La muerte es un suceso más de la vida de todo ser humano, por lo tanto todo pueblo y cultura se ocupaba de ella. Roma no era una excepción. Como en otras civilizaciones surgieron multitud de posicionamientos filosóficos (o creencias), ante lo que suponía el final de la vida, pero todos ellos coincidían en una actitud de respeto, muchas veces miedo, y tradicionalismo ante él difunto.
El lance de vida a muerte debía realizarse mediante rituales regulados en la cultura y el derecho (herencias). Según la mentalidad romana, el viaje al mundo de los muertos, al Más Allá o al Inframundo, era un proceso individual que el difunto debía pasar según sus creencias o pensamientos.
Para los romanos era fundamental morir con dignidad y se creía de alguna forma en la inmortalidad. Como hemos dicho al principio había diferentes creencias al respecto, que se podrían dividir en cinco:
* Pragmatismo total, el muerto desaparece de la vida.
* Inmortalidad terrestre, conviviendo con los vivos o en la propia tumba.
* Astral, el Hades, el Eliseo o alguno de los astros, entre otras opciones.
* Tártaro, “Infierno” (para entendernos), o lugares de purgación de almas.
* Combinación de dos o tres: terrestre, astral o “infernal”.
En las creencias más extendidas se tenía que asegurar la protección de los dioses para que les favorecieran en su trayectoria al destino que guiaba su creencia. Estos rituales asegurarían el paso del difunto de un mundo a otro. Por otro lado, en algunos dogmas, el alma de aquel desdichado que quedase insepulto vagaría como espectro entre los vivos atemorizándoles y causándoles daños en forma de larvae, lemures u otros tipos de espectros dañinos de muertos. Por ese motivo se tenían que realizar una serie de estrictos rituales para ahuyentarles.
Memento Mori, Pompeya, dominio público |
El paso a la muerte no significaba la desaparición del difunto de entre los vivos, sino que de algún modo vivía entre ellos, por ejemplo en forma de manes, y recibiría toda una serie de rituales en su honor en el calendario romano estatal y en el familiar. Por ejemplo, en el aniversario de la muerte del fallecido, se solía llevar a la tumba flores, comida, bebidas, agua, vino, leche, miel, como símbolo de respeto. Los romanos poseían multitud de fiestas cuyo fin era garantizar la paz de los difuntos. Muchas de ellas celebradas en febrero.
A su vez, para recordar al difunto, se desarrolló todo un arte arquitectónico y escultórico que se encargaría de rememorar al fallecido. Hablamos de un tipo de construcción que se diseña con la creencia de ser una morada perpetua. Para los romanos fue importante no caer en el olvido entre sus allegados y amigos.
El ritual más común, o del que se tiene más constancia, es el que empieza con la exposición del cadáver con el consiguiente duelo de los familiares (posiblemente con plañideras profesionales). Tras eso se transportaba el cadáver hacia la tumba, la incineración o inhumación y donde se disponían el ajuar del difunto compuesto por objetos y ofrendas. En el siglo VI a.C. ya se tiene constancia de la incorporación de competiciones deportivas, bailes y banquetes.
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Miembro del grupo de recreación historica Barcino Oriens (Legio II Traiana Fortis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.
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