martes, 18 de septiembre de 2018

El amanecer para un romano en el Imperio.



“Comenzaremos diciendo que la Roma imperial despertaba a la hora que despierta un pueblo: al despuntar el alba. Antes de seguir, volvamos sobre el epigrama de Marcial ya citado en el que el poeta enumera las causas del insomnio que, en su época, padecían los desafortunados romanos. Desde el momento en que amanecía, los ciudadanos tenían que soportar el ruido ensordecedor de las calles y plazas, donde se mezclaban los martillazos de los caldereros y el griterío de los alumnos de las escuelas.  Los romanos ricos, para protegerse del alboroto, se retiraban al fondo de sus viviendas, aisladas del ruido por gruesos muros y por jardines circundantes. Sin embargo, tampoco allí lograban encontrar la tranquilidad, ya que los grupos de esclavos que realizaban las tareas de limpieza se lo impedían. Nada más amanecer, a un toque de campana, un enjambre de sirvientes, con los ojos aún abotargados por el sueño, empezaban a revolotear por la casa armados con un arsenal de cubos, bayetas, escaleras para limpiar los techos, palos (perticae) en cuyo extremo se ataba una esponga (spongia), plumeros y escobas (scopae), unas veces confeccionadas con palmas verdes y otras con ramitas entrelazadas de tamarisco, brezo o mirto silvestre. Unos esparcían por el suelo el serrín que después barrían junto con la basura; otros iban con sus esponjas al asalto de pilastras y cornisas, limpiaban, frotaban o sacudían el polvo con ardor vivo. Las ocasiones en que el amo esperaba una visita importante, solía levantarse con ellos para espabilados, y su voz, imperiosa o arisca, se dejaba oír sobre el inmenso guirigay: «¡tú, barre el suelo; tú, saca brillo a las columnas; quítame esa telaraña de aquí; ven, bruñe la plata y las vasijas!» Pero aunque el dueño de la casa delegara su autoridad en un vigilante, con el ruido de las faenas cotidianas tampoco le era posible dormir. A no ser como en el caso de Plinio el Joven, quien en su villa Laurentina había tomado la precaución de interponer un corredor entre sus habitaciones y aquéllas donde cotidianamente se hacía el zafarrancho matutino

Por otra parte, hay que señalar que generalmente los romanos eran muy madrugadores. Les resultaba tan deplorable la luz artificial que, tanto ricos como pobres, tendían a aprovechar lo más posible la luz diurna. Al parecer, todos habían hecho suya la máxima de Plinio el Viejo: vivir es velar (profecto enim vita vigilia est); por tanto, a los únicos que había que sacar de la cama era a los jóvenes juerguistas de los que nos habla Aulus Gellius o los borrachos que dormían la mona de la noche anterior. Incluso éstos debían de levantarse antes del mediodía, ya que la «quinta hora», momento del día en que, según cuenta Persio, solían salir, normalmente terminaba antes de las once de la mañana. En cuanto a lo que Horacio llamaba «quedarse pegado a las sábanas» cuando se retiraba a descansar a Mandela, o la «reposada vida» que Marcial decía poder llevar sólo en su lejana Bilbilis, parece que se refiere al hecho de levantarse durante la hora tertia, es decir, antes de las ocho de la mañana en verano.”


Fuente: La vida cotidiana en Roma en el apogeo de Imperio de Jérome Carcopino.

Página Facebook: Ángel Portillo Lucas.

Foto: CC0 Creative Commons, Arco de Constantino.


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