miércoles, 17 de junio de 2020

ROMA Y SU ORIGEN CAMPESINO.

En los inicios de la República Romana la agricultura se consideraba la principal fuente de riqueza y de diferenciación económica. La sociedad romana se encontraba muy vinculada a las labores del campo, y la agricultura y el oficio de agricultor eran muy apreciados y valorados. El agricultor se tenía por un miembro imprescindible dentro de la comunidad política. El trabajo de la tierra se sometía a la valoración social y jurídica y, de hecho, la cultura agrícola requería de la actividad de los pontífices, puesto que seguía unas normas religiosas y se amparaba bajo las “leges regiae” dentro de las Leyes de las XII Tablas. En estas leyes vemos la gran importancia que tenía el campo para el hombre romano, ya que imponía penas graves para todo aquel que destruyese los cultivos de un terreno o dañase su explotación; como ejemplo, se condenaba a muerte a aquel que matase a un buey, principal animal de tiro. 

Su enorme influencia se veía reflejada en la gran cantidad de festividades rurales que se encontraban dentro del calendario romano, e incluso este se había elaborado siguiendo los ciclos agrícolas. Al igual que se veía reflejada en la cantidad de dioses o divinidades como, entre otros: Vervactor, que transforma la tierra en barbecho; Reparator, que la prepara; Imporcitor, del latín imporcare, hacer surcos; Insitor, que siembra; Obarator, que ara la superficie; Occator, que la escarifica; Sarritor, que la escarda; Subruncinator, que la clarea; Messor, que cosecha; Conuector, que transporta lo cosechado; Conditor, que lo almacena; y Promitor, que lo distribuye. Todos ellos dioses “indigetes” (dioses, diosas y espíritus romanos no adoptados de otras mitologías) ligados a Ceres tras su adopción por Roma. Por último, y para reforzar la idea del campesinado y las labores agrícolas en el origen de Roma podríamos también acudir a los nombres como Fabius, Cicero, Piso, Caepio, Porcius, Asinius, Vitellius u Ovidius, estos nombres se relacionan respectivamente con faba, «haba», cicer, «garbanzo», pistor, «molinero», caepe, «cebolla», porcus, «cerdo», asinus, «asno», vitellus, «becerro» y ovis, «oveja». 

Trigo, portal PixaBay, dominio público

Productos como los cereales o las aceitunas sustituyeron a la carne, típica de las sociedades pastoriles y de trashumancia, como alimentos básicos de la sociedad. También eran muy importantes las diversas frutas, como la manzana o la pera, debido a su abundancia y a su precio barato, por lo que parte del campo se dedicó a la explotación de los huertos frutícolas. 

La implantación rural más antigua se componía de pequeños asentamientos, que medían unos dos “iugera”, es decir, una media hectárea aproximadamente, situados cerca de poblaciones mayores. Este tipo de granja era trabajada fácilmente por el propio dueño con su familia y unos dos o tres esclavos, lo que nos da una idea del pequeño tamaño que tuvieron. Se trabajaban a mano, usando a lo sumo herramientas muy sencillas, y se dedicaban sobre todo al cultivo intensivo de verdura o cereal. 

Eran estos campesinos los mismos que, cuando daba comienzo la campaña militar y se necesitaban soldados para los combates, se enrolaban en el ejército y volvían a sus tierras cuando el conflicto terminaba. De hecho los campesinos se consideraban a la vez soldados siendo para ellos el mismo oficio, el del campesino-soldado. El soldado era “vir”, era propietario y era digno de ser ciudadano, un concepto parecido al de las polis griegas. Este origen es probablemente el principio de algunas de las virtudes privadas tales como: la “industria”, el trabajar duramente; la “firmitas”, tenacidad o fuerza mental; la “frugalitas”, la templanza, economía y simplicidad (no ser miserable, sino medido); “pietas”, más que piedad religiosa, respeto por el orden natural y religioso; la “severitas”, severidad o autocontrol, entre algunas otras. 

