos dice, entre otras cosas:

“Están más capacitados para empuñar las armas pues desde su infancia han estado expuestos a toda clase de climas y criados para el trabajo más duro. Son capaces de soportar el mayor calor. Son sencillos, se contentan con poco, están acostumbrados a toda clase de fatigas y preparados, en cierta medida, para la vida militar por su continuo empleo en labores agrícolas, en manejar la azada, cavando zanjas y llevando cargas, soportando el Sol y el polvo. Sus comidas suelen ser rústicas y moderadas”.

Así pues, solo podían entrar en el ejército jóvenes, a priori, sanos según los criterios de la antigüedad.



El castrum.

En el castrum se conoce de la presencia de miembros del cuerpo médico, más o menos especializados, en los entrenamientos. Se prestaba especial atención al ejercicio y a la alimentación. Desde su punto de vista la práctica diaria de los ejercicios militares era la técnica más eficaz para la salud de los hombres. Mucho más que todo el arte de la medicina militar. Por este motivo se ejercitaban sin cesar.

En los desplazamientos, el ejército, habitualmente, no permanecía mucho tiempo en las cercanías de pantanos insalubres e infectados de insectos o de aguas estancadas. También evitaban planicies secas y prominencias sin alguna clase de sombra o techo. Si se marchaba con calor se comenzaba al romper el día para llegar a destino con tiempo agradable. En tal caso las tropas acampaban siempre en tiendas pues los legionarios podrían caer enfermos por el calor y la fatiga de la marcha. En inviernos, se trataba de no marchar por la noche, con hielo o nieve, ni se exponían sin madera o abrigo. Un soldado aterido por el frio nunca estará saludable ni será adecuado para el servicio.

En cuanto a la alimentación, según algunas fuentes, a los soldados se les proporcionaba diariamente: 330gr de carnes y pescados, 800gr de trigo, 330gr de vegetales y legumbres, y no faltaba sal y aceite de oliva. Esa alimentación no solo contribuía a mantener a los legionarios, sino que también ayudaba a producir los soldados más sanos y mejor alimentados que había visto el mundo en aquella época.

Para los oficiales, máximos responsables de la salud de los hombres, poco se podía esperar de hombres que han de combatir tanto con la enfermedad como con el enemigo: "La salud en el campamento y la victoria en la batalla dependen de ello".

Aquis Querquennis CC3 by Luis Miguel Bugallo Sánchez


El lugar
Para elegir el lugar del campamento era muy importante el suministro de agua:

«La salubridad del agua se reconoce así: ante todo, que no proceda de estanques o charcas, que no tenga su nacimiento en las minas, que sea trasparente y no esté alterada por sabor u olor alguno y que no deposite lodo, que alivie el frío por tibia y aplaque el calor del verano por fresca».

Eran conscientes de que había cosas ocultas en el agua así que también buscaban síntomas en los habitantes de la zona: si la faz y la cabeza la tenían sanas y sin afecciones; si la enfermedad era frecuente en pulmones y estómago; si en el vientre o los riñones no había dolor o inflamación o enfermedades en la vejiga. Cuando esos síntomas eran visibles en muchos de los residentes había que evitar al máximo posible esa zona.

No eran apreciados los lugares apartados o valles profundos en los que fueran frecuentes las nieblas y en los que no se renovara el aire con frecuencia. Por ese motivo buscaban si los habituales de la zona tenían: un color sano; la cabeza bien erguida; la mirada clara; el oído fino y la voz cristalina. De esta forma, tan elemental, se comprobaba la pureza del aire, pues lo contrario denotaba un tipo de clima insano.

Ejemplos de otras medidas de prevención
Los almacenes, horrea, se orientaban al norte, lejos de los baños, hornos, estercoleros y establos, cisternas, aguas sucias y demás sitios de mal olor. Se situaban además un poco elevados y lejos de toda humedad, frescos, ventilados y secos.

Para dotar de agua a los aljibes les parecía más higiénico llevar el agua por tuberías de barro y que se recogiera en una cisterna cubierta. Además, el agua de lluvia era la preferida para dar de beber a los hombres, hasta el punto de que, aunque se pudiera recurrir al agua corriente, esta, si era posible, debía dejarse para los baños y el cultivo de las huertas.

