domingo, 8 de septiembre de 2019

LUCIO JUNIO BRUTO Y EL NACIMIENTO DE LA REPÚBLICA ROMANA.


SPQR en piedra CC3 by Lamrée

Tarquinio asediaba la ciudad de los ardeates (Ardea) con la excusa de que acogía a diez fugitivos de Roma. Aunque parece más cierto que lo hacía por su riqueza, era una ciudad muy próspera. Como los defensores resistían y el asedio se prolongaba mucho tiempo, los soldados romanos estaban agotados, sumar a eso que los ciudadanos estaban agobiados por los impuestos necesarios para mantener al ejército. Solo hacía falta un detonante para que todo explotara. En ese tiempo Sexto, el mayor de los hijos de Tarquinio, fue enviado por su padre a una ciudad llamada Colacia (15 km al noroeste de Roma), al parecer para llevar a cabo ciertas gestiones militares. Se alojó en casa de su pariente Lucio Tarquinio, apodado Colatino. Ese fue el detonante, el hijo de Tarquino el Soberbio abusó de Lucrecia la mujer de Lucio Tarquinio Colatino, siendo este el origen de la leyenda de Lucrecia.

La muerte de Lucrecia de Eduardo Rosales, Dominio público



Esta se quitó la vida pues al parecer no podía vivir con la vergüenza y el deshonor de haber sido violada. Con el liderato de Lucio Junio Bruto se inició la revuelta que expulsó al último Rey de Roma e inició la República Romana.

Cuando Bruto vio junto al esposo y al padre el cadáver de la mujer juró ante ellos y ante los dioses: «Lucrecio, Colatino y todos vosotros, mil ocasiones tendréis de llorarla, pero ahora consideremos cómo vamos a vengarla, pues el momento presente lo exige», mientras aún estaban sobre cogidos por el dolor añadió, «Por esta sangre yo juro, y a vosotros, oh dioses, pongo por testigos de que expulsaré a Lucio Tarquinio el Soberbio, junto con su maldita esposa y toda su prole, con fuego y espada y por todos los medios a mi alcance, y no sufriré que ellos o cualquier otro vuelvan a reinar en Roma». Tras eso Bruto planificó como actuar. Se mandaron hombres de confianza a las puertas y murallas para que el rey no se enterara de nada de lo que se prepararía en la ciudad. Se llevó el cuerpo de Lucrecia empapada aun en sangre y se expuso ante todos. Se llamó al pueblo y se inició una asamblea.

Explicaron al pueblo lo sucedido y todos se pusieron de acuerdo en acabar con el que para ellos era un tirano. Al ver esto Bruto propuso: «Puesto que os parece bien actuar de esta manera, consideremos ahora qué poder gobernará la ciudad después del derrocamiento de los reyes, quién lo designará y, todavía antes, qué forma de gobierno instauraremos una vez libres del tirano; pues es preferible tener todas estas cuestiones decididas antes de emprender una acción de tamaña importancia, y no dejar nada sin examinar y consultar previamente. Por tanto, que cada uno de vosotros manifieste lo que piensa al respecto».

Tras eso varios oradores expusieron sus ideas, que pasaban desde otro monarca, a una gestión parecida a la democracia ateniense o que el senado se hiciera con el gobierno de la ciudad.

Brutus, Musei Capitolini, dominio público.-

Como no parecían ponerse de acuerdo Bruto volvió a tomar la palabra y hablando a todos pronunció el discurso con el que nació la Republica:

«A todos vosotros que estáis presentes, hombres nobles y de noble origen, yo no creo que en la actual situación debamos instaurar ningún régimen nuevo, pues el tiempo a que nos limitan los acontecimientos es breve y en él no es fácil cambiar la ordenación del Estado; además, el intento de cambio, aún en el caso de que acertáramos a tomar las mejores decisiones, es incierto y no exento de riesgo. Luego, cuando nos hayamos librado de la tiranía, nos será posible deliberar ya con mayor libertad y tiempo y elegir un gobierno bueno en lugar de uno malo, si es que hay alguno mejor que el que Rómulo, Pompilio y todos los reyes posteriores a ellos establecieron y nos han transmitido, y gracias al cual nuestra ciudad ha sido siempre grande y próspera y gobierna sobre muchos hombres. Pero las penalidades que suelen acompañar a las monarquías, por cuya causa degeneran en una crueldad tiránica y por las que todos las rechazan, os aconsejo que las corrijáis ahora y toméis precauciones para que no vuelvan nunca a presentarse. ¿Y qué penalidades son éstas? En primer lugar, dado que la mayoría se fija en los nombres de las cosas y en virtud de ellos o aceptan algo que les perjudica o evitan lo que les beneficia, y que entre estos últimos resulta estar la monarquía, os aconsejo que cambiéis el nombre del régimen y que no llaméis más reyes ni monarcas a los que vayan a tener el poder supremo, sino que les deis un nombre más moderado y humano. En segundo lugar, no hagáis que un solo criterio sea soberano en todos los asuntos, sino, por el contrario, confiad a dos hombres el poder real, como me he enterado que hacen los lacedemonios (Laconia en el Peloponeso) desde hace ya muchas generaciones, forma esta de gobierno por la que son los mejor gobernados y los más prósperos de todos los griegos. En efecto, al dividir el poder en dos y tener cada uno la misma fuerza, serán menos soberbios y orgullosos. El mutuo respeto, el mutuo impedimento de vivir entregados al placer y la rivalidad por conseguir una reputación de virtud serían las principales consecuencias de este honor y poder equitativamente repartidos.

