jueves, 30 de agosto de 2018

Plinio el viejo - Libro VII

26 Las hazañas celebres

Verdaderamente corresponde al honor del Imperio Romano, no sólo al de un hombre, que se mencionen en este más celebre lugar todos los títulos de las victorias y los triunfos de Pompeyo Magno, ya que el brillo de sus hazañas se iguala no sólo con las de Alejandro Magno sino incluso casi con las de Hércules y las del padre Líber. Pues, una vez recuperada Sicilia, momento desde el que comenzó mostrándose primero partidario de Sila en la causa de la República, después de dominar África entera y someterla a su autoridad, por lo que recibió como trofeo de guerra el nombre de Magno, entró en carro triunfal, cosa que nadie había obtenido antes, siendo caballero romano, y pasando inmediatamente a Occidente, además de conseguir trofeos en los Pirineos, añadió a la victoria ochocientas setenta y seis poblaciones, desde los Alpes hasta los confines de la Hispania Ulterior, sometidas a su autoridad, y con gran magnanimidad guardó silencio sobre Sertorio y, después de poner fin a una guerra civil que concitaba a todos los enemigos extranjeros, de nuevo condujo los carros triunfales siendo caballero romano, tan frecuentemente general antes que soldado. Después, enviado a todos los mares y luego a Oriente, volvió trayendo a su patria estos títulos según la costumbre de los vencedores en las competiciones sagradas —en realidad no se coronan ellos mismos, sino que coronan a sus patrias—; por eso, en el santuario de Minerva, que dedicó con el dinero del botín, ofrecía estos honores a Roma:

El general Gneo Pompeyo Magno, concluida una guerra de treinta años, dispersados, puestos en fuga, muertos y rendidos doce millones ciento ochenta y tres mil hombres, hundidos o capturados ochocientos cuarenta y seis barcos, tomadas bajo protección mil quinientas treinta y ocho poblaciones y fortalezas, y sometidos los territorios desde los meotas hasta el mar rojo, cumple su voto, como debía, a Minerva.

Esto es el compendio de su actuación en Oriente. Pero el preámbulo del triunfo que celebró el día tercero antes de las kalendas de octubre, siendo cónsules Marco Pisón y Marco Mésala, era el siguiente:

Habiendo liberado de piratas la costa marítima y habiendo devuelto el imperio del mar al pueblo romano, consiguió honores de triunfo por sus victorias en Asia, el Ponto, Armenia, Paflagonia, Capadocia, Cilicia, Siria, los escitas, judíos, albanos, Hiberia, la isla de Creta, los basternas y, además de esto, sobre el rey Mitridates y sobre Tigranesí.

Lo más grande dentro de la grandeza de aquella gloria fue (según él mismo dijo públicamente en la asamblea, hablando de sus propias hazañas) que recibió Asia como la provincia más lejana y la devolvió a la patria como provincia interior. Si alguien por el contrario quisiera examinar de igual modo las hazañas de César, que se mostró más grande que aquel, debería enumerar el orbe de la tierra absolutamente entero, cosa que convendrá que es infinita.




Fuente. Historia natural de Plinio el Viejo, Libro VII.

Foto: imagen de Pompeyo Magno en el museo del Louvre (CC4, Alphanidon).




martes, 28 de agosto de 2018

La leyenda de Lucrecia y el final del último de los reyes de Roma.


En ese tiempo Sexto, el mayor de los hijos de Tarquinio el sobervio, fue enviado por su padre a una ciudad llamada Colacia, para llevar a cabo ciertas gestiones militares, se alojó en casa de su pariente Lucio Tarquinio, apodado Colatino. Este se encontraba por entonces en el campamento, pero su mujer romana, hija de Lucrecio, un ilustre varón, lo agasajó, como correspondía a un pariente de su marido, con gran solicitud y amabilidad.