Los establos y las cuadras de los caballos y de los bueyes se construían mirando al sur, pero con ventanas mirando al norte que se cerraban en invierno y se abrían en verano. Era aconsejable que se orearan al mediodía y se expusieran al sol. Para mitigar el calor del verano, construían con horcas, estacas y follaje y hojas sombras para los animales. Había que evitar al máximo la humedad en estas instalaciones. Eran totalmente conscientes que tras la enfermedad de los animales asomaba la enfermedad en los hombres.

Las famosas letrinas se debían construir lo más lejos posibles de los anteriores lugares. En los campamentos “estables” se construían con canales de desagüe y recolección de las aguas negras por medio de una red de alcantarillado. La evacuación se hacía río abajo y lo más lejos posible de la captación de agua.

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FUENTES:
Tratado de agricultura de Rutilio Tauro Emiliano Paladio
Legio XIIII Capsarius/Medicus Equipme Built by Joseph Biggie.
Collective Care of Soldiers and Slaves: Roman Valetudinaria ( academia.edu)
La cirugía en el imperio romano. Luis Monteagudo Garcia.
Epitoma institutorum rei militaris de FLAVIO VEGECIO
EL EJÉRCITO ROMANO de Antonio Diego Duarte Sánchez.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

MEDICINA EN EL EJÉRCITO ROMANO

El Imperio Romano tenía uno de los ejércitos mejor entrenados y triunfales del mundo antiguo, pero los legionarios no solo eran necesarios para conquistar nuevas tierras y defender el territorio, sino que también se ocupaban de mantener el orden, construir calzadas, acueductos y ciudades. Dicho de otro modo: eran mano de obra cualificada. Por todo ello era vital mantener a las tropas tan en forma y saludables como fuera posible, y que tanto los heridos como los enfermos recibieran cuidados en razón a la escasez de buenos reclutas. Un legionario estaba en servicio 20 años, esa experiencia tenía que ser optimizada. Según estos condicionantes, el Imperio Romano dependía de la disponibilidad de tropas sanas y por ello cada fortaleza militar tenía un equipo médico permanente.

Wiki Creative Commons 4.0 by Rabax63


Se atribuye a Augusto la creación de un cuerpo médico, le otorgó los medicii un estatus especial, y los elevó al rango de ecuestre. También los liberó de muchos impuestos para que el servicio en el ejército fuera atrayente.


Desde los inicios del Principado se diseñaron sofisticados hospitales permanentes, valetudinaria, con salas especializadas para diferentes tareas, y con aislamiento de algunos pacientes para reducir la propagación de enfermedades, algunos con calefacción central y buena ventilación. De hecho los mejores hospitales que existían en el mundo romano fueron los del ejército en los castra de las zonas fronterizas.

Según Flavio Vegecio Renato la máxima responsabilidad de la salud de los hombres era de los oficiales. Estos y los médicos estuvieron altamente motivados para intentar disminuir la gran cantidad de bajas sufridas por las tropas en el curso de tantas batallas y enfermedades.


En cuanto a traumatología está claro que eran los médicos en tiempo de guerra los que llegaron a la mayoría de las innovaciones, porque estuvieron organizados, repartidos por todo el Imperio y se aplicaron para captar y difundir cualquier información o técnica nueva que funcionase bien. Se podría afirmar que los soldados romanos recibieron una atención médica superior a la que podía imaginar cualquier ejército de la antigüedad.

El cuerpo médico estaba totalmente integrado en la estructura militar. Decir que hubo varios rangos asociados con el cuerpo médico y las reformas militares también afectaron a esta parte del ejército, de tal manera que se desconoce exactamente la diferencia exacta entre todos ellos. Comparar fuentes de diferentes épocas y generalizar puede llevarnos a error. En teoría todos los miembros del cuerpo recibían entrenamiento médico militar formalizado. Algunos de estos rangos incluyen:


Milites medicii: Soldados de menor rango con habilidades médicas especiales que los hicieron inmunes del trabajo manual que los otros legionarios tenían que hacer.


