[…] El hombre es, pues, el único
animal que tiene manos, órganos adecuados para un ser vivo inteligente y es el
único pedestre bípedo y de posición erguida, porque tiene manos. El cuerpo
necesario para la vida está constituido por las partes que están en el tórax y
en el abdomen, mientras que el destinado a la locomoción necesita las
extremidades. Por ello, en ciervos, perros, caballos y similares las
extremidades delanteras se han convertido en patas como las traseras y eso
contribuye a su velocidad. En el hombre, en cambio — pues no tenía necesidad de
velocidad propia quien iba a domar con su inteligencia y con sus manos al
caballo y era mucho mejor que, en lugar de órganos de la velocidad, tuviera los
necesarios para todas las artes—, las extremidades delanteras se convirtieron
en manos.
Por qué no tiene, entonces, el
hombre cuatro patas, y, además de ellas, manos como los centauros? En primer
lugar, porque la mezcla de cuerpos tan diferentes le era imposible a la naturaleza,
pues no solo hubiera tenido que combinar, como los escultores y los pintores,
formas y colores, sino que también habría tenido que mezclar todas sus sustancias,
que no son susceptibles de mezcla ni fusión. Si se produjera, en efecto, una
unión amorosa entre hombre y caballo, las matrices no llevarían, en absoluto,
el esperma a su perfección.
Si Píndaro, como poeta, acepta
el mito de los centauros, habríamos de ser indulgentes con él, pero tendríamos
que censurarle por su pretensión de sabiduría si, como hombre inteligente,
pretende saber algo más que la mayoría y se atreve a escribir:
... [Centauro]
que se unió a las yeguas de
Magnesia en las faldas
del Pelión, a partir de lo que
surgió una maravillosa raza,
semejante a la de ambos
progenitores, a la de la madre
en la parte inferior y a la del padre
en la superior.
Una yegua, en efecto, podría
recibir el esperma de un asno y una burra, el de un caballo, conservarlo y
llevarlo a la perfección hasta la formación de un animal hibrido. Así también
una loba podría recibir el de un perro y una perra, el de un lobo o el de un
zorro como también una zorra, el de un perro. Pero una yegua no podría recibir
ni siquiera el semen de un hombre en la cavidad de su útero pues sería
necesario un miembro viril más largo y, si en alguna ocasión pudiera recibirlo,
se destruiría enseguida o a no mucho tardar.
No obstante, oh Píndaro, a ti te
concedemos el cantar y el contar mitos, pues sabemos que la musa poética
necesita lo sorprendente no menos que sus otros ornamentos, pues pienso que tú
quieres no tanto ensenar a tus oyentes cuanto sorprenderlos, encantarlos y
embelesarlos. Nosotros, en cambio, que nos ocupamos de la verdad y no de la mitología,
sabemos con certeza que el ser de un hombre no se puede mezclar en absoluto con
el de una yegua. […]
Fuente: Galeno, el uso de las partes –
Libro III
Foto: Da Pompeii, Casa di Sirico,
Museo Archeologico Nazionale di Napoli, CC 4.0 (JoJan)
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