Sexto trató de seducir a esta mujer, que era la más hermosa y prudente de las mujeres de Roma, pues ya desde hacía tiempo albergaba este deseo cada vez que se alojaba en casa de su pariente, y entonces creyó encontrar la ocasión apropiada. Después de la cena se fue a acostar y esperó gran parte de la noche. Cuando pensó que todos dormían, se levantó, fue a la habitación en la que sabía que dormía Lucrecia y entró con una espada. Se colocó junto al lecho, y la mujer, despertando al oír el ruido, le preguntó quién era. Él le dijo su nombre y le ordenó que guardara silencio y permaneciera en la habitación, amenazándola de muerte si intentaba huir o gritar. Tras asustar a la mujer de esta manera, le presentó dos alternativas y le pidió que eligiera la que prefiriera: una muerte deshonrosa o una vida feliz:
Pues si consientes dijo en concederme tus favores, te haré mi mujer y reinarás conmigo, ¿qué necesidad hay de que te explique todos los bienes de que disfrutan los reyes y que tú compartirás conmigo, si los conoces perfectamente? Pero si por salvar tu virtud, tratas de oponer resistencia, te mataré y luego daré muerte a uno de los criados, colocaré juntos vuestros cuerpos y diré que te sorprendí realizando una acción vergonzosa con el esclavo y que me encargué de vengar la honra de mi pariente, de modo que tu muerte será indigna y deshonrosa, y tu cuerpo no recibirá sepultura ni ningún otro de los honores acostumbrados.
Después de repetir insistentemente sus amenazas y sus súplicas y de jurar muchas veces que decía la verdad con respecto a las dos opciones, por miedo a la vergüenza que rodearía su muerte, se vio forzada a ceder y a permitirle llevar a cabo lo que pretendía. Cuando se hizo de día, Sexto regresó al campamento después de haber satisfecho su malvado y funesto deseo.
Lucrecia, abrumada por la pena y el espantoso ultraje, envió un mensajero a su padre en Roma y a su marido en Ardea, pidiéndoles que acudieran a ella, cada uno acompañado por un amigo fiel; era necesario actuar, y actuar con prontitud, pues algo horrible había sucedido. Espurio Lucrecio llegó con Publio Valerio, y Colatino, con Lucio Junio Bruto, a quien encontró regresando a Roma cuando estaba con el mensajero de su esposa. Encontraron a Lucrecia toda vestida de negro sentada en su habitación y postrada por el dolor. Al entrar ellos, estalló en lágrimas, y al preguntarle su marido si todo estaba bien, respondió:

—¡No! ¿Qué puede estar bien para una mujer cuando se ha perdido su honor? Las huellas de un extraño están en tu cama. Pero es sólo el cuerpo lo que ha sido violado, el alma es pura; la muerte será testigo de ello. Pero dame tu solemne palabra de que el adúltero no quedará impune. Fue Sexto Tarquino quien, viniendo como enemigo en vez de como invitado, me violó la noche pasada con una violencia brutal y un placer fatal para mí y, si sois hombres, fatal para él.

Todos ellos, sucesivamente, dieron su palabra y trataron de consolar el triste ánimo de la mujer, cambiando la culpa de la víctima al ultraje del autor e insistiéndole en que es la mente la que peca, no el cuerpo, y que donde no ha habido consentimiento no hay culpa.

—Es por ti, —dijo ella—, el ver que él consigue su deseo, aunque a mí me absuelva del pecado, no me librará de la pena; ninguna mujer sin castidad alegará el ejemplo de Lucrecia.

Después, tras abrazar a su padre, suplicar repetidamente a él y a quienes con él estaban y rogar a los dioses y divinidades que le concedieran una rápida partida de la vida, sacó una daga que llevaba oculta bajo los vestidos y de una sola puñalada se atravesó el pecho hasta el corazón. El griterío de las mujeres, sus llantos y golpes en el pecho invadieron la casa; el padre besaba y abrazaba el cuerpo de su hija, la llamaba por su nombre y se ocupaba de ella como si fuera a recuperarse de la herida, y ella, en sus brazos, se agitaba convulsivamente y agonizaba hasta que finalmente murió.

