martes, 11 de junio de 2019

LA CORRESPONDENCIA SOBRE LOS CRISTIANOS ENTRE PLINIO EL JOVEN Y TRAJANO

Plinio el Joven es oriundo del municipio de Como, situado al norte de Italia. Conocemos cuando nació pues en la erupción del Vesubio, el 24 de agosto del 79, tenía diecisiete años, así que su nacimiento fue el 62 d.C. Tanto su familia paterna, los Cecilios, como la materna, los Plinios, pertenecían a la élite local tanto por sus posesiones como por su prestigio social. Su padre murió joven y a su muerte Plinio tuvo como tutor a Lucio Verginio Rufo, tres veces cónsul (63, 69 y 97) y al que los ejércitos de Germania proclamaron dos veces emperador, él rehusó.

Más adelante Plinio sería adoptado por su tío, Plinio el Viejo, autor de Historia Natural. El joven, Publio Cecilio Segundo, pasó a llamarse Gayo Plinio Cecilio Segundo, incorporando a sus tria nomina el praenomen y el nomen de su padre adoptivo.

Plinio se casó en tres ocasiones. Se desconoce el nombre de su primera esposa. Se casó por segunda vez con una hija de Pompeya Celerina, propietaria de grandes posesiones en Etruria. Al inicio del imperio de Nerva enviuda por segunda vez, sin tener descendencia. Contrajo matrimonio con Calpurnia, nieta de un ciudadano de Como, Calpurnio Fabato, que gozaba de una situación económica muy desahogada, ya que tenía posesiones en Etruria, en Campania y en Como.

En su carrera política (cursus honorum) fue ayudado en todo por hombres importantes, cónsules o de familias consulares amigos de su familia, Avidio Quieto, de Favencia, en la Cisalpina, Julio Frontino, de la Narbonense, suegro de Sosio Seneción, todos ellos íntimos del príncipe; Core1io Rufo, de Ateste, en Venecia; y de nuevo por Verginio Rufo, de Milán, con cuyos apoyos pudo obtener la dignidad de senador y llegar a ser candidato del emperador a la cuestura. Inició su actividad política a los dieciocho años con una intervención ante el tribunal civil de los centunviros. Se incorporó como tribuno militar en Siria a la Legio III Gálica. En el 90 ejerció la cuestura en calidad de quaestor Augusti (se encargaba de leer en el senado los mensajes del Emperador), cosa que le permitió entrar en el Senado. En el 92 fue tribuno de la Plebe, siendo pretor en el 93. Durante su carrera ocupó diferentes cargos que van desde gobernador de la provincia de Bitinia-Ponto hasta magistrado encargado del cauce del río Tíber. 
Foto 1

La correspondencia de Plinio.

Poco después de la muerte de Nerva, el 27/28 de enero del 98, Trajano heredo el Imperio. El 28 de enero está considerado el “dies imperii” de Trajano. Aprovechando esta circunstancia Plinio envía esta carta a Trajano:

«A causa de tu amor filial, venerabilísimo emperador, hubieses deseado suceder a tu padre lo más tarde posible, pero los dioses inmortales se han apresurado a aplicar tus virtudes al gobierno del Estado, que has asumido. Suplico, pues, a los dioses que todas las cosas sean propicias para ti y por tu mediación para el género humano, esto es, como tu época se merece. Deseo, excelente emperador, no solo como particular sino también por interés del Estado, que seas fuerte y feliz.»

Es especialmente notable la carta dedicada a los cristianos y la respuesta de Trajano (libro X 96 - 97). El motivo de este interés es que es una de las primeras veces que un autor no cristiano habla de la represión oficial contra la nueva religión. Plinio siendo gobernador de Bitinia envió este texto a Trajano en relación en que hacer o cómo actuar frente a los cristianos:

