viernes, 27 de septiembre de 2019

EL AQUILA DE LA LEGIO II TRAIANA FORTIS.


« "El ejército debe acostumbrarse a responder ante órdenes dadas de improviso", dijo el general del siglo II Arriano, "algunas impartidas con la voz, otras mediante señales visuales y otras con toques de trompeta" [Arr., T, 27].
Originalmente, el estandarte del ejército romano era un simple palo, en torno al cual se ataba un pequeño haz de heno, que se utilizaba como punto visual de reunión para los soldados durante la batalla y como método para transmitir con señales las órdenes del comandante. El cónsul republicano Mario convirtió el águila, el ave sagrada de Júpiter, en símbolo único de la legión. Anteriormente se habían empleado todo tipo de animales, como lobos, osos, caballos, minotauros y águilas. El estandarte con el águila de la legión —inicialmente de plata y, más adelante, de oro— era un símbolo religioso además de práctico dotado con un enorme significado místico para los romanos. La recuperación de las «águilas» perdidas ante el enemigo era un acontecimiento muy celebrado que añadía lustre a la reputación de los generales responsables de la hazaña.

 Aquilifer, Legio II Traina Fortis (grupo Barcino Oriens).

El estandarte del águila era considerado, en palabras de Dión, «un pequeño altar». Lideraba la primera cohorte de la legión, cuya misión era defenderlo, y siempre permanecía junto al comandante de la legión. «Nunca se mueve de los cuarteles de invierno a menos que todo el ejército salga al campo de batalla», dijo Dión. «Un hombre lo lleva sobre un largo mástil acabado en una afilada punta para poder clavarlo firmemente en el suelo» [Dión, XL, 18]. Mucho tiempo después de la caída del Imperio romano, el águila que había simbolizado su grandeza sería adoptada como símbolo nacional por países como Alemania, Rusia, Polonia y Estados Unidos, y también sería utilizada por la Iglesia católica romana.»


Aquila, Signum y Vexillum de la Legio II Traina Fortis.


LEGIO II TRAIANA FORTIS, fundada en el 105 d.C.
DESTINOS: Laodicea, Nicópolis.
HONORES EN BATALLA:
Campaña parta de Trajano, 111-114 d.C.
Defensa de Alejandría, 172-173 d.C.

Creada por Trajano, de quien tomó el nombre, esta legión luchó bajo su mando contra los partos y conquistó su capital.
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Fuentes: Legiones de Roma de Dando Collins Stephen.

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domingo, 22 de septiembre de 2019

LOS ÚLTIMOS HÉROES DE ARSE (SAGUNTO). RELATO CORTO.


Se había precipitado todo: unos se lanzaron a la gran hoguera donde los pocos supervivientes habían arrojado todo objeto de valor, nada tenía que quedar para el despreciable general Aníbal Barca; otros mataron con sus propias manos a sus esposas e hijos, y algunas mujeres carentes ya de fuerzas y de hombre que lo hiciera pidieron la clemencia de una muerte rápida, ¡la deshonra que les esperaba con los púnicos era mucho peor¡ No fueron pocos, como en el caso de Armitalasko, que vieron caer murallas abajo a sus seres queridos pues su mujer no quiso que él sintiera en su falcata su sangre ni la de sus hijos y optó por saltar.
—Mamá, ¿me va a doler?
—No, Balcaldur, no te dolerá. Nunca dejaré que nadie te haga daño.
Así perdió a Sicedunin, su compañera, y a Balcaldur y Biulakos, sus dos hijos varones. En el corazón del guerrero dolía mucho más eso que cualquiera de las múltiples heridas que había sufrido durante los ocho largos meses de asedio.

Entre el olor a sangre y a muerte su caudillo, Isbataris, daba su último discurso a los pocos hombres que todavía le quedaban en pie.
—Hemos resistido durante muchos meses pero tras estos muros el despreciable Barca nos aguarda; no podemos pararlo. Nadie vendrá a ayudarnos y aunque lo hiciera ya es demasiado tarde para nosotros, nuestro destino está sellado. No podemos ganar y no podemos rendirnos. Hoy, en esta hora acabará todo para nosotros. Solo nos queda una cosa: la forma de morir.
Uleee—. Tronó entre los iberos.
—Saldremos y atacaremos, correremos hacia nuestro destino.
Uleee.
Tras este último grito se practicó un espacio en la ya castigada muralla. Isbataris salió rodeado de sus fieles, de los hombres que habían jurado dar la vida por él. Junto a su caudillo todos partirían hacia donde han de hacerlo los guerreros: a la memoria del pueblo y a la gloria.

