martes, 27 de agosto de 2019

“CENTO NUPTIALIS” DE AUSONIO DÉCIMO MAGNO.

El Cento nuptialis es, sin duda, una de las obras más nombradas de Ausonio. Según el propio autor cualquier lector puede sonrojarse por la crudeza y la desvergüenza: «Así pues, a quién no le guste nuestro juego, que no lo lea, y si lo ha leído, que lo olvide, y si no lo olvida, que lo perdone. Al fin y al cabo es la historia de una boda y, quiera o no quiera, estas solemnidades no son de otra manera». Esto lo decía sobre todo por el final de estos textos (entrada en la habitación y desfloración), al parecer poco conveniente para los jóvenes bien educados de la época.



Dibujo mujer, dominio público portal Pixbay.

Hay que tener en cuenta que está escrita con los ojos de un poeta de esa época. Aquí os dejo unos fragmentos de esta obra:

LA CENA NUPCIAL

El día ansiado había llegado y al digno casamiento madres y hombres, jóvenes a los ojos de sus padres vienen y se tienden sobre lecho de púrpura. Dan los criados agua a las manos y cargan en cestos los dones de la amasada Ceres y de caza suculenta las asadas entrañas traen. Gran cantidad de platos: la raza de las aves y animales domésticos, y cabras gregarias no faltan allí, ni ovejas ni cabritos topadores, ni la raza acuática, corzos ni ciervos huidizos. Ante los ojos y en las manos hay frutas maduras. Cuando el hambre está calmada y el deseo de comer satisfecho, se colocan grandes crateras y ofrecen vino de Baco. Cantan sacras canciones, aplauden a los coros de danzantes y recitan poemas. Y el sacerdote tracio, de largo vestido, hace hablar los siete intervalos de las notas con ritmos. Desde otro lugar la flauta ofrece su canto de doble agujero. Un descanso común para todas las fatigas y juntos de las solitarias mesas se levantan, por los alegres alrededores numerosos pasean y se cruzan a su vez el pueblo y los senadores, las matronas, los niños, y llenan de voz los amplios atrios: cuelgan lámparas de los techos dorados.

DESCRIPCIÓN DE LA NOVIA AL SALIR.

Finalmente avanza de Venus la muy justa ansiedad, ya madura para varón, ya del todo núbil por su edad, mostrando rostro y porte de virgen; un gran rubor le prende fuego y corre por sus mejillas ardientes; al dirigir en derredor sus ojos atentos, quema con su mirada. A ella toda la juventud repartida por la casa y el campo, y la nube de matronas la admiran. Señales blancas de su primer paso, y había dejado sus cabellos sueltos al viento. Lleva vestidos recamados de oro bordado, adorno de la argiva Helena; !de qué manera y cuanto suele ser admirada por los celestes la áurea Venus!, tal era su aspecto, así alegre se acercaba a sus suegros y, apoyada en un sillón, tomó asiento en alto.

DESCRIPCIÓN DEL NOVIO AL SALIR.

Y por otra parte, cruza las altas puertas un mozo que muestra el rostro intonso de su primera juventud ornado gracias a la aguja con clámide aurea, a cuyo derredor abundante la púrpura de Melibea corre en deble meandro, y con una túnica, que su madre había tejido con delgado oro: en el rostro y los hombros a un dios parecido y en su joven mirada. Igual que cuando el lucero del alba, húmedo por el agua del océano, eleva su rostro sagrado hasta el cielo, así mostraba su rostro, así sus ojos y, sin pensar, dirige su paso al umbral de la casa. Le conturba el amor y posa su rostro en la virgen; ! libó besos y tomo prieta su diestra.

OFRENDA DE REGALOS.


Avanzan los mozos y a la vez ante la mirada de los padres llevan los dones, un vestido endurecido por adornos y oro, otros regalos y talentos de oro y marfil y una silla y un velo teñido de azafranado acanto, una enorme vajilla de plata para la mesa y para el cuello un collar de perlas y una doble corona de gemas y oro. A ella una esclava le dan y sus hijos gemelos al pecho; a él cuatro jóvenes y otras tantas doncellas; todos, según costumbre, con los cabellos cortados; en lo alto del pecho un aro flexible de oro alrededor del cuello.

