“Hecha la
aclaración, me marché por fin a la taberna del Viminal. Bajé de la colina y
casi sin pisar el foro Imperial busqué las Fauces Suburae. Acababa de estar en
la plaza Capitolina entre patricios y ecuestres, y ahora pisaba las Fauces,
donde vivían las personas del escalafón inferior de Roma, gente maleducada que
derrochaba agresividad y se revolcaba entre la mugre pestilente de orines y
excrementos. Para cualquiera que no fuera de la ciudad era mejor no abandonar
la Subura Maior, la vía principal del lujoso barrio. Enfilé la calle hasta
encontrar el cruce con la calle Patricius. Mi destino quedaba cerca, en una
bocacalle al poco de ascender por la cuesta.
Los clientes de la
taberna eran todos de pocos recursos. Había braceros sin trabajo, libertos e
incluso esclavos. No se cambiaban de ropa habitualmente; no les gustaba mucho
asearse, y mucho menos bañarse. La taberna no era muy grande; solo tenía, como
la mayoría, una puerta al exterior y una ventana encima, por lo que en su
interior se mezclaban los aromas de la distinguida clientela. Lo extraño es que
la nariz se hace a todo.
La oferta no era
muy variada: pan, queso, aceitunas, piezas de fruta de temporada y pescado
frito. También vino de baja calidad y alta graduación, vino con miel y posca.
Los precios eran asequibles, por lo que estaba casi siempre llena. El liberto
que atendía el local preparaba una variedad de posca en ese momento. Mezcló el
vino agrio con vinagre, un poco de miel y coriandro, puso el brebaje a cocer y
lo dejó enfriar para servirlo luego a los selectos clientes, entre los que me
encontraba.
El local estaba
dividido en dos espacios, separados estos por un gran arco. En la primera zona,
la más grande, que quedaba más cerca de la entrada, había mesas con cuatro
pequeños taburetes de asiento redondo. El paso a la zona interior estaba
limitado por un mostrador con dos grandes recipientes circulares de terracota
cubiertos con tapas de madera para conservar así su contenido. No sé qué
podrían guardar dentro. Se ofrecía comida no elaborada que no requería tal
conservación. A izquierda, estaba el horno para hacer el pan. Al fondo, había
una estantería con tres niveles para poner las ánforas que contenían la bebida
que se servía en el lujoso establecimiento. A la derecha, compartían espacio
otra mesa y el acceso a la planta superior, donde sin duda viviría el liberto
tabernero. Las paredes laterales estaban repletas de estantes en los que se
distribuían, sin ningún orden aparente, utensilios, vasos, platos, pequeños
tarros y variadas bandejas de quesos y pan. En la zona central, en el suelo,
estaba el hornillo en el que se preparaba la posca.
Mi preferencia por
esta taberna se debía a que muchos de los hombres que se dedicaban a los
transportes vivían en las proximidades, en las colinas del Viminal y del
Esquilino. Muchos eran miembros de la corporación de transportistas de padre y
controlaban con exclusividad varias puertas como la Esquilina, la Viminalis, la
Collina, la Querquetulana, la Quirinalis y la Salutaris. No pocas veces había
encontrado trabajos hablando con los asiduos a este local.”
Fuente: LIGNVM de
Ángel Portillo.
Página FaceBook:
Ángel Portillo Lucas.
Blog: Lignum en Roma.
Foto: Interior of an Ancient Roman bar, Ostia Antica, Creative Commons
2,5 Marie-Lan Nguyen
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