Escudo y falcata en mano, Armitalasko, se enfrentó a la muerte en recuerdo de su ciudad, su esposa e hijos. No pudo hacer mucho, a unos cuarenta metros de la puerta una flecha le alcanzó el cuello. Notó como la sangre taponaba el aire que querían obtener ansiosos sus pulmones. En un esfuerzo inútil sus manos intentaron sacarse el dardo que atravesaba su carne pero era tarde, los estremecimientos no le permitían coordinar correctamente sus movimientos. Su cuerpo perdió la fuerza y el equilibrio y alcanzó totalmente el suelo. Poco después todo estímulo exterior dejó de ser recibido por sus sentidos, tan solo quedó el dolor. Aunque a él le pareció toda una vida, este también desapareció en unos instantes. Todo cesó.

¡Un lobo! Sin pensar, automáticamente, se protegió con su escudo y sacó de su vaina su querida falcata, con ella había matado a doce púnicos y mataría este lobo si hacía falta. Tras su defensa pudo por fin observar al depredador: el doble de lo normal; con el pelaje posterior de su cuello erizado; miraba calculando el menor descuido para lanzar el ataque, y la boca abierta enseñando como señal de superioridad sus poderosos colmillos. Se movía de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, con cada ciclo acortaba la distancia. El ibero no se amilanó, aguantó allí, en esa posición defendería su vida. El lobo al ver esto, cesó en su actitud: sin dejar de parecer peligroso, dejó de mostrarse amenazador.
—Veo, Armitalasko, que no tienes miedo—. El lobo habló.
—Soy de Arse, hace tiempo que vencí al miedo.
—Sí, te conozco. Arrojo, inteligencia, lealtad, disciplina, devoción, resistencia y valentía, ¿de quién hablo?
—De los iberos.
—Hablo de los lobos, pero como dices también hablo de los iberos pues tenéis el mismo comportamiento. ¿Quién soy?
—Eres el dios protector y mi guía al más allá.
—Así es. Esperaremos aquí a tus compañeros. Hoy no serás el único, los héroes nunca han de viajar solos.
—Espíritu, ¿qué será de Arse?
—Vuestra hazaña será recordada por siglos y las generaciones venideras conocerán el valor de los arsetanos y lo aquí sucedido. Tu ciudad volverá a renacer con el nombre de Sagunto.

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Escrito por Angel Portillo. 

Castillo de Sagunto, CC4 by Diego Delso (imagen recortada).

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martes, 17 de septiembre de 2019

EPÍSTOLA DE HADRIANO, (MOTIVO: LOS HIJOS ILEGÍTIMOS DE LOS LEGIONARIOS).


Me referiré aquí a una epístola relativa al problema del matrimonio ficticio de los soldados y la incapacidad de heredar de los hijos habidos durante su periodo de servicio.
Fue el mismísimo Augusto quién prohibió que los soldados se casaran mientras estuviesen en servicio activo. Así pues los hijos, que eran en este caso ilegítimos y no reconocidos por el estado, no podían heredar de sus padres durante su etapa activa. En la época de Hadriano se hizo patente que los soldados tenían familias, mujeres estables y descendencia. 

Busto de Hadriano en el museo Capitolino, dominio público.

Estos desajustes entre el derecho y la realidad (la realidad va siempre por delante del derecho) justifican el cambio de la norma por parte de Hadriano. Tras este edicto se reconocía el derecho de los hijos habidos en tales matrimonios a reclamar bienes del padre militar fallecido.

Carta del Emperador, que se publicó en el año 3 del imperio de Hadriano (119 d.C.), durante el consulado de Publio Dasumio Rústico y el tercer consulado del Emperador César Trajano Hadriano Augusto:

Vísperas de las nonas de agosto.
(4 de agosto, las nonas o “nonae” de ese mes eran el 5 y los “idus” el 13).

