viernes, 30 de noviembre de 2018

VIDA MILITAR: NO CORTAR, SINO DAR ESTOCADAS CON LA ESPADA



Autor Ángel Portillo.


En el ejército romano del Alto Imperio los milites llevan como defensa un scutum semicircular de gran tamaño que le cubría prácticamente desde las rodillas hasta los ojos y como arma de ataque portaba el gladius, una espada corta de unos 60 cm cuya principal utilidad era dar estocadas. 
Gladius pompeii 


Según Flavivs Vegetivs Renatvs, en su Epitoma institvtorum rei militaris:

«Se les enseñaba, igualmente, a no cortar, sino dar estocadas con sus espadas. Para los romanos, no sólo resultaba motivo de chanza quienes luchaban con el borde de tal arma, sino que constituían una fácil conquista. Un ataque con los filos, aún los hechos con mucha fuerza, raramente mata, pues las partes vitales del cuerpo están defendidas tanto por los huesos como por la armadura. Por el contrario, una estocada, con que penetre dos pulgadas, es generalmente fatal».

Tras eso defiende que si lanzas un ataque para dar un corte expones todo tu costado derecho, y sin embargo para dar una estocada el cuerpo queda totalmente cubierto, exponiendo la mano y el brazo un mínimo instante. La velocidad puede ser tal que el enemigo note el gladius en él sin que haya podido ver su lanzamiento. Para mejorar tanto la velocidad como la fuerza los reclutas se ejercitaban con una espada generalmente de madera que simulaba al arma reglamentaria pero que tenía mayor peso que este. Este instrumento se llamaba rudis y normalmente pesaba el doble.

En mi libro LIGNVM, el protagonista recibe en sus primeras instrucciones de cómo utilizar el gladius ante el enemigo. Esta instrucción la imparte el optio, el segundo al mando de la centuria tras el centurión:

[…]

—Esto, como ya sabéis, es un gladius, el arma que ha conquistado el mundo, así que es la mejor que nunca se ha creado. No está pensado para hacer cortes, aunque puede darlos si su hoja está bien afilada. No está diseñada para eso, sino para dar estocadas.

Lanzó la punta contra un recluta de la primera línea quedando esta unos pocos centímetros de él. Este, sin poder evitarlo, dio un paso atrás. El instructor bajó su arma y, mirando al novato, lo apremió para que volviera a su sitio. Había captado nuestra atención.

—Un corte, salvo en contadas excepciones, no suele matar; por muy fuerte que se dé, no suele ser letal. Los órganos vitales del enemigo estarán protegidos por su armadura, pero los protegen también sus huesos, así que es imposible atravesar un órgano de un corte, pero si le dais una estocada, por poco que se introduzca en un cuerpo, suele ser mortal. Si la introduces bien en el infeliz que se ponga delante, lo más probable es que le atraveséis algo importante. Ese tipo, sin duda, tendrá suerte y morirá rápido.

Hizo una pequeña pausa y siguió. Parecía un discurso preparado para impresionar a los nuevos reclutas, como una obra en el teatro de Marcelo en la que se prepara poco a poco el clímax.

—Además, si atacas queriendo dar un corte y levantas demasiado la mano, dejarás al descubierto tu brazo y tu costado; el enemigo aprovechará cualquier ocasión para mataros, así que es mejor no darle la oportunidad. Por lo tanto, cuando tengáis que atravesar a alguien, clavadle el gladius en el estómago de abajo a arriba. Funcionará aunque el enemigo lleve puesta una cota de malla. Con una buena estocada, una cota de malla no es más que una colección de agujeros. Girad el gladius antes de extraerlo, y si podéis, ampliad la herida.

Viró su muñeca y desplazó su mano indicándonos cómo se debía hacer en el aire. Lo repitió un par de veces como si no estuviera satisfecho del boquete hecho en su imaginario enemigo la primera vez.

—Tratad de no tropezaros con los intestinos mientras sigáis avanzando.

Señaló al suelo dibujando un pequeño círculo con su dedo índice indicando la zona donde estarían las hipotéticas tripas. El instructor lo vivía tanto que en un determinado momento pude hasta ver salirse las entrañas de su víctima y cayendo al suelo.