En cuanto a los muy numerosos atributos que se dan a los reyes, creo que, si algunos son molestos y odiosos a los ojos de los más, debemos disminuir unos y suprimir otros —me refiero a estos cetros, a las coronas de oro y a los vestidos de púrpura y oro— excepto en algunas festividades y en las procesiones triunfales, ocasiones en que los llevarán en honor de los dioses, pues a nadie molestará si esto ocurre de tarde en tarde. En cambio, creo que hay que dejar a los hombres el trono de marfil en el que se sientan para juzgar, la blanca vestimenta bordeada de púrpura y las doce hachas que los preceden en sus salidas. Hay, además de esto, todavía otra cosa que creo que será la más útil de cuantas he dicho y la principal causante de que los que reciban el poder no cometan muchos errores: no permitirles gobernar vitaliciamente (pues un gobierno indefinido y no obligado a rendir cuentas de su actuación es penoso para todos y de él nace la tiranía), sino limitar a un año la duración del cargo, como sucede en Atenas. El hecho de que una misma persona alternativamente gobierne y sea gobernada, y sea desposeída del mando antes de que su mente se corrompa, refrena a las naturalezas audaces y no permite que el temperamento se embriague con el poder. Si establecemos estas reformas, nos será posible recoger los frutos buenos del régimen monárquico y liberarnos de los males que lo acompañan. Y para qué. También el nombre del poder real, que hemos heredado de nuestros padres y que entró en la ciudad sancionado por los augurios favorables de los dioses, se mantenga por su carácter sagrado, que se designe a un rey vitalicio encargado de los sacrificios que posea este honor durante toda la vida y que deje toda ocupación política y militar para tener como única función, al igual que el basileús (noveno arconte en Atenas), la dirección de los sacrificios y ninguna otra.

Escuchad de qué modo se llevará a efecto cada una de estas medidas. Yo convocaré la asamblea, como he dicho, puesto que la ley me lo permite, y expondré el plan: desterrar a Tarquinio con sus hijos y su mujer de la ciudad y el territorio de Roma, y mantener alejados por siempre incluso a sus descendientes. Cuando los ciudadanos hayan dado su voto favorable al plan, les daré a conocer la forma de gobierno que proyectamos instaurar y elegiré un interrex que designe a los que habrán de recibir el gobierno. El interrex por mí elegido, tras convocar una asamblea centuriada, nombrará a los que vayan a ocupar el gobierno por un año y concederá a los ciudadanos la posibilidad de emitir su voto acerca de ellos. Si a la mayoría de las centurias le parece bien ratificar la elección de esos hombres y los augurios con respecto a ellos son favorables, recibirán las hachas y demás atributos del poder real y se ocuparán de que habitemos un país libre y los Tarquinios no puedan regresar nunca a él, pues si no los vigilamos intentarán, lo sabéis bien, volver otra vez al poder por la persuasión, la fuerza, el engaño y cualquier otro procedimiento.

Éstas son, pues, las más importantes y válidas medidas que ahora os puedo proponer y aconsejar. Los detalles, que son muchos y no fáciles de examinar ahora minuciosamente (pues nos vemos limitados por la precipitación del momento), creo que debemos dejarlos en manos de quienes reciban el poder. Sin embargo, afirmo que estos hombres deben examinar todos los asuntos junto con el consejo del Senado, como hacían los reyes, no hacer nada sin contar con vosotros y llevar las decisiones del Senado ante el pueblo, como acostumbraban hacer nuestros antepasados, sin despojarlo de ninguna de las prerrogativas que tenía anteriormente. De esta manera desempeñarán su magistratura del modo más seguro y mejor»

Cuando Junio Bruto hubo presentado su plan, todos lo aprobaron. En seguida deliberaron acerca de las personas que tomarían el mando y decidieron designar interrex a Espurio Lucrecio, padre de la mujer que se había quitado la vida. Éste a su vez decidió nombrar a Lucio Junio Bruto y a Lucio Tarquinio Colatino para que ostentaran el poder de los reyes. Dispusieron que esos magistrados fueran llamados, en su lengua, cónsules. Este nombre, traducido a nuestra lengua, puede significar consejeros o delegados, pues los romanos llaman consilia a los consejos.

_____


Fuentes: Tito Livio – HISTORIA DE ROMA desde su fundación. Libro I, y Dionisio de Halicarnaso – Historia de la antigua Roma Libro IV.

Página Facebook: Angel Portillo ·Lignum en Roma·
Blog: Lignum en Roma

Ángel Portillo autor de:
LIGNVM en Amazon.
LIGNVM en Tapae en Amazon.
Miembro del grupo de recreación historica Barcino Oriens (Legio II Traiana Fortis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.











.

No hay comentarios:

Publicar un comentario