«Ya sé, amigo Ramnio (parece ser el prefecto de la legión III Cyrenaica), que los hijos habidos durante el servicio militar no pueden heredar de sus padres, y esto no parecía demasiado severo, ya que aquellos habían infringido la disciplina militar. Pero yo aprovecho gustoso las ocasiones de interpretar más humanamente lo que fue estatuido con más rigor por los emperadores que me precedieron. Por lo cual, dispongo que, a pesar de no ser legítimos los hijos habidos durante el servicio militar, también ellos, a pesar de eso, puedan reclamar la posesión hereditaria por aquella disposición del edicto en la que se concede a los cognados, según su grado. Es aconsejable que comuniques públicamente este beneficio mío a mis soldados y a los veteranos, no para que parezca que yo reconozco su derecho, sino para que se acojan a él si no lo sabían.»


(Cognados: en derecho romano, persona unida a otras por lazos de parentesco natural).

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Fuente: Militares y Civiles en la Antigua Roma de Juan José Palao Vicente.

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viernes, 13 de septiembre de 2019

SACRAMENTUM A LA UNIDAD (centuria), fragmento de Lignvm.

Roman soldier in lorica segmentat, CC3 by MatthiasKabel (retocada).

Tras haber jurado lealtad a Roma, Aurelio Vitalis o Lignum en las legiones, es llevado frente a su nueva centuria donde deberá volver a jurar, esta vez frente a sus compañeros.

Fragmento de Lignum:

«Allí tuvimos que formar en una línea junto a una media docena más de los nuevos legionarios. En frente de nosotros estaban los miembros veteranos de la IV Centuria de la VI Cohors. Parece ser que nos iban a asignar definitivamente a esa unidad. [...]
El centurión abandonó su puesto a la izquierda de la primera fila de sus hombres dirigiéndose sin prisas hacia nosotros. Fue desplazándose por delante de cada uno de los nuevos legionarios. A pocos centímetros de cada uno nos miraba a los ojos. Nadie, ni siquiera Quinto, pudo aguantarle la mirada; aun así, creo que fue el único que no tembló ante Prisco. Recuerdo que empecé a tragar saliva cuando estaba todavía a dos hombres de mí. Una vez nos hubo asustado a todos, una vez supo que había impuesto su autoridad con tan solo su mirada, el centurión levantó entonces la mano dirigiendo su mirada a su optio, que vino a paso militar hasta nosotros.