—No os preocupéis por el desgraciado; no sufrirá mucho: será rematado por el legionario de la segunda fila; la cohorte tiene que seguir avanzando.



Acabó con una sonrisa como fantaseando con el enemigo muerto en el suelo. Tuve la impresión de que el optio echaba de menos la sensación de clavar una estocada en la barriga de un enemigo, que hacía mucho tiempo que no veía sangre en su gladius. […]






Fuentes: LIGNVM de Ángel Portillo y Epitoma institutorum rei militaris de Flavivs Vegetivs Renatvs.
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Fotos:
1 Gladius. Creative communs 3 by Rama.
2 Roman soldiers - Legio XIIII GMV, Biskupin, Poland; Creative communs 2,5 by Jan Jerszyński.

lunes, 26 de noviembre de 2018

VIDA COTIDIANA. EJEMPLOS DE AMOR CONYUGAL.


Casos en los que el sentimiento hacia el conyugue se llevó a lo más apasionado y exaltado. Como dice Valerio Máximo: «No en vano, cuando se comparte un amor apasionado y honesto, es mejor unirse con la muerte que separarse por la vida».

Voy a someter a la consideración del lector ciertos ejemplos de amor conyugal, exponiendo casos que deben ser examinados con el mayor respeto. Son casos en los que se mantuvo intacta la lealtad de los cónyuges, casos difíciles de imitar pero útiles de conocer, porque quien se fija en comportamientos extraordinarios no debe avergonzarse por tener uno medianamente bueno.

Tiberio Graco (al parecer, padre de Tiberio y Cayo Graco), cogidas en su casa una serpiente macho y una hembra, se enteró por un adivino de que, si liberaba al macho, moriría su esposa rápidamente, y que si soltaba a la hembra, sería él quien fallecería. Ante esto, eligiendo la parte del augurio favorable para su mujer y no para él, ordenó que mataran al macho y que soltaran a la hembra, después de lo cual se sentó a esperar su propia muerte mientras observaba la muerte de la serpiente. De este modo, no sé si creer que Cornelia fue más feliz por haber tenido un esposo semejante o más desgraciada por haberlo perdido.

Víctima de la inicua fortuna fue Gayo Plaucio el Númida, menos ilustre que Graco, aunque perteneciente también al orden senatorial, y ejemplo de amor semejante. Y es que, al enterarse de la muerte de su esposa, no pudiendo soportar el dolor, se atravesó el pecho con una espada. Incluso, cuando la actuación de sus sirvientes le impidió culminar su propósito, a pesar de que le ataron, tan pronto como encontró una oportunidad se cortó las vendas, se abrió la herida y, con sus propias manos, se arrancó de las entrañas y del corazón su espíritu, incapaz ya de soportar el sufrimiento por la muerte de su esposa. Con este fin tan violento demostró cuán arraigado estaba en su pecho el fuego del amor conyugal.

Por su parte, Marco Plaucio compartió con el anterior tanto el nombre como el amor porque cuando, atendiendo una orden del senado, conducía a Asia una flota de aliados de sesenta naves, al llegar a Tarento, su mujer, Orestila, que le había acompañado, enfermó y murió. Preparado entonces el funeral, y colocada sobre una pira, mientras la cubrían con ungüentos y la besaban, Plaucio se clavó un puñal. Sus amigos no pudieron ya sino tomar su cuerpo y, tal como estaba, cubierto con la toga y calzado, lo colocaron junto a su esposa, encendieron las teas y los incineraron juntos. Hicieron allí un sepulcro, que aún ahora puede verse en Tarento, y que se llama «De los dos enamorados». Y no tengo duda alguna de que, si los muertos conservan realmente algún sentimiento, Plaucio y Orestila habrán llevado a las tinieblas un semblante que refleja la muerte compartida. No en vano, cuando se comparte un amor apasionado y honesto, es mejor unirse con la muerte que separarse por la vida.


Realizado por Ángel Portillo.

