martes, 10 de agosto de 2021

La visión de las epidemias en la antigüedad.

«La plaga es un castigo del Señor por los pecados cometidos por los hombres», Juan de Éfeso.

Plague in an Ancient City by Michiel Sweerts, public domain



En contra de la creencia popular en ciudades como la Roma republicana la vida diaria se realizaba en un medio insano de hacinamiento, malnutrición y pobreza, con un alto riesgo de contaminación del agua y los alimentos con materia fecal humana y animal, sin olvidar los insectos. Un ambiente óptimo para la aparición de enfermedades transmisibles endémicas. Sin embargo estos fenómenos fueron normalmente locales. Después del Imperio y la globalización del mundo mediterráneo era mucho más fácil viajar y las rutas comerciales eran más extensas, llegando a Oriente; más vías para de acceso por los agentes patógenos.

The angel of death during the plague of Rome, Creative Commons 4.0 by Fæ



Lo explicado anteriormente no era para la época la causa de la enfermedad. La visión general era que los dioses intervenían en todos los quehaceres de la vida y que con su paz o con su ira se podía explicar todo. Dicho de otro modo, ellos eran el orden natural de las cosas, si éste se rompía, sobrevenía, entre otras cosas, la enfermedad. El concepto de que los dioses curaban las enfermedades era tan real, tan cierto, que se consideraba incuestionable. De ahí que el tratamiento de estas plagas o pestilencias se abordó desde tres ámbitos.

En primer lugar, se pusieron en marcha medidas de carácter religioso, con el fin de aplacar a los dioses. Por ejemplo, en Roma tras una gran epidemia en 239 a. C. se introdujo el culto a Esculapio (Asclepio, dios griego de la medicina) el templo de la cual se elevó a la isla Tiberina.

En segundo lugar, se trató de utilizar el conocimiento de la época a través de la actuación de los médicos, sacerdotes o sanadores, que en la mayoría de las ocasiones eran la misma persona. Los tratamientos no escapaban a esta realidad social, oraciones y ofrendas eran, sin duda, rituales de curación que buscaban congraciarse al paciente con la divinidad. No podemos olvidar aquí el importante uso de remedios de herborista o minerales que se suministraba al enfermo mezclado con la liturgia del rito expiatorio.

Finalmente, fue constante la implicación del estado, o el poder público, en la lucha para vencer a la enfermedad, porque el ataque de la pandemia constituía un factor de ruptura de la cohesión y del orden social. Tucídides, historiador y militar, nos relata lo siguiente sobre la peste de Atenas: «Los era igual mostrarse piadosos o impíos, ya que veían a todos morir por igual. En caso de actos criminales, nadie conseguía vivir lo suficiente para que tuviera lugar el juicio; mucho más pesada era la amenaza para la que ya estaban condenados ». Sobre la peste de Justiniano del historiador Procopius Caesarensis nos indica: «El confinamiento y aislamiento eran totales, porque era más que obligatorio para los enfermos», y añade «Justiniano, dada la desesperada situación, distribuyó pelotones de guardias por las calles. Con el dinero del tesoro imperial e incluso poniendo de su propio bolsillo sepultaba cuyos cuerpos no tenían a nadie que se ocupara de ello».

Por Ángel Portillo Lucas
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Fuentes:
Una aproximación a las pestes y epidemias en la antigüedad, Enrique Gozalbes Cravioto i Inmaculada García García.
Diccionario de la Religión Romana, Jose Contreras Valverde, Gracia Ramos Acebes i Ines Rico Rico. 
Los bajos fondos de la Antigüedad, C. Salles.

Ángel Portillo Lucas, autor de: 
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