Las bellas no requieren la ayuda ni los consejos de mi arte; ya tienen ellas su dote: una belleza que se impone sin necesidad de artificios. Cuando el mar está en calma, el marinero descansa sin preocupaciones; cuando se encrespa, se sitúa él cerca de sus aparejos.
Sin embargo, raro es el rostro que carece de algún defecto: tapa esos defectos en la medida que te sea posible y esconde la imperfección de tu cuerpo. A pesar de todo, que el amante no vea los frascos desparramados sobre el tocador: el artificio embellece siempre que se mantenga en secreto. ¿A quién no le resultan desagradables las heces del vino untadas por toda la cara, cuando por si solas se escurren hasta los tibios pechos? ¿Por qué hemos de oler la sirria, mugre sacada de un vellón de oveja sin lavar, por más que la envíen de Atenas? No me parecería bien a mí que usarais en público la mixtura de médulas de cierva, ni que os limpiarais los dientes en público. Esos productos darán hermosura pero serán desagradables de ver, y muchas cosas que son feas mientras se hacen, cuando ya están hechas agradan.
Prestad atención a todo esto, puesto que tiene su utilidad: si eres baja, siéntate para que si estás de pie no parezca que estás sentada, y por muy pequeña que seas, acuéstate en tu cama; aquí también, para que no te pueda medir mientras estás echada, procura esconder los pies poniéndote la ropa encima. La que es demasiado escuálida que se ponga vestidos de grueso hilo y que un amplio manto le caiga desde los hombros.
La que está pálida, cubra su cuerpo con un tejido de rayas rojas; un pie deforme debe esconderse siempre en un calzado blanco y si tus piernas son delgadas no les desates nunca las correas; a unos hombros altos les convienen unas finas almohadillas; si el pecho es escaso, que lo ciña una venda; la que tenga los dedos gordos y las uñas desiguales, que haga pocos gestos con la mano cuando hable.
La que tenga mal aliento, que nunca hable en ayunas y que siempre se mantenga a cierta distancia del rostro del hombre; si tienes algún diente negro o grande o descolocado, al reírte te perjudicara mucho. ¿Quién lo creería?, hasta a reír aprenden las mujeres y también de esa manera aumentan su atractivo. Que la abertura de la boca sea mediana y salgan hoyuelos junto a cada comisura; que la parte inferior de los labios cubra la parte superior de los dientes; que los costados no se ensanchen con una risa continua, sino que sea un sonido leve y tenga no sé qué de femenino. Hay alguna que tuerce la boca con una carcajada absurda; otra, cuando muestra su alegría riendo, dirías que está llorando; esa otra tiene un sonido ronco y desagradable: su risa es como el rebuzno de una torpe burra que da vueltas a la áspera muela. ¿Hasta dónde no llega el arte?, aprenden a verter lágrimas con elegancia y lloran cuando quieren y como quieren. ¿Y qué cuando al hablar se equivocan en una letra y su lengua se hace intencionadamente tartamuda al pronunciar cierto sonido? Su equivocación tiene gracia: aprenden a decir mal algunas palabras y a hablar peor de lo que saben.
Aprended a moveros con paso femenino: en la forma de andar hay también algo de elegancia no despreciable y atrae o repele a los hombres que no os conocen. Ésta mueve con arte las caderas dejando que el aire le haga flotar la túnica y adelanta sus pies con orgullo. Esa otra anda como si fuera la rubicunda esposa de un marido umbro, patiabierta y dando grandes zancadas. Pero como en otras muchas cosas, sed comedidas también en esto: esa manera de andar es grosera, pero aquélla es más afectada de lo normal. En cualquier caso, descúbrete la parte baja del hombro y superior del brazo por el lado izquierdo para exhibirla: esto os sienta bien sobre todo a las de piel blanca; cada vez que lo veo, siento deseos de besar una y otra vez la parte de ese hombro que va al descubierto.
Fuente: textos extraídos de El Arte de Amar (LIBRO III) de Ovidio.
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Foto: Fresco of woman with tray in Villa San Marco of Stabiae, Creative Commons 3.0 by Luiclemens.
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