Yo creo que el dictador Cayo Julio César es el más sobresaliente en energía de espíritu; y no hago ahora memoria de su valor y constancia ni de su grandeza, capaz de todas las cosas que se contienen bajo la bóveda del cielo, sino de su particular energía y rapidez, ágil como una chispa. Hemos oído decir que solía escribir o leer al mismo tiempo que dictaba y escuchaba, y que dictaba cuatro cartas a la vez de temas de la misma importancia (o, si no hacia otra cosa, siete a la vez, a sus secretarios). El mismo combatió en cincuenta y dos batallas, siendo el único que sobrepaso a Marco Claudio Marcelo (luchó y murió contra Aníbal, al que ganó una vez. Conquistó Siracusa en la batalla en la que murió Arquímedes), que combatió treinta y nueve veces. Pues yo no pondría de ningún modo entre sus títulos de gloria, además de sus victorias sobre ciudadanos, haber matado un millón ciento noventa y dos mil hombres en los combates, un daño tan grande producido al género humano, cosa que el mismo declaró que era así al no publicar las muertes de las guerras civiles.
Que Cesar tenga como algo característico y peculiar, además de lo que se ha dicho, la nota distintiva de su clemencia, en la que supero a todos hasta tener que arrepentirse. Él mismo ofreció un ejemplo de magnanimidad con el que no se podría comparar ningún otro. Por eso, enumerar en esta parte los espectáculos ofrecidos, las riquezas prodigadas o la magnificencia de sus obras sería propio de alguien a quien le gusta la ostentación: la verdadera e incomparable grandeza de su espíritu invicto fue que, después de haberse apoderado de los archivos de cartas de Pompeyo Magno en Falsaria y también de los de Escipión en Tapso, con la mejor fe los quemó sin haberlos leído.
Que Cesar tenga como algo característico y peculiar, además de lo que se ha dicho, la nota distintiva de su clemencia, en la que supero a todos hasta tener que arrepentirse. Él mismo ofreció un ejemplo de magnanimidad con el que no se podría comparar ningún otro. Por eso, enumerar en esta parte los espectáculos ofrecidos, las riquezas prodigadas o la magnificencia de sus obras sería propio de alguien a quien le gusta la ostentación: la verdadera e incomparable grandeza de su espíritu invicto fue que, después de haberse apoderado de los archivos de cartas de Pompeyo Magno en Falsaria y también de los de Escipión en Tapso, con la mejor fe los quemó sin haberlos leído.
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Verdaderamente corresponde al honor del Imperio Romano, no sólo al de un hombre, que se mencionen en este más celebre lugar todos los títulos de las victorias y los triunfos de Pompeyo Magno, ya que el brillo de sus hazañas se iguala no sólo con las de Alejandro Magno sino incluso casi con las de Hércules y las del padre Líber. Pues, una vez recuperada Sicilia, momento desde el que comenzó mostrándose primero partidario de Sila en la causa de la República, después de dominar África entera y someterla a su autoridad, por lo que recibió como trofeo de guerra el nombre de Magno, entró en carro triunfal, cosa que nadie había obtenido antes, siendo caballero romano, y pasando inmediatamente a Occidente, además de conseguir trofeos en los Pirineos, añadió a la victoria ochocientas setenta y seis poblaciones, desde los Alpes hasta los confines de la Hispania Ulterior, sometidas a su autoridad, y con gran magnanimidad guardó silencio sobre Sertorio y, después de poner fin a una guerra civil que concitaba a todos los enemigos extranjeros, de nuevo condujo los carros triunfales siendo caballero romano, tan frecuentemente general antes que soldado. Después, enviado a todos los mares y luego a Oriente, volvió trayendo a su patria estos títulos según la costumbre de los vencedores en las competiciones sagradas —en realidad no se coronan ellos mismos, sino que coronan a sus patrias—; por eso, en el santuario de Minerva, que dedicó con el dinero del botín, ofrecía estos honores a Roma:
El general Gneo Pompeyo Magno, concluida una guerra de treinta años, dispersados, puestos en fuga, muertos y rendidos doce millones ciento ochenta y tres mil hombres, hundidos o capturados ochocientos cuarenta y seis barcos, tomadas bajo protección mil quinientas treinta y ocho poblaciones y fortalezas, y sometidos los territorios desde los meotas hasta el mar rojo, cumple su voto, como debía, a Minerva.
Esto es el compendio de su actuación en Oriente. Pero el preámbulo del triunfo que celebró el día tercero antes de las kalendas de octubre, siendo cónsules Marco Pisón y Marco Mésala, era el siguiente:
Habiendo liberado de piratas la costa marítima y habiendo devuelto el imperio del mar al pueblo romano, consiguió honores de triunfo por sus victorias en Asia, el Ponto, Armenia, Paflagonia, Capadocia, Cilicia, Siria, los escitas, judíos, albanos, Hiberia, la isla de Creta, los basternas y, además de esto, sobre el rey Mitridates y sobre Tigranesí.
Lo más grande dentro de la grandeza de aquella gloria fue (según él mismo dijo públicamente en la asamblea, hablando de sus propias hazañas) que recibió Asia como la provincia más lejana y la devolvió a la patria como provincia interior. Si alguien por el contrario quisiera examinar de igual modo las hazañas de César, que se mostró más grande que aquel, debería enumerar el orbe de la tierra absolutamente entero, cosa que convendrá que es infinita.
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Fuente: Historia Natural de Plinio el Viejo
Foto 1: Julio Cesar, dominio público, portal Pixbay.
Foto 2: imagen de Pompeyo Magno en el museo del Louvre (CC4, Alphanidon).Página Facebook: Angel Portillo ·Lignum en Roma·
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Miembro del grupo de recreación historica Barcino Oriens. (Legio II Traiana Fortis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.
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