Fuente: Textos extraídos de Hechos y Dichos Memorables de Valerio Máximo. (Libro 4, Capítulo 6).
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Foto: Detalle de un sarcófago del siglo IV. Una pareja en la ceremonia de unir las manos. El cinturón anudado de la novia simbolizaba que su marido estaba atado a ella. Creative commons 3.0 By Ad Meskens.



lunes, 19 de noviembre de 2018

VIDA CORRIENTE: EL EMBARAZO, EL PARTO Y LA FRAGILIDAD DEL SER HUMANO


Los demás seres vivos tienen un tiempo determinado para la gestación y para el parto; el hombre nace durante todo el año y con un plazo incierto. Antes del séptimo mes nunca es viable. En el séptimo mes tampoco nacen, a no ser que hayan sido concebidos la víspera o al día siguiente del plenilunio, o en el interlunio. Según la tradición, en Egipto se nace en el octavo mes y, ciertamente, tales partos son viables ya incluso en Italia, contra la opinión de los antiguos.

En los partos de gemelos pocas veces sobreviven tanto la madre como los hijos, a no ser que viva uno solo; y si son de distinto sexo, es todavía menos frecuente que sobrevivan los dos. Las niñas nacen más rápidamente que los niños, del mismo modo que envejecen más rápidamente. En el vientre de la madre, los niños se mueven más y se llevan casi siempre en la parte derecha, las niñas en la izquierda. El nacimiento de trillizos está confirmado por el ejemplo de los Horacios y los Curiacios. Por encima ese número, se tiene entre los hechos extraordinarios, excepto en Egipto, donde el beber agua del rio Nilo produce fertilidad.

A partir de los diez días de la concepción los síntomas de que ha comenzado un hombre son: dolores de cabeza; en los ojos, vértigos y mareos; repugnancia en las comidas, y nauseas. La gestación de un niño da mejor color y un parto más fácil; el movimiento en el vientre se produce a los cuarenta días. Todo es contrario en el otro sexo: un peso insoportable y una ligera hinchazón de las piernas y la ingle; en cambio, el primer movimiento es a los noventa días.

Y hasta tal punto repercute en las embarazadas la manera de andar y todo lo que se pueda decir, que, las que toman comidas demasiado saladas, dan a luz a niños que no tienen uñas y, si respiran, paren con más dificultad. Un bostezo durante el parto es mortal, así como es abortivo haber estornudado después del coito.

Da pena y también vergüenza considerar que insignificante es el origen del más soberbio de los animales, cuando para la mayoría llega a ser causa de aborto el olor que produce una lámpara al apagarse. ¡De estos comienzos nacen los tiranos, de estos los espíritus sanguinarios! ¡Tú que estás confiado en las fuerzas de tu cuerpo, tu que abrazas los dones de la fortuna y ni siquiera te consideras discípulo de ella, sino hijo, tu cuya mente es la de un emperador, tu que te crees un dios, rebosante de orgullo por alguna razón, pudiste morir por tan poca cosa! Y todavía hoy puedes morir por una causa mínima, como una minúscula mordedura de serpiente o también, como el poeta Anacreonte, por una uva pasa, o como el pretor Fabio Senator, atragantado por un solo pelo en un sorbo de leche. Para terminar, realmente hará una justa valoración de la vida aquel que recuerde siempre la fragilidad humana.

Fuente: Textos de  Historia Natural de Plinio el Viejo.
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FOTO: Estatua en un jardín. Dominio público portal Pixbay.







jueves, 15 de noviembre de 2018

Ubicación en el orbe de Hispania y sus provincias (según Plinio el viejo).

En la antigüedad la cartografía era una ciencia incipiente. No había distancias precisas ni las sinuosas y caprichosas formas de las cadenas montañosas y costas se tenían muy claras. Lo más habitual era orientarse por accidentes geográficos para localizar cada una de las zonas. En su Historia Natural Plinio el Viejo nos explica como veían por entonces su mundo. Los romanos ya denominaban a los continentes que bañan al Mediterráneo de la misma forma: Europa, Asia y África:

El orbe completo de la tierra se divide en tres partes: Europa, Asia, África. Mi punto de partida es el poniente y el estrecho de Gades, por el que el Océano Atlántico irrumpe y se derrama por los mares interiores. A la derecha, según se entra, está África, a la izquierda Europa, en medio de las dos, Asia. Los límites son los ríos Don y Nilo.


