La obra de Valerio Máximo nos aporta un corpus de noticias literarias, geográficas, históricas y morales del pasado de Roma y nos ofrece una imagen de los contenidos doctrinales del interés social por conocer las figuras y hechos más relevantes de la historia en cuanto pueden servir de cohesión y estabilidad al nuevo régimen, el Imperial.
Sobre la pobreza.
«Todo lo tiene el que no ansía nada. O, dicho con más precisión, piense el que tiene todo tipo de bienes que, mientras que los materiales suelen perderse, los que consisten en unos buenos sentimientos no pueden sufrir embate alguno de la fortuna. Y ¿qué decir de considerar las riquezas como el primer objetivo de la felicidad y la pobreza como el último grado de la miseria, cuando aquéllas, a pesar de su apariencia agradable, guardan en su interior numerosas amarguras y, en cambio, el aspecto negativo de la pobreza encierra bienes firmes y sólidos?»
Con estas palabras el autor nos indica sobre qué tratará el Capítulo IV de su Libro IV, dándonos tras ello unos ejemplos. Como él indica: “Esto quedará mejor demostrado con ejemplos vivos que con palabras”.
«Se dice que cuando a Cornelia, la madre de los Gracos, una matrona de Campania que estaba hospedada en su casa le mostró sus joyas como si fueran las más bellas de la época, Cornelia la entretuvo con su charla hasta que sus hijos regresaron de la escuela y, entonces, le dijo: “Éstas son mis joyas”»
Cornelia era hija de Escipión el Africano y tuvo doce hijos, aunque sólo tres de ellos alcanzaron la madurez. No volvió a casarse después de la muerte de su esposo, Tiberio Sempronio Graco, y se dedicó por entero a su vida interior y a sus hijos. Los únicos que llegaron a la edad adulta fueron Tiberio Sempronio Graco, Cayo Sempronio Graco y Sempronia, quien se desposó con su primo, Publio Cornelio Escipión Emiliano.
Sobre la pobreza.
«Todo lo tiene el que no ansía nada. O, dicho con más precisión, piense el que tiene todo tipo de bienes que, mientras que los materiales suelen perderse, los que consisten en unos buenos sentimientos no pueden sufrir embate alguno de la fortuna. Y ¿qué decir de considerar las riquezas como el primer objetivo de la felicidad y la pobreza como el último grado de la miseria, cuando aquéllas, a pesar de su apariencia agradable, guardan en su interior numerosas amarguras y, en cambio, el aspecto negativo de la pobreza encierra bienes firmes y sólidos?»
Con estas palabras el autor nos indica sobre qué tratará el Capítulo IV de su Libro IV, dándonos tras ello unos ejemplos. Como él indica: “Esto quedará mejor demostrado con ejemplos vivos que con palabras”.
«Se dice que cuando a Cornelia, la madre de los Gracos, una matrona de Campania que estaba hospedada en su casa le mostró sus joyas como si fueran las más bellas de la época, Cornelia la entretuvo con su charla hasta que sus hijos regresaron de la escuela y, entonces, le dijo: “Éstas son mis joyas”»
Cornelia era hija de Escipión el Africano y tuvo doce hijos, aunque sólo tres de ellos alcanzaron la madurez. No volvió a casarse después de la muerte de su esposo, Tiberio Sempronio Graco, y se dedicó por entero a su vida interior y a sus hijos. Los únicos que llegaron a la edad adulta fueron Tiberio Sempronio Graco, Cayo Sempronio Graco y Sempronia, quien se desposó con su primo, Publio Cornelio Escipión Emiliano.
Cornelia rechaza la corona de Ptolomeo VIII de Laurent de La Hyre, dominio público. |
También nos explica otro ejemplo.
«Una vez suprimida la monarquía a causa de la desmesurada soberbia de Tarquinio, Valerio Publícola y Junio Bruto fueron los primeros cónsules. De ellos, Junio Bruto desempeñó esta magistratura otros tres años, obteniendo el favor unánime del pueblo romano, de manera que, con sus numerosas y grandes hazañas, realzó aún más el honor de su familia. Sin embargo, este hito de nuestra historia murió con un patrimonio que no era suficiente ni para pagar sus exequias, por lo que hubo que recurrir al dinero público. No necesitamos hacer más averiguaciones acerca de la pobreza de tan ilustre varón. La mejor demostración de lo que poseyó en vida es que, cuando murió, no tuvo ni para un lecho fúnebre ni para una pira».
A Lucio Junio Bruto se le considera uno de los dos primeros cónsules de la República romana, y se le atribuye, según el mito, la frase que encomió al pueblo romano a acabar con la monarquía: “Por esta sangre tan casta antes del ultraje del hijo del rey, juro, y os pongo a vosotros, dioses, por testigos, que yo perseguiré a Lucio Tarquinio el Soberbio, a su criminal esposa y a toda su descendencia a sangre y fuego y con todos los medios que en adelante estén en mi mano, y no consentiré que ellos ni ningún otro reinen en Roma”. Este juramento de Bruto fue pronunciado, cuchillo en mano aun con la sangre de la casta matrona, tras presenciar el suicidio de Lucrecia.
