Capítulo III – Rufo Septinio - Fragmento de LIGNVM.
«Se adivinaban sombras tras las ventanas, pero nadie salió en ayuda de los miserables. Llegó un momento en el que ya no gritaban por los golpes: los recibían sin poder articular sonido.
—Parad, no hace falta matarlos. Les dirán a los demás que eviten tentaciones —nos indicó Rufo—. ¿Cuál de los tres está mejor?
—Parece que este —señaló el joven Carruca.
Rufo se acercó al tipo al que parecía que había librado de la muerte y le aleccionó:
—Habéis cometido un error grave al atacar a mis amigos de los carretones. Si lo volvéis a hacer igual me enfado. Si me obligas a regresar aquí, te sodomizaré hasta que te quieras quitar la vida tú mismo. No te puedes imaginar lo que les espera a tu madre y a tu dulce hermana, así que ahora haz lo que quieras: compórtate como el cobarde que eres y abandónalas, o quédate y sácalas adelante; hagas lo que hagas, avisa a los tuyos de lo que les puede pasar si hacen lo que no deben. ¿Entendido?
Acabó dándole un golpecito en la cabeza. El hombre no parecía tener la capacidad de contestar, pero no cabía duda de que haría lo que se le había dicho. Pusimos de nuevo los palos, ahora llenos de sangre, en el carro y nos fuimos dispersando por la ciudad.
Mi progenitor me había explicado en varias ocasiones la fábula de los cuatro novillos y el león. El gran depredador tenía hambre y veía las abundantes carnes de los rumiantes, pero como estos eran muy amigos y andaban siempre juntos, no podía atacarlos. La naturaleza le había dado fuerza para matar a cada novillo, pero juntos uno al lado del otro era imposible para él acabar con ellos: la suma de los cuatro era superior a la fiereza del carnívoro. El león empezó a hablarles sugiriendo que los otros siempre comían los mejores pastos. Los infelices novillos empezaron a desconfiar y decidieron ir cada uno a buscar su hierba fresca por diferentes caminos. Al final, el inteligente león los acabó devorando a todos uno por uno.
Era consciente de que los trabajadores del transporte de mercancías y todos sus familiares nos teníamos que apoyar entre nosotros. En caso contrario, seríamos devorados por las bestias. Sabía que la violencia era parte de la vida. Era consciente de que era cotidiana en las actividades de los hombres: la ejercía el rico contra el pobre, el poderoso contra el pueblo y el pueblo contra el poderoso, el amo la aplicaba con su esclavo y el fuerte la usaba para someter al débil. En ciertas condiciones en la sociedad romana, que era la mejor de todas, aparecían conflictos, rupturas y tensiones. Cuando se rompía el orden, toda la ciudad estallaba y se producían disturbios, muertes y violaciones. Esto era así desde el principio de los tiempos y seguiría así hasta el final.»
«Se adivinaban sombras tras las ventanas, pero nadie salió en ayuda de los miserables. Llegó un momento en el que ya no gritaban por los golpes: los recibían sin poder articular sonido.
—Parad, no hace falta matarlos. Les dirán a los demás que eviten tentaciones —nos indicó Rufo—. ¿Cuál de los tres está mejor?
—Parece que este —señaló el joven Carruca.
Rufo se acercó al tipo al que parecía que había librado de la muerte y le aleccionó:
—Habéis cometido un error grave al atacar a mis amigos de los carretones. Si lo volvéis a hacer igual me enfado. Si me obligas a regresar aquí, te sodomizaré hasta que te quieras quitar la vida tú mismo. No te puedes imaginar lo que les espera a tu madre y a tu dulce hermana, así que ahora haz lo que quieras: compórtate como el cobarde que eres y abandónalas, o quédate y sácalas adelante; hagas lo que hagas, avisa a los tuyos de lo que les puede pasar si hacen lo que no deben. ¿Entendido?
Acabó dándole un golpecito en la cabeza. El hombre no parecía tener la capacidad de contestar, pero no cabía duda de que haría lo que se le había dicho. Pusimos de nuevo los palos, ahora llenos de sangre, en el carro y nos fuimos dispersando por la ciudad.
Mi progenitor me había explicado en varias ocasiones la fábula de los cuatro novillos y el león. El gran depredador tenía hambre y veía las abundantes carnes de los rumiantes, pero como estos eran muy amigos y andaban siempre juntos, no podía atacarlos. La naturaleza le había dado fuerza para matar a cada novillo, pero juntos uno al lado del otro era imposible para él acabar con ellos: la suma de los cuatro era superior a la fiereza del carnívoro. El león empezó a hablarles sugiriendo que los otros siempre comían los mejores pastos. Los infelices novillos empezaron a desconfiar y decidieron ir cada uno a buscar su hierba fresca por diferentes caminos. Al final, el inteligente león los acabó devorando a todos uno por uno.
Era consciente de que los trabajadores del transporte de mercancías y todos sus familiares nos teníamos que apoyar entre nosotros. En caso contrario, seríamos devorados por las bestias. Sabía que la violencia era parte de la vida. Era consciente de que era cotidiana en las actividades de los hombres: la ejercía el rico contra el pobre, el poderoso contra el pueblo y el pueblo contra el poderoso, el amo la aplicaba con su esclavo y el fuerte la usaba para someter al débil. En ciertas condiciones en la sociedad romana, que era la mejor de todas, aparecían conflictos, rupturas y tensiones. Cuando se rompía el orden, toda la ciudad estallaba y se producían disturbios, muertes y violaciones. Esto era así desde el principio de los tiempos y seguiría así hasta el final.»
Escrito por Ángel Portillo. LIGNVM en Amazon.
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Miembro del grupo de recreación historica Barcino Oriens (Legio II Traiana Fortis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.
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