Según Plinio el río Don separa Europa de Asia. Este río desemboca en el mar de Azov, que queda delimitado por la península de Crimea. África y Asia estaban separadas por el Nilo. Ahora estos límites se consideran la cadena de los Urales y la península del Sinaí. También nos define el estrecho de Gibraltar, los peligros que tiene y la leyenda de su origen:


La boca del Océano que hemos dicho se extiende desde el lugar de Melaria en Hispania, hasta el Cabo Blanco de África. Por boca tan pequeña circula una masa de agua tan inmensa. Y la profundidad no aminora esta maravilla, pues abundan allí unas olas espumosas que infunden terror a las naves. Por tal motivo, muchos autores han llamado a ese lugar el umbral del Mediterráneo. Unos montes que se alzan a ambos lados de esta boca estrechan la entrada: Abila en África y Calpe en Europa, metas finales de los trabajos de Hércules. A causa de ello los nativos los llaman las columnas de ese dios y creen que cuando las atravesó, dejó entrar las aguas de fuera y cambió la faz de la naturaleza.

Hércules era muy venerado en la zona, uno de los templos más famosos, que parece ser que gozó de los favores de Ulpio Trajano, fue el templo de Hércules Gaditano. Visitado por Aníbal Barca y el divino Cayo Julio Caesar. El primero juró allí odio eterno a Roma (o eso dice la leyenda) y el segundo lloró cuando al compararse a Alejandro Magno vio que no había logrado ni por asomo sus éxitos. Plinio también encumbra a Europa. Todos (actualmente) sabemos que nuestro viejo continente es el más pequeño, sin embargo la ciudad de la siete colinas estaba en él y solo por eso ya era la mitad del mundo: 


En primer lugar, pues, Europa, nodriza del pueblo vencedor de todas las naciones y con mucho la más hermosa de las tierras. Muchos han hecho de ella merecidamente no un tercio del mundo, sino la mitad, con el orbe dividido en dos partes desde el rio Don hasta el estrecho de Gades.


Tras situarnos en el umbral del Mediterráneo nos define la península Ibérica, pues es la primera tierra que se encuentra al entrar en él que pertenece a Europa:


Dentro de ese espacio, la primera tierra es la Hispania llamada Ulterior, y también Bética, y a continuación, desde los confines de Murgi a las cimas del Pirineo, la Citerior, también llamada Tarraconense.


Murgi era probablemente El Ejido, Almería. En esa época Hispania estaba dividida en tres provincias. La llamada Ulterior o Bética estaba dividida en dos partes cuyo límite era el Guadiana:


La Ulterior se divide en dos provincias en el sentido de la longitud, ya que por el costado septentrional de la Bética se extiende la Lusitania, separada de ella por el rio Guadiana. Este, que nace en el territorio Laminitano de la Hispania Citerior, y que tan pronto se desborda en lagunas como se estrecha en desfiladeros o se esconde del todo bajo tierra y renace gozoso varias veces, desemboca en el Océano Atlántico.


Laminitano era probablemente Fuenllana en Ciudad Real. Por último nos define la provincia de la tarraconense la última y la más grande de todas que incluia casi la mitad de la península:


La Tarraconense, por su parte, pegada al Pirineo y discurriendo a lo largo de toda su vertiente, se extiende transversalmente desde el mar Ibérico hasta el golfo Gálico, y está separada de la Bética y de la Lusitania por el monte Solorio y las cadenas Oretana y Carpetana y la de los Astures.


El Gálico es el golfo de Vizcaya. El monte Solorio está en Sierra Nevada. Las cadenas Oretana, Carpetana y de los Astures son los montes de Toledo, la cordillera Central y los montes de León. El límite de las provincias Tarraconense y Lusitana seguía más o menos el curso del Duero desde el Océano a la confluencia con el Esla (afluente del Duero), que se llamaba Astura. 



martes, 13 de noviembre de 2018

VIda en la Antigua Roma. Navegar por el Mediterráneo





NAVEGAR POR EL MEDITERRÁNEO EN LA ANTIGUA ROMA

Cómo navegaban por el Mare Nostrum los marineros en la antigua Roma. qué utilizaban para orientarse y otras características de esa época.



domingo, 11 de noviembre de 2018

VIDA CORRIENTE: LA PRUDENCIA AL ELEGIR PRETENDIENTE.



