Casos en los que
el sentimiento hacia el conyugue se llevó a lo más apasionado y exaltado. Como
dice Valerio Máximo: «No en vano, cuando se comparte un amor apasionado y
honesto, es mejor unirse con la muerte que separarse por la vida».
Voy a someter a
la consideración del lector ciertos ejemplos de amor conyugal, exponiendo casos
que deben ser examinados con el mayor respeto. Son casos en los que se mantuvo
intacta la lealtad de los cónyuges, casos difíciles de imitar pero útiles de
conocer, porque quien se fija en comportamientos extraordinarios no debe
avergonzarse por tener uno medianamente bueno.
Tiberio Graco (al parecer, padre
de Tiberio y Cayo Graco), cogidas en su casa una serpiente macho y una hembra,
se enteró por un adivino de que, si liberaba al macho, moriría su esposa
rápidamente, y que si soltaba a la hembra, sería él quien fallecería. Ante
esto, eligiendo la parte del augurio favorable para su mujer y no para él,
ordenó que mataran al macho y que soltaran a la hembra, después de lo cual se
sentó a esperar su propia muerte mientras observaba la muerte de la serpiente.
De este modo, no sé si creer que Cornelia fue más feliz por haber tenido un
esposo semejante o más desgraciada por haberlo perdido.
Víctima de la
inicua fortuna fue Gayo Plaucio el Númida, menos ilustre que Graco, aunque
perteneciente también al orden senatorial, y ejemplo de amor semejante. Y es
que, al enterarse de la muerte de su esposa, no pudiendo soportar el dolor, se
atravesó el pecho con una espada. Incluso, cuando la actuación de sus
sirvientes le impidió culminar su propósito, a pesar de que le ataron, tan
pronto como encontró una oportunidad se cortó las vendas, se abrió la herida y,
con sus propias manos, se arrancó de las entrañas y del corazón su espíritu,
incapaz ya de soportar el sufrimiento por la muerte de su esposa. Con este fin
tan violento demostró cuán arraigado estaba en su pecho el fuego del amor
conyugal.
Por su parte,
Marco Plaucio compartió con el anterior tanto el nombre como el amor porque
cuando, atendiendo una orden del senado, conducía a Asia una flota de aliados
de sesenta naves, al llegar a Tarento, su mujer, Orestila, que le había
acompañado, enfermó y murió. Preparado entonces el funeral, y colocada sobre
una pira, mientras la cubrían con ungüentos y la besaban, Plaucio se clavó un
puñal. Sus amigos no pudieron ya sino tomar su cuerpo y, tal como estaba,
cubierto con la toga y calzado, lo colocaron junto a su esposa, encendieron las
teas y los incineraron juntos. Hicieron allí un sepulcro, que aún ahora puede
verse en Tarento, y que se llama «De los dos enamorados». Y no tengo duda
alguna de que, si los muertos conservan realmente algún sentimiento, Plaucio y
Orestila habrán llevado a las tinieblas un semblante que refleja la muerte
compartida. No en vano, cuando se comparte un amor apasionado y honesto, es
mejor unirse con la muerte que separarse por la vida.
Realizado por Ángel Portillo.
Fuente: Textos extraídos de Hechos y Dichos Memorables de Valerio Máximo. (Libro 4, Capítulo 6).
Pagina Facebook: Angel Portillo ·Lignum en Roma·
Blog: Lignum en Roma.
Amazon: LIGNVM.
Foto: Detalle de un sarcófago del siglo IV. Una pareja en la ceremonia de unir las manos. El cinturón anudado de la novia simbolizaba que su marido estaba atado a ella. Creative commons 3.0 By Ad Meskens.
No hay comentarios:
Publicar un comentario