Optio valetudinarii: No tenía que ser médico, el administrador de las instalaciones y la intendencia del hospital.


Capsarii: Médicos de campo o paramédicos. Llamados así por los capsae de vendajes que llevaban. El capsarius era el encargado de preparar y llevar la bolsa (la capsa es una caja redonda que contiene vendajes y apósitos), donde se guardaba el instrumental médico y los ungüentos que se utilizaban en el campo de batalla, Justo detrás de las primeras líneas en acción. Tras aplicar los primeros auxilios, se transportaba al herido al hospital de campaña. Cada legión disponía para ello de una unidad especial compuesta de carros, caballos y camilleros. Esto buscaba dos objetivos: el primero, evacuar al herido de gravedad rápidamente con los primeros cuidados, y el segundo, asistir al herido leve, se trataba básicamente de curar rápidamente a los heridos menos graves, para que volvieran al campo de batalla lo antes posible.


El seplasiarius: Un hombre responsable de suministrar ungüentos para la curación de heridas.


El medicus sesquiplicarius: Médico de una legión entera.


Medicus ordinarius: Médico de una cohorte legionaria. Era un médico especializado, con el rango de centurión, aunque con responsabilidades exclusivamente médicas. Además del encargado de los Capsarii de su unidad.


Medicus duplicarius: En alaes o cohortes auxiliares. Probablemente un rango medio entre medicus y el optio.

Instrumental capsarii, grupo de recreación Barcino Oriens

Entre las funciones del cuerpo médico militar no solo estaba la atención a los soldados heridos en la batalla, sino también la prevención y el control y el tratamiento de enfermedades infecciosas, una fuente importante de víctimas. Así pues, estos también se centraron en cuestiones como la dieta, salubridad de las aguas, ejercicio e higiene.

Las actividades quirúrgicas sólo las realizaban los correspondientes especialistas. El material de un médico militar incluiría forceps, escalpelos, catéteres, e incluso, extractores de flechas. Los cirujanos empleaban un amplio espectro de analgésicos y sedantes para ayudar en la cirugía, incluyendo extractos de amapolas de opio (morfina), y semillas de henbane (escopolamina). Podían tratar llagas y heridas con ungüentos y pociones, y prepararían medicaciones diversas con plantas y especias. También llevarían a cabo cirugía elemental, aunque, en ausencia efectiva de anestésicos, algunos morían a consecuencia del shock y el dolor. La imperfección de los antisépticos de la época implicaba que, a veces, infecciones postquirúrgicas y gangrena consecutiva, en algunos casos, podían acabar en amputación o en algo peor, la muerte.


Aunque los romanos no entendían realmente la relación de los gérmenes con las enfermedades, empleaban muchas de las técnicas antisépticas: hervían el instrumental antes de usarlo, no re empleaban el mismo instrumento en un paciente sin antes rehervirlo y lavaban las heridas con acetum (vinagre).


Los cirujanos sabían cómo usar los torniquetes y las ligaduras para parar la pérdida de sangre, pues conocían que las arterias y las venas transportaban sangre. El conocimiento de los médicos romanos del sistema circulatorio permitió otras innovaciones médicas, como el torniquete hemostático para detener la pérdida masiva de sangre; y la grapa quirúrgica para suturar arterias.

Fueron capaces de desarrollar sus habilidades en el campo de batalla, tratando a soldados heridos y enfermos, y se beneficiaron de los nuevos tratamientos y medicamentos aportados a medida que más y más pueblos y culturas fueron conquistados por el Imperio.

Para saber más:
Técnicas médicas romanas de Gladiatrix en la Arena.
Herramienta de cirugía ocular de Atenea Nike


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 FUENTES.

Tratado de agricultura de  Rutilio Tauro Emiliano Paladio.

Legio XIIII Capsarius/Medicus Equipme Built by Joseph Biggie.

Collective Care of Soldiers and Slaves: Roman Valetudinaria (academia.edu).

La cirugía en el imperio romano. Luis Monteagudo García.

Re Militari de Flavio Vegecio Renato.

sábado, 25 de septiembre de 2021

Nociones sobre la visión del Sexo de las mujeres romanas en el matrimonio.