Mientras estaban encogidos en el dolor, Bruto sacó el cuchillo de la herida de Lucrecia, y sujetándolo goteando sangre frente a él, dijo:

—Por esta sangre  yo juro, y a vosotros, oh dioses, pongo por testigos de que expulsaré a Lucio Tarquinio el Soberbio, junto con su maldita esposa y toda su prole, con fuego y espada y por todos los medios a mi alcance, y no sufriré que ellos o cualquier otro vuelvan a reinar en Roma.

Luego le entregó el cuchillo a Colatino y luego a Lucrecio y Valerio. Juraron como se les pidió; todo su dolor cambiado en ira, y siguieron el ejemplo de Bruto, quien les convocó a abolir inmediatamente la monarquía. Llevaron el cuerpo de Lucrecia de su casa hasta el Foro, donde a causa de lo inaudito de la atrocidad del crimen, reunieron una multitud. Cada uno tenía su propia queja sobre la maldad y la violencia de la casa real. Aunque todos fueron movidos por la profunda angustia del padre, Bruto les ordenó detener sus lágrimas y ociosos lamentos, y les instó a actuar como hombres y romanos, y tomar las armas contra sus insolentes enemigos. Esto animó a los hombres más jóvenes y se presentaron armados, como voluntarios, el resto siguió su ejemplo.





Fuentes: Tito Livio – HISTORIA DE ROMA desde su fundación. Libro I, y Dionisio de Halicarnaso – Historia de la antigua Roma Libro IV.

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Foto: dominio público, La muerte de Lucrecia de Eduardo Rosales.



lunes, 27 de agosto de 2018

Religiosidad del pueblo romano.

No hay un solo acto en la vida privada o pública de los romanos en que no se haga intervenir a los dioses. Fustel de Coulanges, dijo esto a propósito de la religiosidad del pueblo romano:
«La casa de un romano era para él lo que un templo para nosotros: en ella se encuentra su culto y sus dioses. Su hogar es un dios; dioses son los muros, las puertas, el umbral; los límites que rodean su campo también son dioses. La tumba es un altar; sus antepasados, seres divinos. Cada una de sus acciones cotidianas es un rito, el día entero pertenece a su religión. Mañana y tarde invoca a su hogar, a sus Penates, a sus antepasados; al salir de casa o al volver, les dirige una oración. Cada comida es un acto religioso que comparte con sus divinidades domésticas. El nacimiento, la iniciación, la imposición de la toga, el casamiento y los aniversarios de todos estos acontecimientos, son los actos solemnes de su culto.
Sale de su casa y apenas puede dar un paso sin encontrar un objeto sagrado: o es una capilla, o un lugar herido antaño por el rayo, o una tumba; tan pronto ha de concentrarse para pronunciar una oración, como ha de volver los ojos y cubrirse el rostro para evitar el espectáculo de un objeto funesto.
Todos los días sacrifica en su casa, cada mes en su curia, varias veces al año en su gens o en su tribu. Además de todos estos dioses, aún debe culto a los de la ciudad. Hace sacrificios para dar gracias a los dioses; realiza actos, y en mayor número, para calmar su cólera. Un día se muestra en una procesión danzando, según un ritmo antiguo, al son de la flauta sagrada. Otro día conduce los carros donde van las estatuas de las divinidades. Otra vez un lectis-ternium: en medio de la calle se dispone una mesa con comida; las estatuas de los dioses se reclinan en sus lechos, y cada romano pasa, se inclina, llevando una corona en la cabeza y una rama de laurel en la mano.
Hay una fiesta para la siembra; otra para la siega; otra para la poda de la vid. Antes de que el trigo haya espigado, ha hecho más de diez sacrificios e invocado a una docena de divinidades particulares para el éxito de la cosecha.
Sobre todo tiene un gran número de fiestas para los muertos, porque les tiene miedo.
Jamás sale el romano de casa sin mirar si aparece algún pájaro de mal agüero. Hay palabras que no se atreve a pronunciar en toda su vida. Si tiene algún deseo, lo escribe en una tablilla, que deposita al pie de la estatua de un dios.
A cada momento consulta a los dioses y quiere saber su voluntad. Todas sus resoluciones las encuentra en las entrañas de las víctimas, en el vuelo de los pájaros, en los avisos del rayo.
La noticia de una lluvia de sangre o de un buey que ha hablado le turba y le hace temblar; sólo quedará tranquilo cuando una ceremonia expiatoria le haya puesto en paz con los dioses.
Siempre sale de su casa con el pie derecho. Sólo se corta el pelo en plenilunio. Lleva consigo amuletos. Contra el incendio cubre los muros de su casa con inscripciones mágicas. Sabe fórmulas para evitar la enfermedad y otras para curarla; pero es necesario repetirlas veintisiete veces y escupir cada una de cierta manera.
Jamás delibera en el Senado si las víctimas no han ofrecido signos favorables. Abandona la asamblea del pueblo si ha oído el grito de un ratón. Renuncia a los proyectos más meditados si advierte un mal presagio o si una palabra funesta hiere sus oídos. Es valiente en el combate, pero a condición de que los auspicios le aseguren la victoria».