—A sus órdenes, mi centurión.
Optio, estos hombres se van a incorporar a la unidad.
—Entendido, mi centurión.
Prisco dio un pequeño golpe con su vitis a Tito.
—¡Miles Tito, dos pasos al frente! —ordenó Figulo.
Nuestro compañero se adelantó y se puso firme. El optio abrió su cartera y sacó de ella un pequeño pergamino, que entregó al tembloroso legionario.
—Portaestandarte de la centuria, rinde honores.
Mientras este levantaba el estandarte todo lo que le era posible y lo balanceaba un poco, cada uno de los hombres inclinó su pilum en señal de respeto. En completo silencio, solo se oyó el ruido metálico que el rápido movimiento de los hombres provocó en sus loricas segmentatas y el típico «clin, clin».
Miles Tito, serás el responsable del juramento.
—Sí, mi optio.
El elegido abrió el pergamino y empezó a leerlo.
—Juro ante Júpiter Optimus Maximus, Marte y Victoria que nunca abandonaré a los camaradas para salvar mi propia vida ni abandonaré mi puesto en la línea de batalla excepto para recoger un arma, atacar a un enemigo o salvar a un compañero. Juro también que obedeceré siempre a los oficiales y suboficiales de mi unidad. Si no cumplo este juramento, mis comandantes pueden disponer de mi vida.
—Juro —gritó Prisco.
—Yo también juro —gritó el resto de hombres.
—Juro morir defendiendo los símbolos de Júpiter, el rayo y el águila que lo representan.
—Juro.
—Júpiter es el dios más grande, el dios de la luz, del cielo y del trueno. Nos honra con sus favores porque los romanos le servimos y damos nuestra vida por él. Eso nos hace superiores a todos los demás pueblos.
— Júpiter, Júpiter, Júpiter.
—Juro lealtad al padre de la patria, el divino emperador César Nerva Trajano Augusto.
—Yo también juro.
—Salve.
—Salve, salve, salve
El portaestandarte de nuestra centuria bajó al suelo nuestra insignia y cada uno de los hombres puso su pilum en vertical produciendo de nuevo el mismo ruido.
Milites, bienvenidos a la IV Centuria de la VI Cohors. Roma... e... —pronunció nuestro centurión.
—Eterna.
Milites, ocupen sus puestos en la formación —ordenó el centurión.
Los nuevos miembros nos dirigimos a paso militar al final de la unidad y ocupamos nuestro sitio. En esos momentos todos los nuevos legionarios creíamos que nosotros solos acabaríamos con los dacios, los roxolanos y los sármatas a la vez; no quedaría ni uno solo de los enemigos del otro lado del Danuvius. Ver a Prisco con toda su centuria detrás de él, oírlo jurar por Júpiter junto a todos sus hombres era sin duda motivador. Estaba seguro de que todos cumpliríamos nuestra promesa; antes morir que deshonrar a Roma. No podía parar de pensar que habíamos tenido suerte con la asignación; todos los compañeros de viaje destinados a la I Italica estábamos juntos. No hacía mucho que nos conocíamos pero ya habíamos pasado algunas aventuras, compartido dolor y, sobre todo, odiábamos a los mismos oficiales y suboficiales.»
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Fuentes: LIGNVM de Ángel Portillo.

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domingo, 8 de septiembre de 2019

LUCIO JUNIO BRUTO Y EL NACIMIENTO DE LA REPÚBLICA ROMANA.


SPQR en piedra CC3 by Lamrée

Tarquinio asediaba la ciudad de los ardeates (Ardea) con la excusa de que acogía a diez fugitivos de Roma. Aunque parece más cierto que lo hacía por su riqueza, era una ciudad muy próspera. Como los defensores resistían y el asedio se prolongaba mucho tiempo, los soldados romanos estaban agotados, sumar a eso que los ciudadanos estaban agobiados por los impuestos necesarios para mantener al ejército. Solo hacía falta un detonante para que todo explotara. En ese tiempo Sexto, el mayor de los hijos de Tarquinio, fue enviado por su padre a una ciudad llamada Colacia (15 km al noroeste de Roma), al parecer para llevar a cabo ciertas gestiones militares. Se alojó en casa de su pariente Lucio Tarquinio, apodado Colatino. Ese fue el detonante, el hijo de Tarquino el Soberbio abusó de Lucrecia la mujer de Lucio Tarquinio Colatino, siendo este el origen de la leyenda de Lucrecia.

La muerte de Lucrecia de Eduardo Rosales, Dominio público



Esta se quitó la vida pues al parecer no podía vivir con la vergüenza y el deshonor de haber sido violada. Con el liderato de Lucio Junio Bruto se inició la revuelta que expulsó al último Rey de Roma e inició la República Romana.

Cuando Bruto vio junto al esposo y al padre el cadáver de la mujer juró ante ellos y ante los dioses: «Lucrecio, Colatino y todos vosotros, mil ocasiones tendréis de llorarla, pero ahora consideremos cómo vamos a vengarla, pues el momento presente lo exige», mientras aún estaban sobre cogidos por el dolor añadió, «Por esta sangre yo juro, y a vosotros, oh dioses, pongo por testigos de que expulsaré a Lucio Tarquinio el Soberbio, junto con su maldita esposa y toda su prole, con fuego y espada y por todos los medios a mi alcance, y no sufriré que ellos o cualquier otro vuelvan a reinar en Roma». Tras eso Bruto planificó como actuar. Se mandaron hombres de confianza a las puertas y murallas para que el rey no se enterara de nada de lo que se prepararía en la ciudad. Se llevó el cuerpo de Lucrecia empapada aun en sangre y se expuso ante todos. Se llamó al pueblo y se inició una asamblea.

