Capítulo 2
Yo soy Marco Ulpio Trajano, un espíritu vivo que trata de liberarse de un cuerpo muerto.
Nací en el extremo occidental del imperio y llegué,
victorioso, a su extremo oriental.
Los dioses me detuvieron cuando estaba a punto de llegar al
Indus, más allá que ningún otro romano armado, más allá que Alejandro mismo.
Ahora busco un cuerpo en el que continuar mi avance hasta la
cuna del sol: los romanos, nacidos de la noche, debemos rematar nuestra
historia consumiéndonos bajo el ardor del sol en su cuna misma.
Desciendo de los Vulpios, los descendientes de la zorra,
cuya sangre fructificó en tierra italiana hasta más allá de Etruria, y luego
fue a Bética, donde su último portador, Lucio Ulpio Rotundo, fue adoptado por
el último de los Trahio, que dio su casa, su fortuna y su gloria de debelador
de los turdetanos al joven caído en la ruina, pero cuya sangre era demasiado
preciosa para diluirse en el olvido.
De los Vulpios se dice que su primer ascendiente había sido
amamantado por una zorra, y que Rómulo le retó a singular combate porque el
Lacio era demasiado pequeño para ellos dos. Ambos desistieron por igual en el
último momento, porque si Vulpio necesitaba audacia, a Rómulo le urgía astucia,
y se dijeron que el hijo de la zorra y el del lobo debieran ser aliados
naturales. Así comenzaron juntos sus hazañas, pero Vulpio murió joven, dejando
un hijo, a quien Rómulo marginó, haciéndole sacerdote, porque ya había
aprendido de Vulpio lo suficiente para ser también él hijo de la zorra.
Rotundo cambió su nombre por Lucio Ulpio Trahiano, y fue mi
bisabuelo. Yo llevo en mí, por tanto, la sangre de los Ulpios y la de los
Trahios, debeladores, aquéllos, de sabinos y etruscos, como éstos, de los
turdetanos, que ahora hablan latín, como también llevan camino de hablarlo los
dacios, y como habrían acabado hablándolo todos los orientales sometidos a Roma
de haberme dado los dioses más tiempo del que me dieron.
Mi cuerpo, que ya no es mío, está muerto, aunque los médicos
sigan creyéndolo vivo. Es la suya una vida marginal e innecesaria, una pérdida
de tiempo que no inquieta a los dioses, para quienes el tiempo sólo existe como
juguete o arma, y que yo ya no acepto.
Temo no poder entrar en el cuerpo de mi sucesor, que será
contrario a las ideas impulsoras de nuestro imperio, que yo encamé. Dejará
Oriente en manos de los bárbaros, pero no le permitiré que abandone Dacia.
Los dioses me deben eso, y me lo concederán.
Fuente: Yo, Marco Ulpio Trajano de Jesús Pardo.
Foto: Trajan-Statue in Xanten, Creative Commons 3 by Lutz
Langer
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