Fuente: Diccionario de la Religión Romana de José Contreras Valverde, Gracia Ramos Acebes y Inés Rico Rico.
Foto: Lararium Pompeji Detail, Creative Commons 3 (Claus Ableiter).


sábado, 25 de agosto de 2018

Yo, Marco Ulpio Trajano de Jesús Pardo.


Capítulo 2

Yo soy Marco Ulpio Trajano, un espíritu vivo que trata de liberarse de un cuerpo muerto.

Nací en el extremo occidental del imperio y llegué, victorioso, a su extremo oriental.

Los dioses me detuvieron cuando estaba a punto de llegar al Indus, más allá que ningún otro romano armado, más allá que Alejandro mismo.

Ahora busco un cuerpo en el que continuar mi avance hasta la cuna del sol: los romanos, nacidos de la noche, debemos rematar nuestra historia consumiéndonos bajo el ardor del sol en su cuna misma.

Desciendo de los Vulpios, los descendientes de la zorra, cuya sangre fructificó en tierra italiana hasta más allá de Etruria, y luego fue a Bética, donde su último portador, Lucio Ulpio Rotundo, fue adoptado por el último de los Trahio, que dio su casa, su fortuna y su gloria de debelador de los turdetanos al joven caído en la ruina, pero cuya sangre era demasiado preciosa para diluirse en el olvido.

De los Vulpios se dice que su primer ascendiente había sido amamantado por una zorra, y que Rómulo le retó a singular combate porque el Lacio era demasiado pequeño para ellos dos. Ambos desistieron por igual en el último momento, porque si Vulpio necesitaba audacia, a Rómulo le urgía astucia, y se dijeron que el hijo de la zorra y el del lobo debieran ser aliados naturales. Así comenzaron juntos sus hazañas, pero Vulpio murió joven, dejando un hijo, a quien Rómulo marginó, haciéndole sacerdote, porque ya había aprendido de Vulpio lo suficiente para ser también él hijo de la zorra.

Rotundo cambió su nombre por Lucio Ulpio Trahiano, y fue mi bisabuelo. Yo llevo en mí, por tanto, la sangre de los Ulpios y la de los Trahios, debeladores, aquéllos, de sabinos y etruscos, como éstos, de los turdetanos, que ahora hablan latín, como también llevan camino de hablarlo los dacios, y como habrían acabado hablándolo todos los orientales sometidos a Roma de haberme dado los dioses más tiempo del que me dieron.