Hasta finales del siglo IV a.C. los cultivos se orientaban hacia el consumo y el sostenimiento de la propia familia, produciendo lo suficiente como para abastecer al país, pero con el uso de la moneda se comenzaron a producir excedentes. La producción de estos excedentes, junto a otros factores, como la destrucción de Italia durante la segunda Guerra Púnica y la posterior expansión de la República, llevó a un cambio dentro de la agricultura, la cual se dirigió ahora hacia la producción y el mercado, y llevó a la aparición de los grandes propietarios. Todos estos cambios provocaron que el tipo de propietario rural medio comenzase a sucumbir. Además, se vio un gran auge del sistema de producción esclavista que colaboró con este aumento de la agricultura extensiva. Muchos agricultores, tanto por las campañas bélicas constantes como porque no podían competir, se vieron obligados a vender sus propiedades, lo que contribuyó a la aparición de latifundios, controlados por las clases patricias, y a la emigración a la Urbe y otras grandes ciudades de hombres con futuro incierto. Algunos de estos campesinos tuvieron que trabajar en las mismas fincas que habían vendido como colonos a cambio de un exiguo salario, lo que trajo consigo un grave problema social. La situación fue tan preocupante que los hermanos Graco (Cayo y Tiberio Sempronio Graco) intentaron realizar una reforma social que permitiese el resurgimiento de esa clase de campesinos-guerreros que había engrandecido Roma, pero se encontraron con la fuerte oposición del Senado. Esta fuerte oposición precipitó, o mejor dicho provocó, la muerte de estos y el final de la Roma campesina.

Si quieres aprender más, en este caso sobre la labor de la campesina romana visita: LA CAMPESINA ROMANA (UILICA) del bloc "Arraona Romana" escrito por Maribel Bofill.
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Fuentes: Breve historia de la vida cotidiana del imperio romano - Lucia Avial Chicharro, Diccionario de la Religión Romana de José Contreras Valverde y La Vida en La Antigua Roma de Johnston W Harold

Ángel Portillo Lucas, autor de:


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Miembro del grupo de recreación histórica Barcino Oriens (Legio II Traiana Fortis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.


martes, 9 de junio de 2020

LIGNVM en ROMA

LIGNVM en ROMA acompaña a LIGNVM y a LIGNVM en TAPAE en la serie la Vida de Aurelio. Es esta ocasión Aurelio Vitalis (o Lignum en las legiones) volverá a Roma. Allí tendrá que luchar por su futuro y el de su familia. De sus acciones depende no ya su destino sino también la continuidad de la esencia de los Vitalis, la supervivencia de sus sagrados Antecesores.
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lunes, 1 de junio de 2020

VIDA EN LA ANTIGUA ROMA: EL PATRÓN Y EL CLIENTE.


El Patrón tenía la obligación de recibir a sus clientes en su casa para despachar con ellos o para ayudarles. Cuando éstos carecían incluso de lo necesario para comer preparaba una cesta con víveres, sportula. En ocasiones, para evitarse molestias, les obsequiaba con un donativo monetario el día de su visita. La costumbre también prescribía aguardar el turno, que no era establecido según el orden de llegada, sino de acuerdo al lugar que cada uno ocupaba en la sociedad. Obviamente, se debía cuidar mucho el modo de dirigirse al patrón pues había que llamarle, no por su nombre, sino «señor», dominus. Roma despertaba cada mañana con el ir y venir de estas cortesías de rigor. Los más humildes multiplicaban las visitas para lograr nuevas asignaciones.

Dionisio de Halicarnaso señala que Rómulo dividió a la sociedad romana en patricios y plebeyos. Los últimos debían ser clientes de los primeros y cada plebeyo podía elegir a quien quisiera como patrón. Los patrones debían aconsejar en derecho a sus clientes, velar por ellos en los aspectos económicos y proporcionar medios de subsistencia a su cliente y a su familia, entablar procesos por ellos y defenderlos si eran acusados. También nos define las obligaciones de los clientes que debían hacer progresar los intereses de su patrono en todos los aspectos, cultivar sus campos y cuidar sus rebaños, ayudar a sus patrones con la dote de sus hijas, ayudar en el pago de rescates a los enemigos o satisfacer penas civiles, así como contribuir en los gastos de los desembolsos para actos públicos y asistirlos y acompañarlos en caso de guerra. Les estaba impedido mutuamente testificar en un juicio uno contra el otro o aliarse con enemigos. 