Ovidio aconseja a los jóvenes cómo deben cuidarse para atraer a sus amadas, despreocupándose de lo superficial, como es rizarse el pelo y quitarse el vello, pero recomendando buscar un buen barbero pues ha de mostrarse aseado pero no ha de ser vanidoso. El cuidado en demasía era para él una mala cualidad en un hombre. Contra ese peligro advierte a las jóvenes romanas. Aconseja sobre los peligros de elegir a un hombre demasiado presumido:

Evitad a los hombres que hacen ostentación de su elegancia y galanura, y colocan cada cabello en su sitio. Las palabras que os dicen a vosotras, se las dijeron a otras mil mujeres: su amor va de acá para allá y en ningún lugar se detiene. ¿Qué va a hacer una mujer cuando su amante tiene la piel más suave que ella misma y hasta puede tener más pretendientes que ella?

En su paternalismo también las advierte de que algunos de estos hombres, además de su por así llamarlo defecto, se entregan a la galantería con oscuros deseos:

Los hay que se introducen bajo capa fingida de amor y, luego de abordarte así, buscan obtener ganancias vergonzosas. Y no os engañe una cabellera abrillantada con perfume de nardo ni la diminuta lengüeta de su zapato atada conforme a sus propios pliegues, ni os dejéis embaucar por una toga de tela finísima, ni porque el individuo lleve uno y más anillos en los dedos. Quizá el más elegante de todos esos es un ladrón y está obsesionado con robarte tu vestido:
—Devuélveme lo que es mío— gritan a menudo las jóvenes al verse despojadas
Y en todo el foro resuena su voz:
—Devuélveme lo que es mío. Y tú, Venus, desde tu templo, que resplandece por la abundancia de oro, contemplas sin inmutarte tales querellas.


Afirma que si una joven trata con un hombre de mala reputación acabará adquiriendo su aura y perderá su honra:

Hay también algunos hombres malditos por su fama bien ganada; las engañadas por muchos de ellos heredan la reputación de su amante. Aprended de las quejas de otra a temer por las vuestras; que vuestra puerta no esté abierta al hombre falaz.

Por último, les advierte como actuar contra los mentirosos:


Si os hacen muchas promesas, prometed con otras tantas palabras, y si llegaran a cumplirlas, otorgadles también vosotras los placeres que les habéis prometido.


Autor: Ángel Portillo.
Fuente: El Arte de Amar de Ovidio, Libro III.
Foto. Dominio público, portal Pixbay.


jueves, 8 de noviembre de 2018

LA RELIGIOSIDAD DE LOS ROMANOS. VIDA CORRIENTE.



No hay un solo acto en la vida privada o pública de los romanos en que no se haga intervenir a los dioses o que no necesite un rito para realizarse. «La casa de un romano era un templo para él: en ella se encuentra su culto y sus dioses. Su hogar es un dios; dioses son los muros, las puertas, el umbral; los límites que rodean su campo también son dioses. La tumba es un altar; sus antepasados son seres divinos. Cada una de sus acciones cotidianas es un rito, el día entero pertenece a su religión. Mañana y tarde invoca a su hogar, a sus Penates, a sus antepasados; al salir de casa o al volver, les dirige una oración.


Hay palabras que no se atreve a pronunciar en toda su vida. Si alguien habla de un incendio en la mesa, tirará en ella agua para evitar el mal agüero. Si cae comida, esperará a recogerla para ofrecerla a los Lares los dioses del hogar. Un romano jamás nombrara a la muerte si alguien fallece, dirá de él que estaba vivo. La noticia de una lluvia de sangre o de un buey que ha hablado le turba y le hace temblar.


Jamás sale el romano de casa sin mirar si aparece algún pájaro de mal agüero. Si tiene algún deseo, lo escribe en una tablilla, que deposita al pie de la estatua de un dios. Siempre sale de su casa con el pie derecho y si pisa el umbral antes de salir, se encerrará y no saldrá hasta el día siguiente. Si ve pasar delante de el a una liebre volverá corriendo a casa atemorizado ante el mal agüero. 