Mi cuerpo, que ya no es mío, está muerto, aunque los médicos sigan creyéndolo vivo. Es la suya una vida marginal e innecesaria, una pérdida de tiempo que no inquieta a los dioses, para quienes el tiempo sólo existe como juguete o arma, y que yo ya no acepto.

Temo no poder entrar en el cuerpo de mi sucesor, que será contrario a las ideas impulsoras de nuestro imperio, que yo encamé. Dejará Oriente en manos de los bárbaros, pero no le permitiré que abandone Dacia.

Los dioses me deben eso, y me lo concederán.



Fuente: Yo, Marco Ulpio Trajano de Jesús Pardo.

Foto: Trajan-Statue in Xanten, Creative Commons 3 by Lutz Langer


jueves, 23 de agosto de 2018

LAS LEGIONES, CONSTRUCTORAS DE LAS VÍAS



Las vías romanas nacían al ritmo que avanzaban las legiones romanas de la República y del Imperio. El papel de los legionarios no se limitaba a combatir al enemigo, sino a difundir la pax romana en las nuevas tierras incorporadas y a mantener los mecanismos de control de las mismas. En consecuencia, sea en el transcurso de las campañas, sea al cesar los enfrentamientos, el legionario sabía que llegaría el momento de despojarse de su armadura (lorica segmentata), de su casco (galea) y de su armamento (pilum, gladius y scutum), para servir de mano de obra en la construcción de las carreteras, forjadoras del estilo de vida romano. Sobre los generales además recaía la responsabilidad de que a sus tropas no les absorbiese la molicie, ni que el ocio alterase su ánimo o la quietud de las armas oxidase su forma física, y el afanarlos en la creación o reparación de vías aparecía como el remedio perfecto. La calzada de Bolonia a Arezzo surgió así, como iniciativa del cónsul Flaminio con objeto de mantener ocupados a sus hombres tras la pacificación de Etruria. No es casualidad que las operaciones militares de Agripa en la Galia (16-13 a. C.), de Tiberio en Dalmacia y Panonia a comienzos del siglo I d. C, de Claudio en las fronteras del Rin y del Danubio o de la dinastía Flavia en Asia Menor llevaron aparejadas las consiguientes políticas viarias. En Aurés (Argelia), una inscripción del 145 d. C. conmemoraba la construcción de una calzada por parte de la VI Legión Ferrata, aprovechando que había viajado desde Siria con la misión de suprimir una rebelión, lo cual denota que cualquier excusa era apropiada para dar comienzo a las obras públicas, con mayor motivo en un lugar donde no tan sólo los romanos, sino los árabes, sufrieron el carácter levantisco de los bereberes. Sofocados los núcleos de resistencia en los límites fronterizos, se apostaban fortificaciones desde donde controlar y proteger los caminos, que con el tiempo llegaban a ser auténticas colonias militares y germen de importantes ciudades.

Si el esfuerzo físico corría a cargo de la milicia, la planificación vial y la supervisión técnica de las obras dependía de los ingenieros militares (praefecti fabrum), normalmente personajes con una carrera militar a sus espaldas, veteranos que en sus ciudades se promocionaban a cargos políticos y sacerdotales. A su alrededor se coordinaban las acciones de geómetras, agrimensores, niveladores y arquitectos.

Fuente: Viajes por el Antiguo Imperio Romano de Jorge García Sánchez

Foto. Via Appia within the ancient city of Minturno. (CC0).


miércoles, 22 de agosto de 2018

Una vida en armas: los legionarios.