Poco se sabe realmente de lo que sucedía cuando se cerraba la puerta de una alcoba. Sin embargo, no cabe duda de que el sexo es una parte normal de la vida conyugal entre el hombre y la mujer. Estas líneas son una visión generalizada de lo que reinaría en la antigua Roma. En aquel tiempo el sexo reflejaba el modelo cultural dominante/sumisa de la institución del matrimonio. Dentro de esa costumbre existía la posibilidad de que la mujer fuese una buena pareja sexual. Una canción de boda compuesta por el poeta de la élite, Catulo, puede captar la esencia real: «Novia, asegúrate de que no te niegas a hacer lo que tu marido te pida, o irá a buscarlo a otro sitio».


Artemidoro confirma esta actitud en la gente corriente:

«Tener relaciones con la esposa dispuesta y sumisa (no reacia al sexo) es algo bueno a juicio de todo el mundo, puesto que la esposa representa para el que sueña el arte o la profesión que le proporciona placer o domina, ya que también controla a su mujer. El sueño augura beneficios derivados de esas cosas ya que, por un lado, el hombre obtiene placer del acto de Afrodita, y por otro, obtiene placer al recibir beneficios. Sin embargo, si la esposa es reacia o no se ofrece, ello es señal de lo contrario». (Sueños 1.78)

Matrona romana, John Willians Godman, dominio público


Resulta fácil imaginar a las esposas experimentadas aconsejando a las novias jóvenes que hagan lo que desee el marido: «los hombres siempre son hombres», «los hombres son así» o «tú dale hijos, sobre todo varones, y se te acaban los problemas». Reconocimiento del elemento psicológico del sexo en el matrimonio junto con el elemento procreativo.

El mismo Artemidoro nos dice:

«El miembro viril se corresponde con los progenitores, puesto que contiene el principio de la generación; con los hijos, ya que así mismo es la causa de su nacimiento; y con la mujer y con la amante, porque es imprescindible, para el acto amoroso. De igual modo, con los hermanos y con todos los parientes consanguíneos, en razón de que cualquier género de parentesco procede del pene. Este representa la fuerza y la hombría corporal, debido a que es la fuente de ellas, hasta el punto de que es llamado por algunos «virilidad» (Sueños 1.45).

El texto era muy explícito y recordaba que el varón era el amo y creador y la hembra el receptáculo, por lo que debía mostrarse sumisa. Con seguridad estas ideas iban asociadas a otras religiosas: «Así lo quieren los dioses».

Los hombres eran más o menos libres de satisfacer sus impulsos sexuales con esclavas y prostitutas; las mujeres no. De modo que el placer sexual «respetable» de la mujer quedaba restringido al matrimonio. Indudablemente, podía disfrutar del sexo y, de hecho, debía hacerlo si había de tener lugar la concepción. Médicos, desde Hipócrates a Sorano, pasando por Galeno, relacionaban el orgasmo femenino o, como mínimo, una actitud positiva ante el acto sexual, con la concepción. Por consiguiente, dentro de la función fundamental de la mujer casada -la procreación-, el disfrute del sexo no sólo estaba permitido, sino que era deseable.

Aun así no hay que olvidar que el grado de disfrute variaba desde «cumplir de buen grado con su deber» hasta caer en el exceso sexual.

«Cómo se recibe el placer es también de gran importancia, pues las esposas concebirán más a menudo si el acto se realiza como los animales salvajes y domésticos, porque de este modo, con los pechos hacia abajo y los genitales elevados, la semilla del varón llegará donde ha de llegar». (Sobre la naturaleza de las cosas)

«Los movimientos sexualmente estimulantes son absolutamente inútiles para las esposas, puesto que una mujer no concibe -e incluso lucha contra ello- si favorece con entusiasmo la penetración del hombre con el movimiento de sus caderas y hace que eyacule en su convulso seno. Pues aparta el surco de la reja del arado y evita que la semilla caiga donde debería». (Sobre la naturaleza de las cosas)

Hay una frase de Publilio Siro que vale la pena repetir: «Una esposa cumplidora aparta al hombre de las prostitutas» (Máxima 492). Así pues si bien las esposas podían disfrutar del sexo «natural», en general, un comportamiento «desviado» (cualquier actividad sexual que fuese más allá de la procreación) estaba, en principio a ojos públicos, mal visto en el lecho conyugal.