Siendo la casa de un romano un dios, al despedirse lo hacían solemnemente. Esta es la forma que tiene Lignvm o Aurelio Vitalis, el protagonista de mi libro, de despedirse de su hogar: 


—Umbral de mi casa paterna, te saludo y me despido al mismo tiempo. Hoy salgo a buscar mi futuro, hoy salgo por última vez de mis Lares. Ya no haré uso de esta morada, que me lo ha ofrecido todo. He recibido de ella alimento, cama y vestido. Por ella soy lo que soy. Estoy triste por dejar mi casa. Soy Aurelio Vitalis, hijo de Lucio; desde ahora no tenéis que cuidar de mí. Santísimo genio paterno, dioses Penates del hogar, venerable Lar familiar, os pido humildemente que guardéis los bienes y la salud de mi padre, Lucio Vitalis. Cuidad también de su esposa, Lucrecia. Yo marcho a buscar otros dioses Penates, otro venerable Lar, otro hogar en otra ciudad.
Tras despedirme de mi hogar paterno, mirando hacia la puerta me alejé durante un tiempo sin darme la vuelta. 

Autor: Ángel Portillo.
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martes, 6 de noviembre de 2018

ANATOMÍA: LOS HUESOS. Galeno, procedimientos anatómicos.



La sustancia de los huesos es para los seres vivos lo que son los muros para las casas y los llamados «palos» para las tiendas de acampada: se homologan por naturaleza a ella y con ella cambian también otras partes. Por ejemplo, si un animal tiene un cráneo redondo, necesariamente su cerebro también es así, como también si lo tiene alargado el cerebro de ese animal será alargado. Si sus mandíbulas son pequeñas y el rostro en su conjunto es más bien redondeado, también necesariamente sus músculos serán pequeños. Así también, si son grandes, el animal en cuestión será en conjunto grande y sus músculos consecuentemente grandes. Por ello, en efecto, el simio es entre todos los animales el más parecido al hombre en sus vísceras, en los músculos, en las arterias, en las venas y en los nervios, porque lo es también en la forma de sus huesos. Por su naturaleza camina sobre dos piernas, se sirve de las extremidades anteriores como manos, tiene el pecho más abierto que los demás cuadrúpedos, la clavícula como la del hombre, su cara es redonda y su cuello corto. Siendo así que estas partes son semejantes, no es posible que los músculos sean de otro modo. Pues estos se extienden por encima de los huesos, de modo que imitan su tamaño y su forma. A esto siguen arterias, venas y nervios, semejantes también en huesos semejantes.

Puesto que, efectivamente, la forma del cuerpo se asemeja a la de los huesos y las características naturales de las otras partes son consecuencia de ellos, estimo que en primer lugar debes adquirir una experiencia exacta de los huesos humanos, no observándolos de forma superficial ni a base de leer de un solo libro, que algunos titulan Osteologia, otros Esqueletos, otros simplemente Sobre huesos, como, por ejemplo, el mío, que estoy convencido que es mejor que todos los escritos antes, por su claridad, por la ligereza de la exposición y por el rigor de su asunto, sino que tu trabajo y tu esfuerzo sea no solo aprender de cada libro la forma exacta de los huesos sino hacerte un observador constante de los huesos humanos a través de los ojos. Esto es muy fácil en Alejandría, por cuanto que los médicos de aquella tierra imparten su enseñanza a sus discípulos mediante la observación directa.

Por este motivo, si no por otro, debes procurar ir a Alejandría. Si no te fuera posible conseguir esto, ni aun así, no es imposible ver huesos humanos. Yo, al menos, los he visto en muchas ocasiones, al abrirse o bien algunas tumbas o bien monumentos funerarios. En otra ocasión vimos también el esqueleto de un salteador que yacía en el monte un poco fuera del camino, a quien le dio muerte un caminante al enfrentarse de inmediato a él, después de que este primero hubiera intentado matarlo; ningún habitante estaba dispuesto a enterrarlo, sino que por odio se alegraban de que su cuerpo fuera pasto de las aves, que en dos días le devoraron las carnes y dejaron el esqueleto como para la enseñanza para quien quisiera verlo.