Legiones concentradas para aplastar la revuelta de los esclavos liderada por Espartaco; una feroz carga contra bárbaros iracundos… Las imágenes de legionarios romanos están ligadas a las transmitidas por las novelas, el cine y la televisión. Sin embargo, aparte de los breves momentos de batalla, disciplina, matanzas, valentía y muerte, ¿cómo era la vida de un legionario romano? Las fuentes, aunque se ha recurrido a ellas profusamente, no permiten contar la historia del legionario corriente en un momento dado durante los primeros tres siglos de nuestra era. Sin embargo, es posible obtener una imagen compuesta basada en el material existente de ese periodo. Legiones concentradas, aulladoras hordas de bárbaros, valentía en la batalla…, todo eso existía, pero expondré el resto de la existencia de los legionarios con todas sus limitaciones, esperanzas, banalidades y emociones.



El legionario, como otros romanos olvidados o invisibles, prácticamente nunca es tratado individualmente por las principales fuentes clásicas. Aparece en medio de la masa —«el ejército» o «una legión», o cualquier otro grupo—; tan sólo en situaciones excepcionales y frecuentemente con trazas de ficción, aparece un soldado de manera individual en las obras de los escritores de la elite. Para estos autores, por debajo de los mandos militares, el ejército es, salvo en muy raras ocasiones, una masa uniforme que interpreta su papel en el drama al que la elite denomina historia.



Cuando la elite se dignaba pensar en los legionarios corrientes quería fijarse en los actos heroicos, pero al final acababa viéndolos mayoritariamente como un cuerpo peligroso, ignorante, de origen humilde y motivado por bajos instintos. Sin embargo, si tenemos en cuenta el nivel económico, social y cultural del soldado corriente, su vida, aunque podía ser dura y en ocasiones mortal, era en muchos sentidos una vida privilegiada, ya que el legionario gozaba de una estabilidad y unas ventajas a las que muy pocos hombres corrientes podían aspirar.



Fuente: Los olvidados de Roma, prostitutas, forajidos, esclavos gladiadores y gente corriente de Robert C. Knapp




Foto: Grupo de recreación Barcino Oriens, Legio II Traiana Fortis en las jornadas romanas de BARCINO·COLONIA·ROMAE. Creative Commons 3 (Marionaaragay).

lunes, 20 de agosto de 2018

La vida de un Legionario en la época de las guerras de la Galias.


La marcha


Para levantar el campamento se daban tres toques de cornu. Al primer toque se desmontaban las tiendas, al segundo, se cargaban las bestias y las carretas. A continuación. Los legados preguntaban por tres veces si los soldados estaban dispuestos para el combate, y cada vez aquéllos respondían: «¡Estamos preparados!». En ese momento sonaba el tercer toque y la vanguardia se ponía en movimiento, seguida por el grueso de la tropa.

Cada legionario llevaba un pesado equipo personal sobre una furca, sistema que fue introducido por Mario hacia el año 107 a. C. El convoy de carga transportaba la impedimenta pesada: tiendas, muelas manuales, artillería, provisiones. etc. Estaba formado principalmente por animales de carga (sobretodo por mulos), pero también lo componían algunas carretas tiradas por bueyes o por caballos.

Los oficiales superiores tenían derecho a varios mulos: cada centurión tenía uno y se disponía de uno por tienda. Una legión contaba con 1200 o 1500 bestias de carga. El personal del convoy de carga se componía de esclavos, los muliones (muleros. boyeros y carreteros) y los calones, que servían como asistentes a los soldados.

Una vez dada la orden de marcha (agmell) resultaba prácticamente imposible algún tipo de cambio. Los exploradores realizaban avanzadillas de exploración. La vanguardia estaba formada por un destacamento de legionarios y otro de caballería, seguidos de un cuerpo de ingenieros encargado de hacer transitable el camino. A continuación marchaban los equipos de los oficiales, protegidos por una unidad de caballería; les seguían los ayudantes de campo y el legado con su escolta. Tras ellos, otro destacamento de caballería. Los legados y los tribunos con sus acompañantes, y. en columnas de a seis, el grueso de las legiones. Cada una de ellas iba precedida por el aquilifer, un signifer y un cornicen por cada centuria, y seguida por sus equipos. Finalmente, marchaba la retaguardia. Compuesta por los auxiliares, y, en última fila un destacamento de legionarios en formación ligera.



