lunes, 26 de noviembre de 2018

VIDA COTIDIANA. EJEMPLOS DE AMOR CONYUGAL.


Casos en los que el sentimiento hacia el conyugue se llevó a lo más apasionado y exaltado. Como dice Valerio Máximo: «No en vano, cuando se comparte un amor apasionado y honesto, es mejor unirse con la muerte que separarse por la vida».

Voy a someter a la consideración del lector ciertos ejemplos de amor conyugal, exponiendo casos que deben ser examinados con el mayor respeto. Son casos en los que se mantuvo intacta la lealtad de los cónyuges, casos difíciles de imitar pero útiles de conocer, porque quien se fija en comportamientos extraordinarios no debe avergonzarse por tener uno medianamente bueno.

Tiberio Graco (al parecer, padre de Tiberio y Cayo Graco), cogidas en su casa una serpiente macho y una hembra, se enteró por un adivino de que, si liberaba al macho, moriría su esposa rápidamente, y que si soltaba a la hembra, sería él quien fallecería. Ante esto, eligiendo la parte del augurio favorable para su mujer y no para él, ordenó que mataran al macho y que soltaran a la hembra, después de lo cual se sentó a esperar su propia muerte mientras observaba la muerte de la serpiente. De este modo, no sé si creer que Cornelia fue más feliz por haber tenido un esposo semejante o más desgraciada por haberlo perdido.

Víctima de la inicua fortuna fue Gayo Plaucio el Númida, menos ilustre que Graco, aunque perteneciente también al orden senatorial, y ejemplo de amor semejante. Y es que, al enterarse de la muerte de su esposa, no pudiendo soportar el dolor, se atravesó el pecho con una espada. Incluso, cuando la actuación de sus sirvientes le impidió culminar su propósito, a pesar de que le ataron, tan pronto como encontró una oportunidad se cortó las vendas, se abrió la herida y, con sus propias manos, se arrancó de las entrañas y del corazón su espíritu, incapaz ya de soportar el sufrimiento por la muerte de su esposa. Con este fin tan violento demostró cuán arraigado estaba en su pecho el fuego del amor conyugal.

Por su parte, Marco Plaucio compartió con el anterior tanto el nombre como el amor porque cuando, atendiendo una orden del senado, conducía a Asia una flota de aliados de sesenta naves, al llegar a Tarento, su mujer, Orestila, que le había acompañado, enfermó y murió. Preparado entonces el funeral, y colocada sobre una pira, mientras la cubrían con ungüentos y la besaban, Plaucio se clavó un puñal. Sus amigos no pudieron ya sino tomar su cuerpo y, tal como estaba, cubierto con la toga y calzado, lo colocaron junto a su esposa, encendieron las teas y los incineraron juntos. Hicieron allí un sepulcro, que aún ahora puede verse en Tarento, y que se llama «De los dos enamorados». Y no tengo duda alguna de que, si los muertos conservan realmente algún sentimiento, Plaucio y Orestila habrán llevado a las tinieblas un semblante que refleja la muerte compartida. No en vano, cuando se comparte un amor apasionado y honesto, es mejor unirse con la muerte que separarse por la vida.


Realizado por Ángel Portillo.

Fuente: Textos extraídos de Hechos y Dichos Memorables de Valerio Máximo. (Libro 4, Capítulo 6).
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Foto: Detalle de un sarcófago del siglo IV. Una pareja en la ceremonia de unir las manos. El cinturón anudado de la novia simbolizaba que su marido estaba atado a ella. Creative commons 3.0 By Ad Meskens.



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