El impacto del lesbianismo en la vida de las mujeres corrientes es imposible de valorar, pero no cabe duda de que ese tipo de experiencias estaban presentes. Lucio escribe:

«Ven, época futura, legisladora de extraños placeres, crea nuevos caminos para la lujuria masculina, pero concede el mismo privilegio a las mujeres y permíteles tener relaciones entre ellas como hacen los hombres. Permíteles ceñirse astutamente instrumentos libidinosos, monstruosidades misteriosas que carecen de semilla, y que las mujeres yazgan con mujeres como lo hacen los hombres. Que el lesbianismo displicente campe a sus anchas, y que las alcobas de nuestras mujeres emulen a Filenis, deshonrándose con amores sáficos. (Asuntos del corazón)

Artemidoro aporta pruebas de que el lesbianismo era practicado por la población en general, ya que en su obra se plantea la posibilidad de que una mujer posea a otra:

«Si una mujer penetra a otra compartirá sus secretos con la que es penetrada. Pero si no conoce a la penetrada, emprenderá tareas frívolas. Si una mujer es penetrada por otra, se divorciará de su marido o enviudará. Sin embargo, conocerá los secretos de la que está haciendo el acto». (Sueños 1.80)

Esta mención explícita al lesbianismo se compensa con otras según las cuales las relaciones homosexuales entre mujeres debían evitarse; así, por ejemplo, Pablo critica a «las mujeres politeístas por «cambiar las relaciones naturales por relaciones antinaturales» (Romanos 1:26).

Favourite custom, Sir Lawrence Alma-Tadema, dominio público.

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Fuentes: 
La Roma de los olvidados de Robert C Knapp.
La interpretación de los sueños de Artemidoro.


sábado, 21 de agosto de 2021

NOCIONES SOBRE LA RELIGIOSIDAD DE LOS ROMANOS.

 

El pueblo romano fue, según testimonio de ellos mismos, el más religioso de la Antigüedad pues tenía la convicción de que el orden natural era el orden de los dioses. Por eso, para ellos, era tan importante la pax deorum o el pacto y la unidad entre hombres y dioses que se alcanzaba mediante la estricta observación de las virtudes y la religión. Pretendían comprender a los dioses, es decir, las fuerzas de la naturaleza, u orden natural, que los rodeaba. Para un romano los dioses eran el camino a la sabiduría y la humanidad que los completaba como seres; y a la “sabiduría” sólo se llegaba mediante la pax deorum. Este acuerdo simbolizaba que los dioses les eran favorables puesto que los romanos estaban en paz y armonía con las fuerzas naturales. Como estos observaban esta pax las divinidades eran favorables a Roma.



«Por mucho que nos amemos, senadores, no podemos igualar a los hispanos en número, a los galos en fortaleza, a los cartagineses en astucia, a los griegos en las artes, ni a los mismos italianos y latinos en el sentimiento nativo y natural de este pueblo y esta tierra; pero en la piedad, en la religión y en esa sabiduría especial por la que sabemos que todo se rige y se gobierna por la voluntad de los dioses, superamos a todos los pueblos y naciones» (Nat.2.3, Cicerón).



Polibio, Varrón y Tito Livio nos dejan también en sus textos su opinión sobre el tema. Los romanos, según ellos, eran más religiosos que los mismos dioses. Tenían treinta mil dioses o más, pues había que añadir los numina, fuerzas divinas, que residían en la naturaleza. Presumían a su vez que Roma era una ciudad que estaba impregnada de religión ya que había infinidad de templos en los que residían los dioses. Fustel de Coulanges, historiador francés, afirma que en Roma había más dioses que ciudadanos y que no existía un solo acto en la vida privada o pública de los romanos en que no se hiciera intervenir a los dioses.