Fuente: La vida de un Legionario en la época de las guerras de las Galias de  Erik Abrason.

Foto: Creative Commons 3 (MatthiasKabel).

domingo, 19 de agosto de 2018

CONTRASEÑAS Y TOQUES DE TROMPETA.


II Las Legiones

IV.   CONTRASEÑAS Y TOQUES DE TROMPETA


Todos los días, al ponerse el sol, el oficial de mayor rango del campamento emitía una nueva contraseña y a cualquiera que se aproximara al campamento por la noche se le pediría que dijera cuál era. El tribuno de la guardia tenía que pasarle la nueva contraseña a cada uno de los tesserarius, que se ocupaban de que llegara a los distintos puestos de guardia para su uso durante las siguientes veinticuatro horas. Las contraseñas también se utilizaban en Roma, donde eran emitidas por el emperador o, en su ausencia, por un cónsul. Nerón eligió en una ocasión la frase «La mejor de las madres» como contraseña. Claudio, a menudo, utilizaba citas de Homero.

La vida diaria de los legionarios estaba regida por los toques de trompeta. «Todos los guardias están listos al sonido de un lituus y son relevados al sonido de un cornu», dijo Vegecio [Vege., III]. Los legionarios se levantaban y se acostaban cuando lo marcaba el respectivo toque de trompeta. Cuando se oía en el campamento el toque de «Preparaos para la marcha» por primera vez, los legionarios desmontaban sus tiendas y las de sus oficiales, luego recogían el bagaje y se situaban junto a él. Al segundo toque de trompeta de «Preparaos para la marcha», se cargaban los carros del bagaje. Cuando el toque sonaba por tercera vez, los primeros manípulos en el orden de marcha salían por la puerta del campamento [Jos., GJ, 3, 5, 4].



Había una larga lista de toques de trompeta que los legionarios debían ser capaces de reconocer y ante los que debían reaccionar con prontitud en el campo de batalla. Según Arriano, las señales de batalla incluían: «Marchar hacia delante», «Torcer a la izquierda», «Conversión hacia la derecha», «Desplegarse», «Volver a formar», «Volver a formar en línea recta», «Doblar el número de legionarios en fondo», «Volver a la formación», «Levantar las lanzas», «Bajar las lanzas», «El optio endereza la centuria», «El optio mantiene los intervalos» [Arr., T, 31-32]

Fuente: Legiones de Roma de Stephen Dando Collins

Foto. Cornicen Photographed by myself during a show of Legio XV from Pram, Austria (Medium69)

sábado, 18 de agosto de 2018

FORTIFICACION DE CAMPAMENTOS.


Que opinaba Flavivs Vegetivs Renatvs en su EPITOMA REI MILITARIS, en cuanto a la fortificación de un castrum con o sin presencia del enemigo.

LIBRO I

XXIIII FORTIFICACION DE CAMPAMENTOS.

Hay tres formas de atrincherar un campamento. Cuando el peligro no es inminente, llevan una estrecha zanja alrededor de todo el perímetro, de sólo 2,66 metros de ancho y dos de hondo. Con la turba que se ha sacado, se hace una especie de muro o terraplén de noventa centímetros de alto en la cara interior del foso. Pero donde haya motivo para temer ataques del enemigo, el campamento de rodearse de un foso regular, de 3 metros y medio de ancho y 2,66 metros de hondo, perpendicular a la superficie del terreno. Se eleva entonces un parapeto en el lado próximo al campo, de una altura de cuatro pies, con obstáculos y fajinas (haces de palos) adecuadamente cubiertas y aseguradas a la tierra sacada del foso. Con estas dimensiones, la altura interior del atrincheramiento alcanzará los 3,85 metros y la anchura del foso, 3,55 metros. Encima de todo se situarán fuertes empalizadas que los soldados llevan constantemente con este propósito. Un número suficiente de azadas, zapapicos, canastas de mimbre y herramientas de toda clase han de proporcionarse para tales trabajos.



