miércoles, 24 de abril de 2019

VIDA COTIDIANA EN ROMA, COSTUMBRES ANTIGUAS.

Los primeros romanos no hacían nada, ni público ni privado, sin consultar primero los auspicios. Como respeto a esa tradición y según Valerio Máximo (siglo I d.C.) en sus días aún se invitaba a los adivinadores a las bodas, no para pedirles su aprobación, sino para que ejercieran como testigos.

Las mujeres comían sentadas en compañía de los hombres, que lo hacían recostados en triclinia. Así imitaban a los dioses pues, según el autor, en el banquete en honor a Júpiter, éste comía desde un lecho mientras Juno y Minerva lo hacían en sillas. En el primer siglo de nuestra era se conservaba esta rigurosa costumbre más cuidadosamente en el Capitolio que en las casas privadas, naturalmente, pues mantener las normas de conducta corresponde más a las diosas que a las mujeres.

Foto 1
Las dominae (señoras) que solo tenían un matrimonio eran honradas con la corona del pudor porque pensaban que éste permanecía incorrupto y con sincera fidelidad en el espíritu de la matrona que no sabía salir del lecho donde había perdido su virginidad, y porque pensaban que la experiencia de muchos matrimonios era señal de cierta falta de moderación, aunque, eso sí, no tenían dudas de que era legítima.

Hasta ciento cincuenta años desde la fundación de la Urbe no hubo ningún divorcio. El primero del que se tiene constancia fue Espurio Carvilio que repudió a su esposa, porque era estéril. Aunque a todas luces parece un motivo razonable, no le faltaron duras críticas porque en aquellos tiempos pensaban que en modo alguno hubiera debido anteponerse el deseo de tener hijos al amor conyugal o al matrimonio, institución sagrada ante los dioses.

Para que el decoro de las matronas estuviese más a salvo con la protección del pudor, al que citara a una matrona ante un tribunal, a la que estaba obligada a presentarse, no le estaba permitido tocar su cuerpo para que así su estola permaneciese sin haber sido tocada por manos ajenas.

Foto 2
En otro tiempo, las mujeres romanas no podían beber vino. Esto era para no caer en la tentación, pues el paso desde la poca moderación en la bebida a un amor ilícito, era muy corto. Ante esta prohibición y para que el pudor de estas mujeres no fuera triste y objeto de repulsa, sino que estuviese en cierta medida atemperado por algún tipo de compensación con el permiso de sus maridos, se adornaban con numerosas joyas de oro y abundantes vestidos de púrpura, y para hacer más atractivo su aspecto se teñían sus cabellos con cenizas, pues entonces no temían los ojos de los seductores de matrimonios ajenos, sino que se cuidaban igualmente de mirar con respeto sagrado y de ser miradas con recíproco pudor.

Cuando había una disputa entre el esposo y la esposa iban al pequeño santuario de la diosa Viriplaca (la diosa que aplaca a los hombres), que está en el Palatino. Allí, tras decirse el uno al otro todo lo que querían, una vez apaciguados los ánimos regresaban a casa reconciliados. Se dice que esta diosa debe su nombre a que conseguía calmar a los maridos; realmente era objeto de gran veneración y no sé si era honrada con distinguidos y exquisitos sacrificios como guardián de la paz diaria en el hogar, ya que con su advocación devolvía el respeto que las esposas deben al marido siempre en mutuo cariño.

Así era el respeto que se profesaban los esposos. ¿Y qué?, entre los otros vínculos familiares, ¿no parece lógico también éste? En efecto, voy a demostrar la gran certeza de esta afirmación con un sencillo ejemplo: Durante algún tiempo el padre no se lavaba en presencia de un hijo adulto, ni el suegro en presencia del yerno. Queda claro, pues, que se tributaba tanto respeto a los vínculos de sangre y al parentesco de los afines como a los dioses mismos, porque se creía que entre estos vínculos tan sagrados no era más lícito desnudarse que en cualquier otro lugar sagrado.

Nuestros antepasados instituyeron también la costumbre de una comida solemne y le dieron el nombre de Caristia (tenía lugar tras las Parentales, el 22 de febrero) porque sólo podían participar los familiares consanguíneos y los parientes por afinidad para que, en caso de haberse suscitado alguna desavenencia entre familiares, pudiera apaciguarse en esta comida sagrada en medio de la alegría de todos y una vez invitados a la concordia.

Los jóvenes tributaban a los ancianos honores bien distinguidos y serios como si los mayores fuesen todos padres comunes de los jóvenes. Por eso, los jóvenes, el día que había reunión del senado, acompañaban hasta la curia a cualquier senador vecino o amigo de su padre y, quietos en el umbral de las puertas, los esperaban hasta disfrutar también de la cortesía de volverlos a acompañar a casa. Ciertamente, con esta espera voluntaria fortalecían sus cuerpos y sus almas para hacer frente en el futuro a sus obligaciones públicas de manera diligente y, así, ellos mismos, con la discreta práctica de esta actividad, eran maestros de unas virtudes que en breve saldrían a la luz.
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Fuente: Hechos y Dichos Memorables de Valerio Máximo

Foto 1: Nerissa de J. W. Godward, domino público.
Foto 2: Mujer romana portal Pixbay, dominio público.

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Miembro del grupo de recreación historica Barcino Oriens. (Legio II Traiana Fortis, Ludus Gladiatorius Barcinonensis, Ornatrices Barcinonensis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.







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