Fustel de Coulanges en su obra La Ciudad Antigua comenta lo siguiente:

«La casa de un romano era para él lo que un templo para nosotros: en ella se encuentra su culto y sus dioses. Su hogar es un dios; dioses son los muros, las puertas, el umbral; los límites que rodean su campo también son dioses. La tumba es un altar; sus antepasados, seres divinos. Cada una de sus acciones cotidianas es un rito, el día entero pertenece a su religión. Mañana y tarde invoca a su hogar, a sus Penates, a sus antepasados; al salir de casa o al volver, les dirige una oración. Cada comida es un acto religioso que comparte con sus divinidades domésticas. El nacimiento, la iniciación, la imposición de la toga, el casamiento y los aniversarios de todos estos acontecimientos, son los actos solemnes de su culto. Sale de su casa y apenas puede dar un paso sin encontrar un objeto sagrado: o es una capilla, o un lugar herido antaño por el rayo; tan pronto ha de concentrarse para pronunciar una oración, como ha de volver los ojos y cubrirse el rostro para evitar el espectáculo de un objeto funesto. Todos los días sacrifica en su casa, cada mes en su curia, varias veces al año en su gens o en su tribu. Además de todos estos dioses, aún debe culto a los de la Urbe. Hace sacrificios para dar gracias a los dioses; realiza actos, y en mayor número, para calmar su cólera. Un día se muestra en una procesión danzando, según un ritmo antiguo, al son de la flauta sagrada. Otro día conduce los carros donde van las estatuas de las divinidades. Otra vez un lectisternium, en medio de la calle se dispone una mesa con comida; las estatuas de los dioses se reclinan en sus lechos, y cada romano pasa, se inclina, llevando una corona en la cabeza y una rama de laurel en la mano. Hay una fiesta para la siembra; otra para la siega; otra para la poda de la vid. Antes de que el trigo haya espigado, ha hecho más de diez sacrificios e invocado a una docena de divinidades particulares para el éxito de la cosecha».

Para dar a entender la complejidad de las deidades romanas valga como ejemplo esta enumeración de los dioses que intervenían en el cultivo de los campos: Verváctor, «Arador de primavera»; Reparátor, «Preparador de la tierra »; Impórcitor, «El que hace surcos con el arado»; ínsitor, «el que ahonda la semilla»; Obarátor, «El que ara por encima»; Ocátor, «El que deshace los terrones con el rastrillo»; Sarcítor, «Cavador»; Subruncinátor, «Escardador»; Mésor, «Segador»; Convéctor, «Acarreador»; Cónditor, «Almacenador»; Prómitor, «El que saca». Tras pasar el tiempo algunas de estas deidades se unieron al culto a Ceres.

Los romanos sostenían que algunos ritos, acciones u objetos favorecían la buena suerte o alejaban lo negativo y transmitieron dichas creencias a sus descendientes, no olvidemos lo importante que eran para ellos las costumbres. El historiador francés, entre otras cosas, añade lo siguiente en cuanto a esto:

«Sobre todo tienen un gran número de fiestas para los muertos, porque les tiene miedo. Jamás sale el romano de casa sin mirar si aparece algún pájaro de mal agüero. Hay palabras que no se atreve a pronunciar en toda su vida. Si tiene algún deseo, lo escribe en una tablilla, que deposita al pie de la estatua de un dios. A cada momento consulta a los dioses y quiere saber su voluntad. Todas sus resoluciones las encuentra en las entrañas de las víctimas, en el vuelo de los pájaros, en los avisos del rayo. La noticia de una lluvia de sangre o de un buey que ha hablado le turba y le hace temblar; solo quedará tranquilo cuando una ceremonia expiatoria le haya puesto en paz con los dioses. Siempre sale de su casa con el pie derecho. Solo se corta el pelo en plenilunio. Lleva consigo amuletos. Contra el incendio cubre los muros de su casa con inscripciones mágicas. Sabe fórmulas para evitar la enfermedad y otras para curarla. Jamás delibera en el Senado si las víctimas no han ofrecido signos favorables. Abandona la asamblea del pueblo si ha oído el grito de un ratón. Renuncia a los proyectos más meditados si advierte un mal presagio o si una palabra funesta hiere sus oídos. Es valiente en el combate, pero a condición de que los auspicios le aseguren la victoria».
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Fuentes:
La Ciudad Antigua de N.D.Fustel de Coulanges. Barcelona 1971, traducción de C. A. Martín.
Diccionario de la Religión Romana de José Contreras Valverde, Gracia Ramos Acebes e Inés Rico Rico.

