II La selección de los reclutas.
Para tratar
nuestra materia con algún método, deberíamos antes examinar qué provincias o
naciones van a preferirse para proveer de reclutas a los ejércitos. Es cierto
que cada país produce tanto hombres valientes como cobardes; pero es igualmente
cierto que algunas naciones son naturalmente más aguerridas que otras y que el
valor, así como la fortaleza de cuerpo, dependen grandemente de la influencia
de los distintos climas.III Qué procedencia es mejor para los reclutas: la ciudad o el campo.
Examinaremos a
continuación si la ciudad o el campo producen los mejores y más capaces
soldados. Nadie, imagino, puede dudar que los campesinos son los más
capacitados para empuñar las armas pues desde su infancia han estado expuestos
a toda clase de climas y criados para el trabajo más duro. Son capaces de
soportar el mayor calor, desconocen el uso de baños y les son extraños otros
lujos de la vida. Son sencillos, se contentan con poco, están acostumbrados a
toda clase de fatigas y preparados, en cierta medida, para la vida militar por
su continuo empleo en labores agrícolas, en manejar la azada, cavando zanjas y
llevando cargas, soportando el Sol y el polvo. Sus comidas suelen ser rústicas
y moderadas; deben estar acostumbrados a descansar ora al aire libre, ora en
tiendas. Tras esto, deben ser instruidos en el uso de sus armas. Si se planea
alguna larga expedición, debería acampárseles tan lejos como se pueda de las
tentaciones de la ciudad. Con estas prevenciones, sus mentes y sus cuerpos
serán adecuadamente adiestradas para el servicio.
Me doy cuenta de
que en las primeras épocas de la República, los romanos siempre levantaron sus
ejércitos en la misma ciudad, pero esto sucedía en una época donde no había
placeres ni lujos que les enervaran. El Tíber era, entonces, su único baño y en
él se refrescaban, nadando, tras sus ejercicios y sus trabajos en el campo. En
aquellos días, el mismo hombre era soldado y granjero, pero un granjero que,
llegada la ocasión, dejaba a un lado sus herramientas y empuñaba la espada. La
veracidad de esto se confirma con el ejemplo de Quintius Cincinnatus, que
estaba arando cuando llegaron a ofrecerle la Dictadura. La fortaleza principal
de nuestros ejércitos, así, debe ser reclutada del campo. Pues es cierto que
cuanto menos familiarizado está un hombre con los placeres de la vida, menos
motivos tiene para temer la muerte.
IIII La edad
adecuada de los reclutas.
Si seguimos la
costumbre antigua, el momento adecuado para alistar a un joven es a su llegada
a la pubertad. En este momento, las prácticas de toda clase son más rápidamente
asimiladas y más profundamente impresas en la mente. Además de esto, los
ejercicios militares de correr y saltar deben ser adquiridos antes de que los
miembros estén demasiado castigados por la edad. Así, tal actividad,
acrecentada por la práctica continua, moldea el mejor y más útil soldado.
Antiguamente, dice Salustio, la juventud romana, tan pronto como alcanzaban la edad
de portar armas, era entrenada del modo más estricto en sus campamentos en
todos los ejercicios y fatigas de la guerra. Así es ciertamente mejor que un
soldado, perfectamente disciplinado, se queje de no haber llegado aún a la edad
apropiada para el combate a padecer la mortificación de saber que ya ha pasado.
Es necesario un tiempo suficiente para su instrucción en los distintos aspectos
del servicio. No es cosa fácil entrenar la caballería o el arquero de
infantería, o instruir al legionario en cada parte del orden cerrado, enseñarle
a no abandonar su puesto, mantener las filas, apuntar y lanzar sus armas
arrojadizas, y cómo detener un ataque con destreza. Un soldado, tan perfecto en
sus cometidos, lejos de mostrar torpeza en el enfrentamiento, estará ansioso de
tener una oportunidad de señalarse.
V Su tamaño.
Vemos que los
antiguos procuraban disponer de los hombres más altos para el servicio, pues la
estatura normal para la caballería de las alas y las primeras cohortes
legionarias fue fijada en un metro y setenta y siete centímetros, o al menos en
un metro y setenta y dos centímetros. Tales medidas podían ser mantenidas en
aquella época cuando tantos seguían la profesión de las armas y era costumbre
de la flor de la juventud romana antes de dedicarse al servicio civil del
Estado. Pero cuando la necesidad lo imponía, la altura de un hombre no era
mirada tanto como su fortaleza; y como ejemplo de ello tenemos la autoridad de
Homero, quien nos cuenta que la deficiencia en estatura de Tideo estaba
ampliamente compensada por su vigor y coraje.
VI Signos de
cualidades deseables.
Aquellos que se
dedican a supervisar las nuevas levas deberían ser particularmente cuidadosos
en examinar sus caras, sus ojos y la constitución de sus miembros, para poder
hacerse un juicio veraz y elegir a los más a propósito para ser buenos
soldados. La experiencia nos demuestra que hay en los hombres, como en los
perros y los caballos, signos evidentes por los que descubrir sus virtudes. Los
soldados jóvenes, así pues, deben tener una mirada despierta, llevar la cabeza
erguida, su pecho debe ser ancho, sus hombros musculosos y fuertes, sus dedos
largos, sus brazos fuertes, su cintura pequeña, sus piernas y pies tan nervudos
como flexibles. Cuando tales señas se encuentran en un recluta, una estatura
pequeña puede dispensarse, pues resulta mucho más importante que un soldado sea
fuerte antes que alto.
Fuente: Epitoma
Institutorum Rei Militaris de Flavio Vegecio renato (Libro I, de II a VI).
Página FaceBook:
Ángel Portillo Lucas.
Blog: Lignum en Roma.
Foto: Roman soldier in lorica segmentata, Creative Commons 1,2 by MatthiasKabel.
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