martes, 28 de agosto de 2018

La leyenda de Lucrecia y el final del último de los reyes de Roma.


En ese tiempo Sexto, el mayor de los hijos de Tarquinio el sobervio, fue enviado por su padre a una ciudad llamada Colacia, para llevar a cabo ciertas gestiones militares, se alojó en casa de su pariente Lucio Tarquinio, apodado Colatino. Este se encontraba por entonces en el campamento, pero su mujer romana, hija de Lucrecio, un ilustre varón, lo agasajó, como correspondía a un pariente de su marido, con gran solicitud y amabilidad.

Sexto trató de seducir a esta mujer, que era la más hermosa y prudente de las mujeres de Roma, pues ya desde hacía tiempo albergaba este deseo cada vez que se alojaba en casa de su pariente, y entonces creyó encontrar la ocasión apropiada. Después de la cena se fue a acostar y esperó gran parte de la noche. Cuando pensó que todos dormían, se levantó, fue a la habitación en la que sabía que dormía Lucrecia y entró con una espada. Se colocó junto al lecho, y la mujer, despertando al oír el ruido, le preguntó quién era. Él le dijo su nombre y le ordenó que guardara silencio y permaneciera en la habitación, amenazándola de muerte si intentaba huir o gritar. Tras asustar a la mujer de esta manera, le presentó dos alternativas y le pidió que eligiera la que prefiriera: una muerte deshonrosa o una vida feliz:
Pues si consientes dijo en concederme tus favores, te haré mi mujer y reinarás conmigo, ¿qué necesidad hay de que te explique todos los bienes de que disfrutan los reyes y que tú compartirás conmigo, si los conoces perfectamente? Pero si por salvar tu virtud, tratas de oponer resistencia, te mataré y luego daré muerte a uno de los criados, colocaré juntos vuestros cuerpos y diré que te sorprendí realizando una acción vergonzosa con el esclavo y que me encargué de vengar la honra de mi pariente, de modo que tu muerte será indigna y deshonrosa, y tu cuerpo no recibirá sepultura ni ningún otro de los honores acostumbrados.
Después de repetir insistentemente sus amenazas y sus súplicas y de jurar muchas veces que decía la verdad con respecto a las dos opciones, por miedo a la vergüenza que rodearía su muerte, se vio forzada a ceder y a permitirle llevar a cabo lo que pretendía. Cuando se hizo de día, Sexto regresó al campamento después de haber satisfecho su malvado y funesto deseo.
Lucrecia, abrumada por la pena y el espantoso ultraje, envió un mensajero a su padre en Roma y a su marido en Ardea, pidiéndoles que acudieran a ella, cada uno acompañado por un amigo fiel; era necesario actuar, y actuar con prontitud, pues algo horrible había sucedido. Espurio Lucrecio llegó con Publio Valerio, y Colatino, con Lucio Junio Bruto, a quien encontró regresando a Roma cuando estaba con el mensajero de su esposa. Encontraron a Lucrecia toda vestida de negro sentada en su habitación y postrada por el dolor. Al entrar ellos, estalló en lágrimas, y al preguntarle su marido si todo estaba bien, respondió:

—¡No! ¿Qué puede estar bien para una mujer cuando se ha perdido su honor? Las huellas de un extraño están en tu cama. Pero es sólo el cuerpo lo que ha sido violado, el alma es pura; la muerte será testigo de ello. Pero dame tu solemne palabra de que el adúltero no quedará impune. Fue Sexto Tarquino quien, viniendo como enemigo en vez de como invitado, me violó la noche pasada con una violencia brutal y un placer fatal para mí y, si sois hombres, fatal para él.

Todos ellos, sucesivamente, dieron su palabra y trataron de consolar el triste ánimo de la mujer, cambiando la culpa de la víctima al ultraje del autor e insistiéndole en que es la mente la que peca, no el cuerpo, y que donde no ha habido consentimiento no hay culpa.

—Es por ti, —dijo ella—, el ver que él consigue su deseo, aunque a mí me absuelva del pecado, no me librará de la pena; ninguna mujer sin castidad alegará el ejemplo de Lucrecia.

Después, tras abrazar a su padre, suplicar repetidamente a él y a quienes con él estaban y rogar a los dioses y divinidades que le concedieran una rápida partida de la vida, sacó una daga que llevaba oculta bajo los vestidos y de una sola puñalada se atravesó el pecho hasta el corazón. El griterío de las mujeres, sus llantos y golpes en el pecho invadieron la casa; el padre besaba y abrazaba el cuerpo de su hija, la llamaba por su nombre y se ocupaba de ella como si fuera a recuperarse de la herida, y ella, en sus brazos, se agitaba convulsivamente y agonizaba hasta que finalmente murió.

Mientras estaban encogidos en el dolor, Bruto sacó el cuchillo de la herida de Lucrecia, y sujetándolo goteando sangre frente a él, dijo:

—Por esta sangre  yo juro, y a vosotros, oh dioses, pongo por testigos de que expulsaré a Lucio Tarquinio el Soberbio, junto con su maldita esposa y toda su prole, con fuego y espada y por todos los medios a mi alcance, y no sufriré que ellos o cualquier otro vuelvan a reinar en Roma.

Luego le entregó el cuchillo a Colatino y luego a Lucrecio y Valerio. Juraron como se les pidió; todo su dolor cambiado en ira, y siguieron el ejemplo de Bruto, quien les convocó a abolir inmediatamente la monarquía. Llevaron el cuerpo de Lucrecia de su casa hasta el Foro, donde a causa de lo inaudito de la atrocidad del crimen, reunieron una multitud. Cada uno tenía su propia queja sobre la maldad y la violencia de la casa real. Aunque todos fueron movidos por la profunda angustia del padre, Bruto les ordenó detener sus lágrimas y ociosos lamentos, y les instó a actuar como hombres y romanos, y tomar las armas contra sus insolentes enemigos. Esto animó a los hombres más jóvenes y se presentaron armados, como voluntarios, el resto siguió su ejemplo.





Fuentes: Tito Livio – HISTORIA DE ROMA desde su fundación. Libro I, y Dionisio de Halicarnaso – Historia de la antigua Roma Libro IV.

Página Facebook: Angel Portillo ·Lignum en Roma·
Blog: Lignum en Roma
Amazon: LIGNVM
YouTube: Ángel Portillo Lucas.

Foto: dominio público, La muerte de Lucrecia de Eduardo Rosales.



No hay comentarios:

Publicar un comentario