Imágenes.
1 - Bible museum in Njimegen. Roman town: Lararium - shrine for the patron gods of the house, Creative Commons 3.0 Wolfgang Sauber.
2- Panteón de Roma, portal pixabay, dominio público.

Ángel Portillo Lucas, autor de: 
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martes, 10 de agosto de 2021

La visión de las epidemias en la antigüedad.

«La plaga es un castigo del Señor por los pecados cometidos por los hombres», Juan de Éfeso.

Plague in an Ancient City by Michiel Sweerts, public domain



En contra de la creencia popular en ciudades como la Roma republicana la vida diaria se realizaba en un medio insano de hacinamiento, malnutrición y pobreza, con un alto riesgo de contaminación del agua y los alimentos con materia fecal humana y animal, sin olvidar los insectos. Un ambiente óptimo para la aparición de enfermedades transmisibles endémicas. Sin embargo estos fenómenos fueron normalmente locales. Después del Imperio y la globalización del mundo mediterráneo era mucho más fácil viajar y las rutas comerciales eran más extensas, llegando a Oriente; más vías para de acceso por los agentes patógenos.

The angel of death during the plague of Rome, Creative Commons 4.0 by Fæ



Lo explicado anteriormente no era para la época la causa de la enfermedad. La visión general era que los dioses intervenían en todos los quehaceres de la vida y que con su paz o con su ira se podía explicar todo. Dicho de otro modo, ellos eran el orden natural de las cosas, si éste se rompía, sobrevenía, entre otras cosas, la enfermedad. El concepto de que los dioses curaban las enfermedades era tan real, tan cierto, que se consideraba incuestionable. De ahí que el tratamiento de estas plagas o pestilencias se abordó desde tres ámbitos.

En primer lugar, se pusieron en marcha medidas de carácter religioso, con el fin de aplacar a los dioses. Por ejemplo, en Roma tras una gran epidemia en 239 a. C. se introdujo el culto a Esculapio (Asclepio, dios griego de la medicina) el templo de la cual se elevó a la isla Tiberina.

En segundo lugar, se trató de utilizar el conocimiento de la época a través de la actuación de los médicos, sacerdotes o sanadores, que en la mayoría de las ocasiones eran la misma persona. Los tratamientos no escapaban a esta realidad social, oraciones y ofrendas eran, sin duda, rituales de curación que buscaban congraciarse al paciente con la divinidad. No podemos olvidar aquí el importante uso de remedios de herborista o minerales que se suministraba al enfermo mezclado con la liturgia del rito expiatorio.

Finalmente, fue constante la implicación del estado, o el poder público, en la lucha para vencer a la enfermedad, porque el ataque de la pandemia constituía un factor de ruptura de la cohesión y del orden social. Tucídides, historiador y militar, nos relata lo siguiente sobre la peste de Atenas: «Los era igual mostrarse piadosos o impíos, ya que veían a todos morir por igual. En caso de actos criminales, nadie conseguía vivir lo suficiente para que tuviera lugar el juicio; mucho más pesada era la amenaza para la que ya estaban condenados ». Sobre la peste de Justiniano del historiador Procopius Caesarensis nos indica: «El confinamiento y aislamiento eran totales, porque era más que obligatorio para los enfermos», y añade «Justiniano, dada la desesperada situación, distribuyó pelotones de guardias por las calles. Con el dinero del tesoro imperial e incluso poniendo de su propio bolsillo sepultaba cuyos cuerpos no tenían a nadie que se ocupara de ello».

Por Ángel Portillo Lucas
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Fuentes:
Una aproximación a las pestes y epidemias en la antigüedad, Enrique Gozalbes Cravioto i Inmaculada García García.
Diccionario de la Religión Romana, Jose Contreras Valverde, Gracia Ramos Acebes i Ines Rico Rico. 
Los bajos fondos de la Antigüedad, C. Salles.

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