jueves, 8 de noviembre de 2018

LA RELIGIOSIDAD DE LOS ROMANOS. VIDA CORRIENTE.



No hay un solo acto en la vida privada o pública de los romanos en que no se haga intervenir a los dioses o que no necesite un rito para realizarse. «La casa de un romano era un templo para él: en ella se encuentra su culto y sus dioses. Su hogar es un dios; dioses son los muros, las puertas, el umbral; los límites que rodean su campo también son dioses. La tumba es un altar; sus antepasados son seres divinos. Cada una de sus acciones cotidianas es un rito, el día entero pertenece a su religión. Mañana y tarde invoca a su hogar, a sus Penates, a sus antepasados; al salir de casa o al volver, les dirige una oración.


Hay palabras que no se atreve a pronunciar en toda su vida. Si alguien habla de un incendio en la mesa, tirará en ella agua para evitar el mal agüero. Si cae comida, esperará a recogerla para ofrecerla a los Lares los dioses del hogar. Un romano jamás nombrara a la muerte si alguien fallece, dirá de él que estaba vivo. La noticia de una lluvia de sangre o de un buey que ha hablado le turba y le hace temblar.


Jamás sale el romano de casa sin mirar si aparece algún pájaro de mal agüero. Si tiene algún deseo, lo escribe en una tablilla, que deposita al pie de la estatua de un dios. Siempre sale de su casa con el pie derecho y si pisa el umbral antes de salir, se encerrará y no saldrá hasta el día siguiente. Si ve pasar delante de el a una liebre volverá corriendo a casa atemorizado ante el mal agüero. 


Siendo la casa de un romano un dios, al despedirse lo hacían solemnemente. Esta es la forma que tiene Lignvm o Aurelio Vitalis, el protagonista de mi libro, de despedirse de su hogar: 


—Umbral de mi casa paterna, te saludo y me despido al mismo tiempo. Hoy salgo a buscar mi futuro, hoy salgo por última vez de mis Lares. Ya no haré uso de esta morada, que me lo ha ofrecido todo. He recibido de ella alimento, cama y vestido. Por ella soy lo que soy. Estoy triste por dejar mi casa. Soy Aurelio Vitalis, hijo de Lucio; desde ahora no tenéis que cuidar de mí. Santísimo genio paterno, dioses Penates del hogar, venerable Lar familiar, os pido humildemente que guardéis los bienes y la salud de mi padre, Lucio Vitalis. Cuidad también de su esposa, Lucrecia. Yo marcho a buscar otros dioses Penates, otro venerable Lar, otro hogar en otra ciudad.
Tras despedirme de mi hogar paterno, mirando hacia la puerta me alejé durante un tiempo sin darme la vuelta. 

Autor: Ángel Portillo.
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