Los clientes quedaban vinculados jurídicamente a los patrones, les mostraban respeto, eran serviciales para con su persona y sus bienes, estaban asociados al culto familiar de su patrón llevando el nombre gentilicio, dependiendo de un miembro de la gens, patronus, al que estaban vinculados por el ius patronatus y al que tenían que proteger ante cualquier amenaza. 

«El título de Patrón viene inmediatamente después del de Padre», Catón. 

Es obvio que el valor de la relación residía en la posición dominante del patrono. Al ser los patricios, en la monarquía, los únicos con todos los derechos civiles y no tener los miembros de la plebe ninguno, el cliente tenía que sacrificar su independencia a cambio de la protección y aprobación de un hombre más poderoso. En el caso de disputas por la propiedad, por ejemplo, el apoyo de un patrono le aseguraría la defensa y justicia pues un ser sin derechos políticos contra otro que los tenía sería siempre perdedor en cualquier conflicto legal. 


 Lawrence Alma-Tadema, dominio público.

La división social en una clase dirigente de patricios que actúa como magistrados, jueces y patrones y la clase de plebeyos conformada por granjeros, artesanos y clientes, en realidad está diseñada en la visión de Dionisio para evitar el conflicto social y aunque esto pudiera ser así en la monarquía no era igual en la República y menos aún durante el Imperio pues plebeyos y ecuestres adquirieron grandes cotas de poder y, ¿cómo no?, de dinero. Estas relaciones se volvieron menos exclusivas y obligatorias. Se observa fluidez y multiplicidad en los vínculos de cliente-patrón. Es evidente que la relación no podía mantenerse de igual manera después de que patricios y plebeyos se hicieran, poco a poco, políticamente equivalentes. 

Según Tito Livio, en la elección de los cónsules del 468 a.C. en el primer conflicto patricio-plebeyo, la plebe enfurecida no participó, pero los cónsules (probablemente Tito Larcio y Quinto Clelio Sículo) fueron elegidos por el voto de los patres y sus clientes. Según esto, la información de Dionisio de Halicarnaso puede que no sea absolutamente verídica, pues de Tito y otras fuentes se puede deducir que los clientes tenían derecho al voto y que en los plebeyos no estaba originada la existencia de los clientes (o al menos no en su totalidad) en un Estado totalmente patricio. Incluso hay fuentes que indican que los plebeyos llegaron a Roma tiempo después de que esta relación existiera. 

El clientelismo al final de la República y en el Imperio se veía como una relación voluntaria, por lo tanto no debería ser equiparada a una relación de servidumbre. El ciudadano, en principio, no debería verse disminuido por actuar como cliente y no afectaría a sus derechos de propiedad como tampoco implicaría la pertenencia del cliente a la gens del patrón. Pudiera ser incluso que un cliente tuviera varios patrones y que un patrón fuera a su vez cliente de otro. En esta última etapa no había ningún vínculo personal entre el nuevo patrono y el nuevo cliente, ni ninguna relación de origen hereditario. El nuevo cliente no se ataba de por vida a un patrono para bien o para mal. A menudo seguía a varios a la vez y cambiaba de patronos en cuanto otro le ofrecía mejores expectativas. Del mismo modo el patrono despachaba a un cliente cuando se había cansado de él. 

Además, es casi seguro que no todos los romanos se encontraban en este tipo de relaciones. El desarrollo de otro tipo de vínculos, más definidamente asociativos, políticos y económicos, garantizaban mecanismos de autodefensa entre los plebeyos y nos permite pensar que muchos sectores de la población escapaban a estos encuadramientos. Un ejemplo pequeño de esto último serían los collegia profesionales, que eran entidades jurídicas con derecho a defensa ante los tribunales, podían comprar y vender, y ejercían como asociaciones de asistencia mutua.

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Fuentes: La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio de Jérôme Carcopino y Patrones y Clientes en la República Romana y el Principado de Carlos G. García.

Ángel Portillo autor de:

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