El paso de ríos es muy peligroso si se hace sin gran cuidado. Al cruzar corrientes rápidas o anchas, los equipajes, sirvientes y a veces hasta los soldados más incautos están en riesgo de perderse. Habiendo primero sondeado el vado, se deben montar dos líneas de la mejor caballería, alineadas a una distancia adecuada hasta abarcar toda la anchura del río, para que la infantería y los equipajes pasen entre ellos. La línea superior del vado rompe la fuerza de la corriente y la línea inferior recupera y transporta a los hombres arrastrados por la corriente. Cuando el río es demasiado profundo para ser vadeado tanto por la caballería como por la infantería, y corre por un lugar llano, se le puede desaguar con gran número de acequias, y pasarlo así con facilidad.
Pintura en tela del arquitecto John Soane. Puente de Julio Cesar sobre el Rin (dominio público). |
Los ríos navegables se pasan colocando pilones fijados al fondo y situando sobre ellos tablones; o si ocurre algún imprevisto, se juntan rápidamente cubas vacías y se las cubre con tablones. La caballería, quitándose su impedimenta, hace pequeños flotadores con ramas secas sobre las que pueden colocar sus armas y corazas para preservarlas de la humedad. Ellos mismos llevan a nado sus caballos para cruzar el río y arrastran los flotadores tras ellos con una correa de cuero.
Pero el invento más cómodo es el de los pequeños botes hechos de una sola pieza y muy ligeras tanto por su construcción como por la calidad de la madera. El ejército siempre tiene cierto número de tales botes sobre carros, junto con una cantidad bastante de planchas y clavos de hierro. Así, con la ayuda de cables para atar los botes entre sí, se construye instantáneamente un puente, que temporalmente tiene la solidez de uno de piedra.
Cruce del Danubio por Tetio Juliano año 88 d.C. Izquierda construcción de un puente de barcazas. Derecha cruce del río por parte de Trajano 101d.C. Autor Peter Connolly
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Como el enemigo generalmente se esfuerza en caer sobre un ejército cuando está pasando un río, por sorpresa o en emboscada, es necesario asegurar ambos flancos colocando destacamentos para que las tropas no sean atacadas y derrotadas mientras están separadas por la corriente del río. Pero es aún más seguro poner empalizadas en ambos extremos, pues os permitirán sostener cualquier ataque sin muchas pérdidas. Si se quiere mantener el puente, no sólo para este transporte sino para la vuelta y para las expediciones de avituallamiento, será conveniente excavar fosos para cubrir cada cabeza del puente, y guarnecerlas con un número suficiente de hombres que las defiendan tanto tiempo como lo requieran las circunstancias.
Fuente: Arrecaballo |
Cómo ve esta maniobra Aurelio Vitalis, el protagonista de mi libro LIGNVM, cuando se ve en la obligación de cruzar el río Dermen (afluente del Danubio) durante unas maniobras:
“No faltaron las desgracias. En una ocasión en la que vadeábamos un afluente del Danuvius, perdimos a dos reclutas. Las cuatro centurias, con todo el equipo encima, teníamos que pasar por una parte del río en la que el agua nos llegaba muy por encima de la cintura. La corriente era fuerte, así que para ayudarnos toda una turma de caballería se puso río arriba con la intención de que la envergadura de los caballos detuviese un poco la fuerza de la bajada del agua. También nos apoyaba otra turma río abajo, al parecer solo para recoger los pertrechos que se perdiesen aguas abajo, pero después descubrí que estos jinetes tenían más de un objetivo.
Primero entraron los caballos de la I Turma, el decurión en primera posición y los treinta hombres justo detrás, en quince parejas de dos jinetes. La caballería paró con el duplicarius, el segundo al mando de la turma, en este lado, y el decurión, en la otra orilla. Los treinta caballos que había dentro del río pararon en zigzag intentando ocupar todo el ancho del caudal. La II Turma obró de igual forma aguas abajo. Con un sonido largo del cornu se dio la orden de marcha a la infantería pesada. Todos avanzábamos intentando apoyar bien un pie antes de levantar el otro. Al ir progresando notaba que algo tocaba mis piernas; quién sabe si pequeñas piedras, algas o peces; incluso a veces notaba que el pie se hundía en el lodo. Una mano la necesitábamos para cargar la parte del equipo que no podíamos llevar sobre nuestro cuerpo; con la otra nos apoyábamos en el hombro del legionario que teníamos delante. Aun así, de vez en cuando alguien perdía el equilibrio y al caer las aguas lo arrastraban. Los jinetes río abajo eran, por ello, nuestra última esperanza. Aunque el agua se llevó a varios hombres, dos de los reclutas perdieron toda oportunidad de salvarse y desaparecieron. Solo les quedaba la esperanza de que una de las Náyades se enamorara y se apiadara de ellos, pero estas eran caprichosas y tanto los podían favorecer como castigar; daban amor, salud y felicidad o ajusticiaban por tocar las aguas que para ellas eran sagradas. Parece ser que esta vez no intervinieron, y solo el dios del río sabe lo que pasó con ellos.”