«Es para mí una costumbre, señor, someter a tu consideración todas las cuestiones sobre las que tengo dudas. Pues, ¿quién, en efecto, puede mejor orientar mis dudas o instruir mi ignorancia? No he participado nunca en procesos contra los cristianos por ello desconozco que actividades y en qué medida suelen castigarse o investigarse. He dudado no poco sobre si existe alguna diferencia por razón de la edad, o si la más tierna infancia no se diferencia en nada de los adultos; si se concede el perdón al arrepentimiento, si no le sirve de nada al que ha sido cristiano el haber dejado de serlo; si se castiga el nombre mismo, aunque carezca de delito, o los delitos están implícitos en el nombre (las aberraciones, flagitia, que el vulgo atribuía a los cristianos eran incesto, infanticidio y canibalismo). Entretanto, he seguido el siguiente procedimiento con los que eran traídos ante mí como cristianos. Les pregunté si eran cristianos. A los que decían que sí, les pregunté una segunda y una tercera vez amenazándoles con el suplicio; los que insistían ordené que fuesen ejecutados. No tenía, en efecto, la menor duda de que, con independencia de que confesasen, ciertamente esa pertinacia e inflexible obstinación debía ser castigada. Hubo otros individuos poseídos de semejante locura que anoté que debían ser enviados a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos (los ciudadanos romanos podían apelar ante el emperador, así que podían ser enviados a la capital del Imperio para el juicio, o se tenía que pedir permiso al emperador para ejecutarlos). Luego, en el desarrollo de la investigación, como suele suceder, al ampliarse la acusación aparecieron numerosas variantes. Me fue presentado un panfleto anónimo conteniendo los nombres de muchas personas. Los que decían que no eran ni habían sido cristianos decidí que fuesen puestos en libertad, después que hubiesen invocado a los dioses, indicándoles yo lo que habían de decir, y hubiesen hecho sacrificios con vino e incienso a una imagen tuya, que yo había hecho colocar con este propósito junto a las estatuas de los dioses, y además hubiesen blasfemado contra Cristo, ninguno de cuyos actos se dice que se puede obligar a realizar a los que son verdaderos cristianos. Otros, denunciados por un delator, dijeron que eran cristianos, luego lo negaron, alegando que ciertamente lo habían sido, pero habían dejado de serlo, algunos hacía ya tres años, otros hacia más años, y algunos incluso más de veinte años. Todos estos también veneraron tu imagen y las estatuas de los dioses y blasfemaron contra Cristo. Por otra parte afirmaban, que toda su culpa o error había sido que habían tenido la costumbre de reunirse en un día determinado (el domingo, el día siguiente al Sabbath judío) antes del amanecer y de entonar entre si alterativamente un himno en honor de Cristo, como si fuese un dios, y ligarse mediante un juramento, no para tramar ningún crimen, sino para no cometer robos, ni hurtos, ni adulterios, ni faltar a la palabra dada, ni negarse a devolver un depósito, cuando se les reclamara. Que, una vez realizadas estas ceremonias, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo para tomar alimento, pero normal e inofensivo; que habían dejado de hacer esto después de mi edicto, en el que, según tus instrucciones, había prohibido las hermandades secretas. Por todo ello, consideré que era muy necesario averiguar por medio de dos esclavas, que se decía eran diaconisas, que había de verdad, incluso mediante tortura (la legislación romana no aceptaba el testimonio de los siervos a no ser que fuera obtenido bajo tortura). No encontré nada más que una superstición perversa y desmesurada. Por ello, después de aplazar la audiencia, me apresuré a consultarte. Pues me pareció que se trataba de un asunto digno de tu consejo, sobre todo a causa del número de implicados; pues muchas personas de todas las edades, clases sociales e, incluso, de ambos sexos son y serán llamados ante el tribunal. Y el contagio de esa superstición no solo se ha extendido por las ciudades, sino también por los pueblos e incluso por los campos; pero me parece que puede detenerse y corregirse. Hay noticia fiable de que templos que estaban ya casi abandonados han empezado a ser frecuentados, de que las ceremonias sagradas, interrumpidas largo tiempo, han empezado a celebrarse de nuevo, y de que por todas partes se vende carne de las víctimas (animales sacrificados), de la que hasta ahora era rarísimo encontrar un comprador. Por todo ello es fácil colegir que esa muchedumbre de personas puede ser sacada de su error, si se les da la oportunidad de arrepentirse.»

Respuesta de Trajano:

«Has seguido el procedimiento que debías, mi querido Segundo, en el examen de los casos de los que habían sido llevados ante ti como cristianos. En efecto, no puede establecerse una regla con valor general que tenga, por así decirlo, una forma concreta. No han de ser perseguidos; si son denunciados y encontrados culpables, han de ser castigados, de tal manera, sin embargo, que quien haya negado ser cristiano y lo haga evidente con hechos, es decir, suplicando a nuestros dioses, consiga el perdón por su arrepentimiento, aunque haya sido sospechoso en el pasado. Sin embargo, los panfletos presentados anónimamente no deben tener cabida en ninguna acusación. Pues no solo se trata de un detestable ejemplo, sino que no es propio de nuestro tiempo.»

Estas palabras de Trajano resultan una crítica indirecta contra el procedimiento seguido por Plinio con los cristianos que habían sido denunciados en el panfleto anónimo, pues este parece que había ordenado que fuesen traídos ante el e interrogados personalmente. El punto de vista del emperador era que Plinio debería actuar tan solo cuando acusadores particulares trajesen ante él a personas acusadas de ser cristianos, ya que entonces aquellos debían proporcionar personalmente las pruebas necesarias, en caso contrario, estaban expuestos a ser juzgados por falso testimonio.

Escrito por Ángel Portillo.


Fuente : Cartas de Plinio el joven.


Foto 1: Trajano, dominio público.
Foto 2: The Younger Pliny Reproved. Dominio público.

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Miembro del grupo de recreación historica Barcino Oriens. (Legio II Traiana Fortis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.

Foto 2


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