Explicaron al pueblo lo sucedido y todos se pusieron de acuerdo en acabar con el que para ellos era un tirano. Al ver esto Bruto propuso: «Puesto que os parece bien actuar de esta manera, consideremos ahora qué poder gobernará la ciudad después del derrocamiento de los reyes, quién lo designará y, todavía antes, qué forma de gobierno instauraremos una vez libres del tirano; pues es preferible tener todas estas cuestiones decididas antes de emprender una acción de tamaña importancia, y no dejar nada sin examinar y consultar previamente. Por tanto, que cada uno de vosotros manifieste lo que piensa al respecto».

Tras eso varios oradores expusieron sus ideas, que pasaban desde otro monarca, a una gestión parecida a la democracia ateniense o que el senado se hiciera con el gobierno de la ciudad.

Brutus, Musei Capitolini, dominio público.-

Como no parecían ponerse de acuerdo Bruto volvió a tomar la palabra y hablando a todos pronunció el discurso con el que nació la Republica:

«A todos vosotros que estáis presentes, hombres nobles y de noble origen, yo no creo que en la actual situación debamos instaurar ningún régimen nuevo, pues el tiempo a que nos limitan los acontecimientos es breve y en él no es fácil cambiar la ordenación del Estado; además, el intento de cambio, aún en el caso de que acertáramos a tomar las mejores decisiones, es incierto y no exento de riesgo. Luego, cuando nos hayamos librado de la tiranía, nos será posible deliberar ya con mayor libertad y tiempo y elegir un gobierno bueno en lugar de uno malo, si es que hay alguno mejor que el que Rómulo, Pompilio y todos los reyes posteriores a ellos establecieron y nos han transmitido, y gracias al cual nuestra ciudad ha sido siempre grande y próspera y gobierna sobre muchos hombres. Pero las penalidades que suelen acompañar a las monarquías, por cuya causa degeneran en una crueldad tiránica y por las que todos las rechazan, os aconsejo que las corrijáis ahora y toméis precauciones para que no vuelvan nunca a presentarse. ¿Y qué penalidades son éstas? En primer lugar, dado que la mayoría se fija en los nombres de las cosas y en virtud de ellos o aceptan algo que les perjudica o evitan lo que les beneficia, y que entre estos últimos resulta estar la monarquía, os aconsejo que cambiéis el nombre del régimen y que no llaméis más reyes ni monarcas a los que vayan a tener el poder supremo, sino que les deis un nombre más moderado y humano. En segundo lugar, no hagáis que un solo criterio sea soberano en todos los asuntos, sino, por el contrario, confiad a dos hombres el poder real, como me he enterado que hacen los lacedemonios (Laconia en el Peloponeso) desde hace ya muchas generaciones, forma esta de gobierno por la que son los mejor gobernados y los más prósperos de todos los griegos. En efecto, al dividir el poder en dos y tener cada uno la misma fuerza, serán menos soberbios y orgullosos. El mutuo respeto, el mutuo impedimento de vivir entregados al placer y la rivalidad por conseguir una reputación de virtud serían las principales consecuencias de este honor y poder equitativamente repartidos.

En cuanto a los muy numerosos atributos que se dan a los reyes, creo que, si algunos son molestos y odiosos a los ojos de los más, debemos disminuir unos y suprimir otros —me refiero a estos cetros, a las coronas de oro y a los vestidos de púrpura y oro— excepto en algunas festividades y en las procesiones triunfales, ocasiones en que los llevarán en honor de los dioses, pues a nadie molestará si esto ocurre de tarde en tarde. En cambio, creo que hay que dejar a los hombres el trono de marfil en el que se sientan para juzgar, la blanca vestimenta bordeada de púrpura y las doce hachas que los preceden en sus salidas. Hay, además de esto, todavía otra cosa que creo que será la más útil de cuantas he dicho y la principal causante de que los que reciban el poder no cometan muchos errores: no permitirles gobernar vitaliciamente (pues un gobierno indefinido y no obligado a rendir cuentas de su actuación es penoso para todos y de él nace la tiranía), sino limitar a un año la duración del cargo, como sucede en Atenas. El hecho de que una misma persona alternativamente gobierne y sea gobernada, y sea desposeída del mando antes de que su mente se corrompa, refrena a las naturalezas audaces y no permite que el temperamento se embriague con el poder. Si establecemos estas reformas, nos será posible recoger los frutos buenos del régimen monárquico y liberarnos de los males que lo acompañan. Y para qué. También el nombre del poder real, que hemos heredado de nuestros padres y que entró en la ciudad sancionado por los augurios favorables de los dioses, se mantenga por su carácter sagrado, que se designe a un rey vitalicio encargado de los sacrificios que posea este honor durante toda la vida y que deje toda ocupación política y militar para tener como única función, al igual que el basileús (noveno arconte en Atenas), la dirección de los sacrificios y ninguna otra.