Pero si tú no has tenido la fortuna de ver algo así, haz una disección a un simio, quítale las carnes y en el fíjate con exactitud en cada uno de sus huesos. Entre los simios elige a los que sean más parecidos al hombre. Son estos los que no tienen alargadas las mandíbulas ni grandes los llamados «caninos». En tal tipo de simios encontraras muchas otras partes dispuestas de modo similar al hombre y por eso andan y corren sobre dos piernas. Pero los que se asemejan a los cinocéfalos son de hocicos grandes y tienen grandes caninos. Estos apenas se mantienen erguidos sobre dos piernas y distan mucho de andar o correr. Aunque a los simios que más se asemejan al hombre también les falta un poco para la postura exactamente erguida, pues la cabeza del fémur se inserta algo oblicuamente en el acetábulo del isquion y algunos de los músculos que bajan por la pierna se desvían aún más. Estas dos cosas impiden y obstaculizan la posición erguida, como también sus pies, pues tienen los calcáneos muy estrechos y los dedos muy separados unos de otros. Pero esto son menudencias y por ello privan poco al simio de la posición erguida. En cambio, los simios más parecidos a los cinocéfalos evidentemente se apartan más del aspecto de los hombres y se diferencian también claramente en los huesos. Elige, pues, los simios más semejantes al hombre y en ellos, releyendo nuestro escrito, estudia con exactitud la naturaleza de sus huesos. Te podrás familiarizar enseguida con sus nombres, que también te serán útiles para la enseñanza de la anatomía de las otras partes. Y así, si después te encuentras con un esqueleto humano, fácilmente recordaras todo y lo reconocerás.

Realizado por Ángel Portillo
Fuente: textos extraídos del Procedimientos Anatómicos de Galeno, Libro I.
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Foto: CC0 Creative Commons, Un esqueleto de un cementerio de Genova. Portal PixBay.


domingo, 4 de noviembre de 2018

VIDA MILITAR, La mitad de los ingresos del soldado se deben depositar en el sitio de las banderas (sacellum)

Según parece los legionarios en la época de Ulpio Trajano recibían una paga de 1200 sestercios al año. Teniendo en cuenta que eran de los pocos de entre los pobres que tenían ingresos fijos eran sin duda privilegiados. Un trabajador normal, de la construcción por ejemplo, cobraba por día trabajado. El año tenía, como ahora, días festivos que había que descontar. Néstor F. Marqués en su obra UN AÑO EN LA ANTIGUA ROMA nos dice que los días laborables serían unos 220. Añadir, o mejor dicho restar a estos, los días en los que las condiciones climatológicas no permitían trabajar.

Así que como se ha dicho los legionarios tenían una buena posición con respecto a los demás pues cobraban siempre indiferentemente del clima imperante y los días hábiles que hubiera. Además estos también tenían otras muchas fuentes de ingresos, sirvan como ejemplo: las primas por los botines en batalla; la venta de enemigos como esclavos; el pillaje y los saqueos; la venta de armas de los rivales muertos en batalla, y las donaciones de los nuevos emperadores. Según Vegencio de todos estos ingresos obligaban a los milites a guardar la mitad:

«Las disposiciones de los antiguos que obligaban a los soldados a depositar la mitad de los donativos que recibían bajo las enseñas era sabia y juiciosa; la intención era preservarlos para que no fueran gastados en lujos ni gastos semejantes. La mayoría de los hombres, particularmente los de la clase más pobre, pronto gastan todo cuanto obtienen. Una reserva de esta clase, así pues, resulta evidentemente del mayor servicio a los propios soldados; ya que son mantenidos a expensas públicas, su ahorro, por este método, se incrementará continuamente.»

Esta disposición en verdad tenía el objetivo de evitar que los hombres lapidasen todo su dinero. Asimismo, en el texto se puede ver el trato paternalista con respecto a los soldados pobres. El párrafo se podría resumir en: los comandantes han de cuidar por el mayor servicio de la milicia pues ellos son incapaces de hacerlo. En el ejército romano no se daba puntada sin hilo, esta disposición perseguía también otro objetivo. En el ánimo de los oficiales está siempre el miedo a la deserción. Si un soldado abandonaba el ejército perdía su dinero. Esto era un buen aliciente para mantener en filas a los hombres:

«El soldado que sabe que su fortuna está depositada bajo sus insignias no tiene pensamientos de desertar, concibe la mayor afición por ellas y lucha con la mayor intrepidez en su defensa. Se mantiene así, también, por su interés, que es lo que más cuidan los hombres.»

