“Comenzaremos diciendo que la
Roma imperial despertaba a la hora que despierta un pueblo: al despuntar el
alba. Antes de seguir, volvamos sobre el epigrama de Marcial ya citado en el
que el poeta enumera las causas del insomnio que, en su época, padecían los
desafortunados romanos. Desde el momento en que amanecía, los ciudadanos tenían
que soportar el ruido ensordecedor de las calles y plazas, donde se mezclaban
los martillazos de los caldereros y el griterío de los alumnos de las escuelas.
Los romanos ricos, para protegerse del
alboroto, se retiraban al fondo de sus viviendas, aisladas del ruido por
gruesos muros y por jardines circundantes. Sin embargo, tampoco allí lograban
encontrar la tranquilidad, ya que los grupos de esclavos que realizaban las
tareas de limpieza se lo impedían. Nada más amanecer, a un toque de campana, un
enjambre de sirvientes, con los ojos aún abotargados por el sueño, empezaban a
revolotear por la casa armados con un arsenal de cubos, bayetas, escaleras para
limpiar los techos, palos (perticae) en cuyo extremo se ataba una
esponga (spongia), plumeros y escobas (scopae), unas veces
confeccionadas con palmas verdes y otras con ramitas entrelazadas de tamarisco,
brezo o mirto silvestre. Unos esparcían por el suelo el serrín que después barrían
junto con la basura; otros iban con sus esponjas al asalto de pilastras y
cornisas, limpiaban, frotaban o sacudían el polvo con ardor vivo. Las ocasiones
en que el amo esperaba una visita importante, solía levantarse con ellos para
espabilados, y su voz, imperiosa o arisca, se dejaba oír sobre el inmenso
guirigay: «¡tú, barre el suelo; tú, saca brillo a las columnas; quítame esa telaraña
de aquí; ven, bruñe la plata y las vasijas!» Pero aunque el
dueño de la casa delegara su autoridad en un vigilante, con el ruido de las
faenas cotidianas tampoco le era posible dormir. A no ser como en el caso de
Plinio el Joven, quien en su villa Laurentina había tomado la precaución de
interponer un corredor entre sus habitaciones y aquéllas donde cotidianamente
se hacía el zafarrancho matutino
Por otra parte, hay que señalar que generalmente los romanos
eran muy madrugadores. Les resultaba tan deplorable la luz artificial que,
tanto ricos como pobres, tendían a aprovechar lo más posible la luz diurna. Al
parecer, todos habían hecho suya la máxima de Plinio el Viejo: vivir es velar (profecto
enim vita vigilia est); por
tanto, a los únicos que había que sacar de la cama era a los jóvenes
juerguistas de los que nos habla Aulus Gellius o los borrachos que dormían la
mona de la noche anterior. Incluso
éstos debían de levantarse antes del mediodía, ya que la «quinta hora», momento
del día en que, según cuenta Persio, solían salir, normalmente terminaba antes
de las once de la mañana. En cuanto a lo que Horacio llamaba «quedarse pegado a
las sábanas» cuando se retiraba a descansar a Mandela, o la «reposada vida» que Marcial
decía poder llevar sólo en su lejana Bilbilis, parece que se refiere al hecho de levantarse durante la hora
tertia, es decir, antes de las ocho de la mañana en verano.”
Fuente: La vida cotidiana en Roma en el apogeo de Imperio de Jérome
Carcopino.
Página Facebook: Ángel Portillo Lucas.
Blog: Lignum en Roma
Foto: CC0 Creative Commons, Arco de Constantino.
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