Otro hecho que nos relata es el siguiente:
«¿Y qué grandeza nos imaginamos que alcanzaría Menenio Agripa, a quien el senado y la plebe eligieron para que pusiera paz entre ellos? La que le corresponde a un defensor del bien general. Pues lo cierto es que murió con tan pocos recursos que si el pueblo no hubiera entregado un sextante por cabeza para su funeral, Agripa hubiera carecido del honor de una sepultura. No es extraño, entonces, que los ciudadanos, que estaban divididos en una perniciosa sedición, quisieran reducirse a uno solo con las manos de Agripa, unas manos que les parecían pobres, pero sagradas. Y, por ello, si Menenio Agripa, en vida, no tenía nada digno de ser censado, después de muerto contó con el patrimonio insuperable de la concordia romana».
Menenio Agripa Lanatus fue un célebre cónsul que reconcilió a la plebe con la novilitas. En las disputas al inicio de la república entre los patricios, que tenían la exclusividad de las magistraturas, y los plebeyos, sin poder político pero con obligaciones militares, actuó como un hombre de opiniones moderadas. Consiguió ser respetado y obtuvo la confianza de ambas partes. Gracias a su mediación se acabó con la primera gran ruptura entre los patricios y los plebeyos. Tras este conflicto, y aunque tardó algún tiempo, se consiguieron dos tribunos de la plebe con derecho, entre otros, al veto en las decisiones del senado que perjudicaran a los plebeyos.
«Una vez suprimida la monarquía a causa de la desmesurada soberbia de Tarquinio, Valerio Publícola y Junio Bruto fueron los primeros cónsules. De ellos, Junio Bruto desempeñó esta magistratura otros tres años, obteniendo el favor unánime del pueblo romano, de manera que, con sus numerosas y grandes hazañas, realzó aún más el honor de su familia. Sin embargo, este hito de nuestra historia murió con un patrimonio que no era suficiente ni para pagar sus exequias, por lo que hubo que recurrir al dinero público. No necesitamos hacer más averiguaciones acerca de la pobreza de tan ilustre varón. La mejor demostración de lo que poseyó en vida es que, cuando murió, no tuvo ni para un lecho fúnebre ni para una pira».
A Lucio Junio Bruto se le considera uno de los dos primeros cónsules de la República romana, y se le atribuye, según el mito, la frase que encomió al pueblo romano a acabar con la monarquía: “Por esta sangre tan casta antes del ultraje del hijo del rey, juro, y os pongo a vosotros, dioses, por testigos, que yo perseguiré a Lucio Tarquinio el Soberbio, a su criminal esposa y a toda su descendencia a sangre y fuego y con todos los medios que en adelante estén en mi mano, y no consentiré que ellos ni ningún otro reinen en Roma”. Este juramento de Bruto fue pronunciado, cuchillo en mano aun con la sangre de la casta matrona, tras presenciar el suicidio de Lucrecia.
Otro hecho que nos relata es el siguiente:
«¿Y qué grandeza nos imaginamos que alcanzaría Menenio Agripa, a quien el senado y la plebe eligieron para que pusiera paz entre ellos? La que le corresponde a un defensor del bien general. Pues lo cierto es que murió con tan pocos recursos que si el pueblo no hubiera entregado un sextante por cabeza para su funeral, Agripa hubiera carecido del honor de una sepultura. No es extraño, entonces, que los ciudadanos, que estaban divididos en una perniciosa sedición, quisieran reducirse a uno solo con las manos de Agripa, unas manos que les parecían pobres, pero sagradas. Y, por ello, si Menenio Agripa, en vida, no tenía nada digno de ser censado, después de muerto contó con el patrimonio insuperable de la concordia romana».
Menenio Agripa Lanatus fue un célebre cónsul que reconcilió a la plebe con la novilitas. En las disputas al inicio de la república entre los patricios, que tenían la exclusividad de las magistraturas, y los plebeyos, sin poder político pero con obligaciones militares, actuó como un hombre de opiniones moderadas. Consiguió ser respetado y obtuvo la confianza de ambas partes. Gracias a su mediación se acabó con la primera gran ruptura entre los patricios y los plebeyos. Tras este conflicto, y aunque tardó algún tiempo, se consiguieron dos tribunos de la plebe con derecho, entre otros, al veto en las decisiones del senado que perjudicaran a los plebeyos.
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Fuente: Hechos y Dichos Memorables de Valerio Maximo.
Ángel Portillo autor de:
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Miembro del grupo de recreación historica Barcino Oriens (Legio II Traiana Fortis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.