XXV FORTIFICACION DEL CAMPAMENTO EN PRESENCIA DEL ENEMIGO.

No hay dificultad en fortificar un campamento cuando no hay enemigo a la vista. Pero si el enemigo está próximo, toda la caballería y la mitad de la infantería deben formar en orden de batalla para cubrir al resto de las tropas que trabajan en el atrincheramiento y estar dispuestos a enfrentar al enemigo si se deciden a atacar. Las centurias se emplean por turnos en el trabajo y son llamados regularmente al relevo por un pregonero hasta que se completa el trabajo. Luego se inspecciona y mide por los centuriones, que castigan tanto a los indolentes como a los negligentes. Este es un punto muy importante en la disciplina de los jóvenes soldados quienes, cuando están adecuadamente entrenados en ello, son capaces en una emergencia de fortificar su campamento con habilidad y rapidez.

miércoles, 15 de agosto de 2018

Lignum – Ángel Portillo. Capítulo I – La Urbe. (Fragmento)

Lignum – Ángel Portillo (próximamente, este otoño)
Capítulo I – La Urbe. (Fragmento)
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En el foro Boriano no pude evitar visitar el templo de Hércules, una estructura circular rodeada por veinte columnas de mármol traído del norte de Italia, con su tejado en forma de cono no muy puntiagudo. Me maravillé de nuevo con la espléndida estatua de su interior hecha de bronce dorado que representaba al héroe totalmente desnudo marcando sus poderosos músculos. En su mano derecha portaba la maza, con la que, según la tradición, el glorioso semidiós mató a un gigante bandido que causaba pánico entre las buenas gentes de estas tierras.
Según cuenta la leyenda, el héroe, durante uno de sus viajes, decidió hacer un descanso aquí cerca, en el Aventino, una de las colinas de Roma. Antes de dormir, dejó las reses que cuidaba pastando en la fresca hierba que había a su alrededor. Caco, el ladrón, las encontró y decidió quedarse con algunas de ellas. Las arrastró por la cola para que las huellas indicaran que los animales se alejaban de la cueva; creyó que Hércules seguiría la falsa pista y se alejaría de allí. Al despertar, reunió su ganado y enseguida se dio cuenta de que le faltaban animales. Vio las huellas que se alejaban, pero no se fio y decidió buscarlas por la zona.
Encontró al gigante Caco en la entrada de la cueva y le preguntó si había visto las reses que le faltaban. El ladrón afirmó por varios dioses no haberlas visto. Hércules, que sospechaba, pidió entrar para comprobarlo, a lo que el malhechor se negó. El audaz semidiós condujo al ganado cerca de la cueva. Las reses cautivas, cuando olieron a sus compañeras, empezaron a mugir. Descubierto el engaño, Caco empezó a pelear con Hércules, que con la maza dio muerte al indeseable y también destruyó la cueva para evitar que otros bandidos la pudieran utilizar. Para recordar esta hazaña hizo levantar un altar en la zona donde más tarde se construiría el foro Boriano.
Al igual que yo, todos los niños de Roma querían ser fuertes como Hércules. Soñábamos en tener sus músculos, en hacer sus hazañas. Todos intentábamos mover piedras imposibles y todos creímos alguna vez haberlo hecho. Envidiaba los fuertes músculos de sus brazos, su abdomen y sus piernas. Hubiera dado parte de mis años por vivir sus aventuras, por tener la fuerza que tenía el héroe legendario o por hacer sus doce trabajos. Lo hubiera dado todo por haber matado al león de Nemea o a la hidra de Lerna. Imaginaba capturar al jabalí de Erimanto o al toro de Creta. Todo eso eran cosas de niño, cosas de la infancia, pero aún admiraba al ser que representaba la estatua.
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Foto: Templo de Hércules Victor en el foro Boriano