EPITALAMIO PARA AMBOS

Entonces, llenas de afán las matronas los llevan al umbral de la casa; más un coro igualado, mozos y doncellas, juegan con versos sin freno y cantan canciones: «Oh, unida a un hombre digno, gratísima esposa, feliz seas, al conocer por vez primera los esfuerzos de Lucina, y madre. Toma unas copas de meonio Baco. Esparce, marido, las nueces; ata a estos altares la cinta, flor de los ancianos y gloria de los hombres: a ti se entrega una esposa, para que contigo por tales méritos todos sus años pase y te haga padre de una hermosa prole. Afortunados ambos, si pueden algo las deidades piadosas, vivid felices». «! Corred! […].

ENTRADA EN LA HABITACIÓN.

Luego que, bajo los techos del tálamo, hechos de piedra pómez, entran, disfrutan por fin de lícita plática. Juntos unen sus diestras y se ponen en la cama. Más Venus a nuevas acciones y Juno, que preside los casamientos incita y aconsejan emprender desconocidos combates. El, entonces, con abrazo tierno la acaricia, y de pronto recibe la llama natural y el lecho conyugal «Oh doncella, rostro nuevo para mí, gratísima esposa, por fin llegaste, mi único y ya retardado placer. Oh dulce esposa, esto contra la voluntad de los dioses no sucede. ¿Todavía lucharás con un amor que te agrada?» Al decir estas palabras, ella, vuelta tiempo atrás, lo mira y duda por el temor y tiembla ante el dardo amenazador, y entre la esperanza y el temor hace salir de su boca estas palabras: «por ti, por tus padres, que de tal condición te engendraron, oh joven hermoso, por no más de una noche, te lo suplico, consuela a esta desgraciada y compadécete de quien ruega. Desfallezco. No tiene fuerzas mi lengua, no alcanza a mi cuerpo el vigor que solía, ni la voz ni las palabras acompañan». Mas él: «En vano entrelazas inútiles excusas». Y apresura todas las esperas y deshace su pudor.

DESFLORACIÓN

Una vez que están juntos en la noche solitaria a través de las sombras y la propia Venus les dio valor, se aprestan a nuevos combates. Él se levanta derecho: aunque ella intenta en vano muchas cosas, él alcanza su boca y su rostro, ardiente la acosa pie con pie, buscando pérfido lugares más arriba: una rama, que bajo el vestido se ocultaba, enrojecida como las sanguinolentas bayas de eneldo y como el minio, con la cabeza desnuda y con los pies unidos mutuamente, monstruo horrendo, deforme, enorme, y falto de luz, salta de su pierna y ardiente se aprieta contra la trémula esposa […]. Ahí se dirige el joven por una región de caminos conocidos y, tumbándose encima, llena de pliegues y de tosca corteza, blande con la ayuda de todas sus fuerzas una lanza. Se clavo y llevada hasta lo más profundo bebió el crúor virginal. Resonaron las cavidades y un gemido dieron las cavernas. Ella, sintiéndose morir, intenta sacar con su mano el dardo, pero entre los huesos muy profunda penetró en carne viva a través de la herida, la punta. Tres veces, incorporándose y apoyada en el codo, se levantó; tres veces se desplomo en el lecho. Permanece él impasible. Ni pausa ni descanso: manteniendo sujeto el timón e hincado, no lo soltaba y fijaba sus ojos en las estrellas. Fue y regresó por ese camino una y otra vez y, con un movimiento de vientre, perfora los flancos y los pulsa con su peine de marfil. Ya, casi en la meta y cansados, al mismísimo final se acercaban: entonces un agitado jadeo sus miembros sacude y sus bocas resecas, fluye el sudor con ríos por doquier, cae exangüe, destila semen de su miembro. 

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Fuente: Obras de Ausonio Décimo Magno.

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Miembro del grupo de recreación historica Barcino Oriens (Legio II Traiana Fortis) y Miembro de Divulgadores de la Historia.


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