Después de la sepultura son vanas las divagaciones acerca de los Manes. A
partir del último día todos tienen lo mismo que antes del primero, y a partir
de la muerte ni el alma ni el cuerpo tienen algún sentido más que antes del
nacimiento. Pues la misma vanidad se extiende también hasta el futuro e incluso
para el momento de la muerte se promete falsamente una vida, unas veces dando inmortalidad
al alma, otras la transmigración, otras dando sentido a los infiernos y
honrando a los manes y haciendo dios a quien incluso ha dejado de ser hombre,
como si realmente la manera de respirar fuera diferente del resto de los seres
o no se encontraran en la vida muchas cosas más duraderas, para las que nadie prevé
esa inmortalidad. Por otra parte, ¿qué clase de cuerpo tiene el alma por si
misma? ¿Qué materia? ¿Dónde el pensamiento? ¿De qué modo tiene vista y oído o
con que toca? ¿Qué utilidad obtiene de estos sentidos o que beneficio sin
ellos? Finalmente, ¿cuál es su sede o cuanta la cantidad de almas a modo de
sombras en tantos siglos? Esas son imaginaciones propias de consuelos infantiles
y de una naturaleza mortal ávida de no dejar nunca de existir. Tal es también,
respecto a la conservación de los cuerpos y la promesa de revivir, la vanidad
de Demócrito, que no revivió tampoco. ¡Ay! ¿Qué es esa locura de que la vida
comienza de nuevo con la muerte? O .¿qué descanso tienen jamás los que han
nacido si el alma conserva sus facultades en los lugares superiores y su sombra
en los inferiores? Sin duda esa seducción y credulidad echa a perder el
principal bien de la naturaleza, la muerte, y duplica el dolor del que va a
morir, con el pensamiento de que también va a existir después. Pues si es dulce
vivir, .para que puede servir haber vivido. En cambio, ¡cuanto más fácil y
seguro es que cada uno confié en sí mismo y saque de la experiencia anterior al
nacimiento el ideal de serenidad!
Fuente: HISTORIA
NATURAL de Plinio el viejo, Libro VII
Página Facebook: ÁngelPortillo Lucas.
Blog: Lignum en Roma.
Foto: (dominio público)
Plinio el Joven y su madre en Miseno, en donde se observa al sobrino de Plinio
el Viejo registrando los acontecimientos que rodearon la erupción del Vesuvio
(grabado coloreado por Thomas Burke según la pintura de 1785 de Angelica
Kauffmann).
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