Vegelio en su Epitoma Institutorum Rei Militaris, Libro II – XX, también nos explica cómo y quién se encargaba de gestionar y guardar estas cantidades de dinero:

«El dinero se depositaba en diez bolsas, una por cada cohorte. Había una undécima bolsa con las pequeñas contribuciones de toda la legión, como un fondo común para subvenir a los gastos de enterramiento de cualquiera de sus camaradas. Estos ahorros se guardaban en cestas bajo la custodia de los Signiferos, escogidos por su integridad y capacidad, para hacerles cargo de los depósitos y que dieran cuenta a cada uno de lo que le tocaba.»


Como reflexión última y personal no puedo más que pensar que quizás esa era la causa por la que los legionarios defendían con tal afán todos sus símbolos. Sin menospreciar motivos religiosos o valores como el honor y la lealtad, quién más que el portador del signum sabía el nivel de su riqueza.

Autor: Ángel Portillo.
Fuente: Recopilación sobre las instituciones militares de Flavio Vegecio Renato.
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Foto: Sestercio de Marco Aurelio. Museo de Prehistoria de Valencia, Creative Communs 2.0 by Dorieo.




viernes, 2 de noviembre de 2018

Colegios de carrucarii en las puertas de Roma - VIDA CORRIENTE

Hola amigos de Roma. Hola amigos del mediterráneo: para muchos el mar de las culturas. 
Hoy quiero explicaros el comportamiento de los colegios o corporaciones en las puertas de Roma. Recordemos que el tráfico rodado estaba prohibido en la Urbe durante las horas diurnas, así que a la hora décima, cuando empezaba a anochecer, la actividad era frenética.
En una puerta cualquiera de Roma como la Capena, la Salutaris, la Esquilina, o la Viminalis podías encontrar colegios o corporaciones de profesionales como por ejemplo: los cisiarii equivalentes a nuestros taxistas; los portadores de lecticae, literas; los iumentarii, que alquilaban mulas o bueyes, o los carrucarii, transportistas de mercancía, entre otros. 
En todas las puertas cada uno de estos colegios vigilaba que no hubiera intrusismo profesional; a nadie se le permitía ejercer una actividad sin su consentimiento. Si alguien requería un servicio, tenía que contactar con ellos, para lo que se empleaban todos los recursos necesarios, desde hablar educadamente hasta intimidar o utilizar la violencia física. 
Aurelio Vitalis, el protagonista de mi libro lignum, justifica así el uso de esta violencia en su corporación, en este caso de carrucarii (transportistas de mercancías):

«Mi progenitor me había explicado en varias ocasiones la fábula de los cuatro novillos y el león. El gran depredador tenía hambre y veía las abundantes carnes de los rumiantes, pero como estos eran muy amigos y andaban siempre juntos, no podía atacarlos. La naturaleza le había dado fuerza para matar a cada novillo, pero juntos uno al lado del otro era imposible acabar con ellos: la suma de los cuatro era superior a la fiereza del carnívoro. El león empezó a hablarles sugiriendo que los otros siempre comían los mejores pastos. Los infelices novillos empezaron a desconfiar y decidieron ir cada uno a buscar su hierba fresca por diferentes caminos. Al final, el inteligente león los acabó devorando a todos uno por uno.

Era consciente de que los trabajadores del transporte de mercancías y todos sus familiares nos teníamos que apoyar entre nosotros. En caso contrario, seríamos devorados por las bestias. Sabía que la violencia era parte de la vida. Era consciente de que era cotidiana en las actividades de los hombres: la ejercía el rico contra el pobre, el poderoso contra el pueblo y el pueblo contra el poderoso, el amo la aplicaba con su esclavo y el fuerte la usaba para someter al débil. En ciertas ocasiones, en la sociedad romana, que era la mejor de todas, aparecían conflictos, rupturas y tensiones. Cuando se rompía el orden, toda la ciudad estallaba y se producían disturbios, muertes y violaciones. Esto era así desde el principio de los tiempos y seguiría así hasta el final.»

Ya me diréis que opináis sobre lo que dice Aurelio.

Hasta otro vídeo, amigos del Mediterráneo.

Texto y video. Ángel Portillo