Escuchad de qué modo se llevará a efecto cada una de estas medidas. Yo convocaré la asamblea, como he dicho, puesto que la ley me lo permite, y expondré el plan: desterrar a Tarquinio con sus hijos y su mujer de la ciudad y el territorio de Roma, y mantener alejados por siempre incluso a sus descendientes. Cuando los ciudadanos hayan dado su voto favorable al plan, les daré a conocer la forma de gobierno que proyectamos instaurar y elegiré un interrex que designe a los que habrán de recibir el gobierno. El interrex por mí elegido, tras convocar una asamblea centuriada, nombrará a los que vayan a ocupar el gobierno por un año y concederá a los ciudadanos la posibilidad de emitir su voto acerca de ellos. Si a la mayoría de las centurias le parece bien ratificar la elección de esos hombres y los augurios con respecto a ellos son favorables, recibirán las hachas y demás atributos del poder real y se ocuparán de que habitemos un país libre y los Tarquinios no puedan regresar nunca a él, pues si no los vigilamos intentarán, lo sabéis bien, volver otra vez al poder por la persuasión, la fuerza, el engaño y cualquier otro procedimiento.

Éstas son, pues, las más importantes y válidas medidas que ahora os puedo proponer y aconsejar. Los detalles, que son muchos y no fáciles de examinar ahora minuciosamente (pues nos vemos limitados por la precipitación del momento), creo que debemos dejarlos en manos de quienes reciban el poder. Sin embargo, afirmo que estos hombres deben examinar todos los asuntos junto con el consejo del Senado, como hacían los reyes, no hacer nada sin contar con vosotros y llevar las decisiones del Senado ante el pueblo, como acostumbraban hacer nuestros antepasados, sin despojarlo de ninguna de las prerrogativas que tenía anteriormente. De esta manera desempeñarán su magistratura del modo más seguro y mejor»

Cuando Junio Bruto hubo presentado su plan, todos lo aprobaron. En seguida deliberaron acerca de las personas que tomarían el mando y decidieron designar interrex a Espurio Lucrecio, padre de la mujer que se había quitado la vida. Éste a su vez decidió nombrar a Lucio Junio Bruto y a Lucio Tarquinio Colatino para que ostentaran el poder de los reyes. Dispusieron que esos magistrados fueran llamados, en su lengua, cónsules. Este nombre, traducido a nuestra lengua, puede significar consejeros o delegados, pues los romanos llaman consilia a los consejos.

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Fuentes: Tito Livio – HISTORIA DE ROMA desde su fundación. Libro I, y Dionisio de Halicarnaso – Historia de la antigua Roma Libro IV.

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domingo, 1 de septiembre de 2019

DEJAR EL HOGAR PATERNO.



Como pequeña aportación al día de la Romanidad, desde el día 26 de agosto hasta el 4 de septiembre, ofreceré LIGNVM y LIGNVM en Tapae pertenecientes a la trilogía de La Vida de Aurelio a un precio reducido de 14,00€ cada uno. Ficción histórica ambientada en los primeros años del imperio de Ulpio trajano.
>> ROMA, 21 de abril de 753 a.C. a 4 de septiembre de 476 d.C. <<
LIGNVM -> https://amzn.to/2TVH9ro
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LIGNVM en ROMA -> Durante el 2020

(Para Saturnalias espero que alguien me regale un microfóno).


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